-Le tienes que decir a tus padres.Una mirada de pánico explayo para mi amiga, o es lo que deseaba demostrar.
-¿Estás loca? –le pregunto con ironía a medida que dejo de caminar y me paro a media calle.
-Pero, Soraya, esto es importante. –me recrimina entre dientes. –¡Ay, camina! No te quedes en medio de la calzada, tonta.
-Amaya. –la llamo en un tono de súplica, corriendo a su lado y tomando sus manos. Su mirada se suaviza y sé que antes de dar mi discurso ya le he convencido. –Apenas me han dejado salir por mi cuenta, no me hagas esto. Por favor. –continuo. Me rueda los ojos, pero asiente. Yo le sonrío a medias, agradecida.
-Solo porque eso es cierto y tus padres te sobreprotegen. –deja de verme para continuar el trayecto. –Pero. Peeero, tienes que prometerme ir a la excursión. Y te vas a hacer la tirolesa conmigo. Ya sabes que tengo el número de teléfono de tu mamá y solo estamos a cuadras del hospital, amiga.
Si pudiera lanzar llamas por los ojos, mi mejor amiga ya hubiese estado calcinada. Protesto corporalmente como niña chiquita, golpeando mi brazo herido de paso lo que me lleva a realizar un puchero y mantener la calma. Asiento a Amaya al momento de ingresar al edificio de la universidad.
Caminamos ya sin regaños, sin chantajes y sin promesas, hablando solo de la materia a la cual estamos llegando tarde. El maestro de antropología me alza una ceja, asombrado diría, en cuanto interrumpimos el salón quedando él con la palabra a medias. Alejo mis ojos de él, apenada, y me encamino a mi lugar de siempre en una silla de la tercera fila. Amaya obtiene el lado de la pared, dejándome hacia el pequeño pasillo.
La clase que Willy está explicando es sobre la etnografía soviética. No pasa más de treinta minutos cuando la clase finaliza, es hora de un breve receso de quince minutos pero no me molesto en levantarme de mi asiento, al contrario, me deslizo aún más en la silla, apoyando mi nuca en la parte de atrás y cierro los ojos.
Estoy agotada y al parecer el relajante que me dieron de tomar tiene un rápido efecto, no obstante aun siento arder mi piel bajo las gasas blancas.
-Soraya. –escucho que me llaman. Abro los ojos al percatarme que no es mi amiga, sino mi maestro. Está justo de pie a un costado de mi asiento. –¿Por qué llegaste tarde?, me retracto. Por qué llegan tarde. –expresa mirando a mi compañera luego de regreso a mí.
-Lo siento, profesor Willy. Tuvimos un pequeño altercado. –intento justificarnos aunque sueno un poco exasperada. Él me observa con una ceja enarcada.
-Soraya, eres mi mejor alumna y espero que no vayas por el mal camino. Primero, repruebas la última parcial y ahora llegas tarde. –empieza a enumerar mis dos faltas. Quisiera ponerle los ojos en blanco pero eso no es de mi fuerte, sin embargo levanto mi labio inferior sobre el superior y bajo la mirada, abatida. No encuentro palabras que decir puesto que él tiene razón, pero yo también tenía mis motivos, no faltaba porque se me antojaba a las clases, al contrario, me gustaba venir a clases y estudiar.
-Ay, profe, pero ella aunque haya reprobado ya tiene la materia habilitada y con una buena nota. –esa es Amaya. La observo con los ojos bien abiertos, no puedo creer que esté hablando así con el maestro. Me refiero a ese tono, como si fuera casual.
Esa parte me tocaba a mí, pero no con el que fue alumno de mi padre. Miro rápidamente al profesor.
-Por favor no se lo digas a mi papá. Por favor, por favor. –le pido con suplicio mientras me levanto de mi asiento y junto mis palmas como si fuera a rezar. Veo su ceño fruncir y luego baja la mirada, sigo su vista y rápidamente escondo mi brazo.
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La estrella más brillante
RomanceSoraya Galler resultaba ser demasiado bondadosa para la humanidad incluso para su propio bien. Ella expiaba tanta luz y ternura que nunca había dicho malas palabras o había siquiera mentido a sus, sobreprotectores, padres. Hasta cierto día. Con una...