-Por todos las flores del mundo. Me asustaste, cazador. –suelto en cuanto logro divisar su rostro. Levanto mí mano sobre mi rostro. –Saca tu linterna de mi cara. –me quejo por las buenas. Él lo hace al segundo.
-Lo siento. –se ríe apagando el objeto, no logro concretar si su disculpa fue real pero lo dejo pasar. Lo observo desde abajo como toma asiento a mi lado. –Auch. –se queja al instante dándose un golpe en el brazo derecho.
Me le quedo viendo y río por lo bajo, realmente se ve muy atractivo con gotas de agua resbalándose por sus bíceps. Hago una mueca en cuanto veo que había matado a un culex, dejando algo de restos del insecto en piel.
-Deberías ponerte repelente. –sugiero, llevando mi vista a sus ojos, sin embargo al segundo tuve que dejar de verlo. No sabría la razón pero al notarlo tan cerca y en la noche, donde la luz de la luna era la única iluminación, parecía muy tenebroso.
Mi respiración se aceleró sin embargo logré evitar que se notara.
-Eso es para niñas. –contradijo él. Le hice una mueca.
-Eso ya lo dijo Elios y de todos modos se lo roció. –objeté con diversión. –Además estos insectos son peligrosos, te podría dar el dengue o chikunguya.
Levanté en su dirección una ceja intentando entender por qué rayos se estaba riendo abiertamente una vez que terminé de hablar. Debo admitir que se reía bien, su risa era decente y muy contagiosa por lo que me había nacido otra gran sonrisa.
-Cuéntame el chiste. –pedí sarcásticamente al contrario de mi gesto, mientras él se sujetaba el estómago por tanto reír.
-¿Acabas de decir que me puedo enfermar por no ponerme repelente? –me puse seria ante su respuesta. Eso era realmente lo que le dije, vamos, estamos en medio de la nada cerca del agua y donde muchos insectos se divierten reproduciéndose.
Pero si realmente le causaba risa que me esté preocupando, debería dejarlo pasar. Además era un desconocido, no tendría por qué preocuparme si enfermaba o no, es mi culpa por pensar en los demás. No respondo nada más y me concentro en mirar el agua que corre entre mis pies, logro distinguir que algo ilumina allí abajo y rápidamente subo mis pies sobre la madera donde estoy sentada, asustada.
-¿Qué sucede? ¿Ahora un pececito te contagiará de salmonela con solo rozarte? –en serio me estoy conteniendo las ganas de mandarlo a volar.
-Algo alumbró allá abajo. –murmuro ignorando sus sarcásticas palabras.
-Chs... -chasqueó la lengua. –De seguro es un cocodrilo, nada más. –la cara de horror que debí haber puesto hubiese causado más risa que mis palabras de hace un momento sobre las enfermedades que causaban los aedes.
-No bromees con eso. –pedí. Algo de lo que me aterraba eran esa especies de animales y no precisamente porque podrían comerte enterito sino más bien por lo feo que me parecían sus escamas-piel o como se llamen, eran algo así como los sapos que también me daban asco, incluso podría llorar de solo pensar en esos feos animales.
Él echó una corta risa pero a mí ya no me daba gracia nada con él.
Me quedé en mi lugar abrazando mis rodillas y observando el lugar detenidamente. Los chicos más alejados de nosotros estaban haciendo más silencio de a poco y prontamente quise curiosear el por qué. Busqué a Amaya quien justo estaba señalando con un dedo hacia el cielo por lo que llevé mi cabeza para arriba.
-Mira. –escuché de alguien a lo lejos.
La luna ya no estaba sobre nosotros y el cielo oscuro se prendía con miles de estrellas quienes ahora nos iluminaban. Estaba sin palabras, sin aliento, llenos de asombro por tal imagen que podía observar. Nunca había presenciado algo así más que en las fotografías.
ESTÁS LEYENDO
La estrella más brillante
RomanceSoraya Galler resultaba ser demasiado bondadosa para la humanidad incluso para su propio bien. Ella expiaba tanta luz y ternura que nunca había dicho malas palabras o había siquiera mentido a sus, sobreprotectores, padres. Hasta cierto día. Con una...