XXVII - Test vocacional

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Esa semana fue con bastante ajetreo. Mis padres no perdieron el tiempo y no sabía si eso me alegraba o era el causante de una molestia en mi pecho, no era un dolor físico, más bien parecía emocional. Como habíamos quedado el domingo, el lunes ya fuimos por mis papeles en la universidad, pedí a Amaya que en la tarde avisara a los profesores cada que llamaban lista que yo ya no iría y ella con gustó aceptó.

Mamá había conseguido cita con un licenciado en psicología para que me tomaran un examen de vocación para el martes, el cual fui acompañada por mi padre también debido a su horario libre por la mañana. Durante 4 horas evaluó mis aptitudes, la cual serviría para ver a qué a aéreas profesionales yo era apta, algunas preguntan iban de la capacidad que tenía para resolver problemas matemáticos a si me gustaría pertenecer a grupos ecológicos o si era artística, imaginativa e independiente; luego fuimos al talento, el fin era medir cuán motivada y comprometida estaba yo, en cómo me enteraba de la cosas a mi alrededor con preguntas de situaciones a manera de si me entregaran un paquete, ¿cómo reaccionaría?

También completé un test de mi personalidad para la socio-emoción que poseía, que si me era fácil presentarme ante las persona, que si me perdía en mis pensamientos ignorando al mundo, o que si hacía algo por pura curiosidad. Por último fuimos al interés profesional, valorar mi interés por las actividades, independientemente de si las había realizado o no era una de las condiciones, cantar en coros, trabajar en estudios jurídicos, reparación de electrodomésticos, asesorar a estudiantes técnicas de aprendizaje, etc.

Estuve muy nerviosa todo ese tiempo, y para colmo los resultados no estarían hasta el jueves, día en el que quedamos con Hunter que iría a mi casa a presentarse como mi novio. Solo era martes de tarde cuando me encontré con el luego de la larga mañana en la consejería vocacional.

Solo me escape hasta él mientras papá daba clases, luego tendría que ir por mi progenitor antes de las seis de la tarde.

–Estoy un poco nervioso, debo admitir. –me confiesa el cazador, mientras juega con mi cabello esparcidos sobre sus muslos. Yo tenía los ojos cerrados debido a esa caricia suya, estar junto a Hunter me calmaba la ansiedad que estaba creándome los últimos días.

–Yo también, pero todo saldrá bien. Lo peor que puede suceder es que no nos de su bendición. –hablo a mi vez, discutimos sobre la noche del jueves, ya que sería una merienda-cena la que haríamos en casa.

–¿Y si no nos da?

–Encontraría la manera, Hunter, no me pueden separar de ti. Ni siquiera tú. –abro los ojos al decirlo, logro captar una pequeña sonrisa en las comisuras de sus labios. No me está mirando, tiene los ojos en dirección al alto reloj colgado en la pared frente a nosotros en su oficina.

Cualquiera que viera ahora a Hunter, y lo conociera de verdad, notaría la carga de estrés que está llevando. Solo no lo había visto tres días pero a él le llovieron semanas, me daba cuenta que algo no estaba bien con él, todavía no había compartido conmigo esa pesada carga nueva que se le estaba juntando desde el fin de semana pasado. Y yo no estaba segura de preguntarle, pero intentarlo no me sacaría nada.

Llevo mi mano a su barbilla, a su mejilla raspando su creciente barba. Él se deja llevar por la caricia, recostando su rostro en mi palma cerrando sus ojos anaranjados, cuando me decido por pedirle que me cuente lo que le pasa, él se me adelanta en hablar.

–Tengo un obsequio para ti. –se separa de mi tan rápidamente que no me da tiempo de objetar, me obliga a sentar de manera correcta en el sofá por su inesperada reacción, como si supiese que yo diría algo que él no quería contar. Hunter se levanta y se acerca a su escritorio, estoy observándolo tanto que me percato que otra vez usó la mano para guiarse, como lo había hecho aquella vez que bajó a la farmacia luego de que hicimos el amor por primera vez.

La estrella más brillanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora