Los primeros tres días sin comunicación dejé pasar, porque además de no poder ir a la concesionaria, no estaba al pendiente de mi celular. Las clases estaban por comenzar nuevamente en la universidad, por lo que mi padre me había pedido ayuda para prepararle las clases en las diapositivas.Desde que estaba en la escuela este fue mi trabajo, aunque cuando estuve en segundo año de la media y me ofrecí a ayudar a mi padre para que no contratase otras personas para hacerlo, no pensaba que me lo ofrecería todos los años consecutivos.
No me molestaba, para nada, porque de paso aprendía muchas cosas que me servirían para cuando estuviere en su clase, además de que me gustaba ayudar a Noah Galler. Pero ahora no estaba concentrándome en lo absoluto para escribir lo que él me dictaba de los audiolibros.
–Creo que a alguien le hace falta una dosis de helado. –lo escucho decir y es a la mitad de la frase que escribo en la notebook cuando me doy cuenta.
–Papi... –me quejo.–Acabo de escribir eso.
Lo veo reír libremente y no evito que se me forme una sonrisa.
–Es porque no estás prestando atención, cariño. –dice luego. –¿No quieres ir por helado? No me gustaría que mi secretaria personal muera de aburrimiento.
–No soy tu secretaria. Soy tu hija. –protesto, poniéndome de pie y voy a por sus grandes manos. –Anda, ya ofreciste dos veces el helado y no lo rechazaré.
Mi papá se incorpora, riendo a su paso, me pide que vaya por su billetera y el celular mientras él llamará a Julio, su chofer, pero me detengo en seco.
–¿Puedo manejar? Tendremos una salida de padre e hija. –sonrío en su dirección. Bajo su gafa negra puedo ver cómo piensa un poco con los gestos que hace, hasta que lo veo rendirse.
–Acepto.
Papá sale de casa moviendo su bastón lado a lado hasta su auto y yo lo sigo encantada. Julio le abre la puerta del copiloto, ayudándonos y luego yo me subo al volante. Mi heladería favorita estaba a quince minutos en coche y quedaba sobre la avenida, en el transcurso de llegar papá solo mencionó que debíamos comprar un poco para llevar a casa para cuando mamá vuelva de su guardia mañana.
Acepto todo lo que él dice, porque hacía bastante que no salía con mi padre como cuando era pequeña. Lo bueno de ser maestro, es que también se tiene vacaciones como dos meses al año, quieras o no, y eso me alegraba porque al menos tenía a mi padre todo el día o cuando mi mamá se encontraba de guardia en el hospital, como ahora, no me quedaba sola en casa o con alguna niñera.
Recordé varios momentos cuando iba a la escuela, él esperando por mí en la salida, él sentándose en el sofá de casa viendo el Rey Leon conmigo, mientras yo relataba todo lo que sucedía y él consolándome cuando murió Mufasa.
Triste.
Llegamos al local y debíamos subir un tramo de escaleras.
–Doce. –dijimos al mismo tiempo con Noah en cuanto su tinteo tocó el primer escalón. Reímos y abracé el brazo derecho de mi padre que yo sostenía, sabía que eso estaba mal. Es la persona invidente quien debe sujetar tu brazo para cuando necesite un guía, pero a papá le gustaba más que sus mujeres se sujetasen de él.
La heladería era muy famosa, nada barata pero tenía el mejor helado. Su precio por bola era de 5 mil guaraníes pero valían cada moneda. Al entrar al local no había mucha gente, más que un grupo de niños pre-adolescente como de 12 a 15 años y una pareja de adultos. Fuimos directo a la caja a hacer el pedido.
Pedí un cucurucho con tres sabores, chocolate, americana y frutilla. Papá pidió una milkshake y fuimos a tomar asiento para que yo pueda disfrutar mi súper helado.
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La estrella más brillante
RomanceSoraya Galler resultaba ser demasiado bondadosa para la humanidad incluso para su propio bien. Ella expiaba tanta luz y ternura que nunca había dicho malas palabras o había siquiera mentido a sus, sobreprotectores, padres. Hasta cierto día. Con una...