XXVI - Nuestra hija

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Llegar a casa un domingo por la mañana, escuchar a tus padres reír y verlos tomar el desayuno otro día más son cosas que uno va a valorarlo más tarde que temprano. Sonreí y tuve la intención de ir a saludarlos y recibir un abrazo de ambos, no obstante recordé que estaba disgustada con papá.

Él estaba en casa, no sabría decir si llegó ayer o solo esta mañana, pero estaba ahí, en casa y con su esposa, no me había dado cuenta de cuánto extrañé su presencia. No puedo pensar en cómo me sentiría el día en que me falten realmente. Mamá me pilló admirándolos desde la sala de estar. Me sonrió pero no dijo nada más.

Pensé en dejarlos a solas, luego encontraría momento oportuno para hablar con mi padre sobre el tema que teníamos pendiente así que di media vuelta a mi camino, pero la voz de él llamando mi nombre, me detuvo.

–¡Soraya!, ¿No vas a desayunar? –preguntó fuerte mi padre. Mi primera reacción fue de susto, no esperaba que me hablara y mucho menos que me ofreciera desayuno.

Yo ya había desayunado, dos tipos de desayuno, con Hunter. Sin pensarlo más me vuelvo para la sala y cruzo a la cocina, más lento de lo que quería porque Hunter no fue nada suave en el desayuno muy mañanero que tuvimos. Además mi corazón estaba en la boca.

–Buenos días. –saludo con timidez, siento un poco de vergüenza por varios motivos. Uno porque se supone que estoy peleada con mi papá que acababa de verlo después de cuatro días más o menos, y dos porque son las nueve de la mañana y yo estoy llegando a casa.

Me acerco a mamá cuando ella me señala su mejilla con el dedo índice, pidiendo un beso. Se la doy para después sentarme a su lado.

–¿Como estas? –habla papá, de nuevo. Lo observo unos segundos antes de contestar, sus facciones me dicen que no está enfadado, su ceja derecha elevada me indica que espera mi respuesta por más que no esté mirándome fijamente.

Envidiaba sus ojos verdes.

–Bien, papá, ¿y tú? –respondo a mi vez en un hilo de voz.

–No tan bien, no hablo con mi única hija desde hace una eternidad y cuando me ve, apenas me saluda. –para cuando él dejó de hablar, de mis ojos ya caían lágrimas al procesar sus palabras.

–¿Por qué siempre tienes que ser tan cursi? –pregunto a medida que me levanto de mi lugar rodeando la mesa para abrazarlo. Él ya tiene sus brazos abiertos para cuando estoy frente a él. El cálido y fuerte abrazo que me da, me saca una carga de encima.

–Escucha, siento mucho lo de la otra noche, de verdad. –papá me aleja de él a medida que me aleja y con sus manos me hace sentar en su regazo para seguidamente acariciar mi rostro, limpiando lágrimas que resbalan por mi mejilla. Sus ojos se irritan. –Sé que no fue correcto la manera en que te hablé, me sorprendiste con ello y no supe cómo actuar, pero también quisiera que tú me entendieras, todavía estoy lidiando con que mi pequeño rayo de sol ahora es toda una estrella y tiene que iluminar otros lugares.

>Quiero que lo hablemos, los tres, te vamos a apoyar en lo que decidas solo y cuando el camino que elijas sea para tu bien, Soraya. Somos tus padres, eres nuestra hija y vamos a querer lo mejor para ti, siempre.

Yo asentí cuando mi papá dejó de hablar, captando todas y cada una de sus palabras. Nos volvimos a abrazar, sellando un pacto antes de meternos de lleno con mi tema de la facultad y qué hacer con mi vida de ahora en adelante.

Terminamos el desayuno y decidimos que para el almuerzo saldríamos a comer fuera de casa; quedamos con que a las 10 am los tres deberíamos estar en el despacho para tocar el tema y quería que yo junte mis pros y contras para la facultad, si tenía otra idea en mente u otra carrera que seguir.

La estrella más brillanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora