Cuatro

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—O sea, no entiendo porque ella no se fija en mi —pronunció confundido, mientras subía la velocidad de la cinta para correr.
—¿Será por qué siempre actúas como un completo engreído frente a ella?
Rodó los ojos.
—Por favor, ser seguro de uno mismo, no es ser engreído.
—Claro, lo que digas —le dijo desinteresado Stephan.
—Es decir, jamás me había ocurrido algo así.
—¿Orgullo herido? —sonrió con burla el moreno.
—Claro que no, que una mujer me rechace, no es... La gran cosa —murmuró lo último, sin poder evitar pensar en ella.
Stephan se acercó a su amigo, que aun seguía perdido en sus pensamientos, y apagó la máquina.
—Lo que pasa es que no es cualquier mujer. O chica, es Lizzie, y eso, lo quieras aceptar o no, sí te afecta.

-o-o-o-o-

Salía distraída del instituto, mientras iba organizando mentalmente las horas que debía estudiar para los próximos exámenes.
Pasó junto a un muchacho que estaba fumando, apoyando su espalda contra una pared.
Realmente odiaba a los fumadores, era algo que le causaba asco.
—Ey, ¿Ahora harás que no me conoces?
Y no solo a los fumadores, a los idiotas también.
La siguió por detrás, mientras le daba otra calada a su cigarro.
—Te estaba esperando.
—¿A sí? Pues síguelo haciendo —le dijo sin mirarlo.
Sonrió divertido.
—Que carácter te traes rubia.
Suspiró y continuó caminando.
—En serio, hace más de una hora estoy ahí afuera, quiero hablar contigo.
—Mira, que hayas esperado por mi, no significa que yo vaya, o quiera, hablar contigo.
—¿Simplemente por cortesía?
Se paró frente a ella, evitando que pudiera seguir caminando, o ignorándolo.
La rubia se cruzó de brazos, y lo miró con el ceño fruncido.
—Habla.
—Estaré unas semanas en la ciudad.
—Lo imaginé cuando te vi en la casa de Stephan.
Iba a llevarse el cigarrillo una vez más a los labios, y Lizzie se lo quitó, arrojándolo al suelo antes de pisarlo con su zapato.
—Sí vas a hablar conmigo, no fumes frente de mi. Me da asco, ya te lo dije.
Sonrió.
—Okay, no más humo frente a ti.
—Gracias —le dijo haciéndolo a un lado para continuar rumbo a su casa.
—Entonces, ¿qué dices?
—¿De qué?
—¿Saldría conmigo? —le preguntó sin miramientos.
—Ni a la esquina.
Extendió su brazo y un taxi se detuvo frente a ella.
—Mejor olvídalo Luca —pronunció mientras abría la puerta y subía al auto.
El muchacho frunció el ceño, y antes de que ella pudiese cerrarla, entró también.
—¿Pero qué demonios haces? —exclamó molesta.
—¿A dónde quieren ir? —preguntó el chofer sin prestarles mucha atención.
—No, nosotros no-
—Al centro Hosking de la calle Louistong, al trescientos.
—De acuerdo —pronunció poniendo en marcha el auto.
—¿Qué? No, yo debo ir a mi casa —se quejó Lizzie, tomando su celular.
—Irás luego.
—¿Quien te crees que eres para decir eso? Ni amigos somos —exclamó tajante—. Deténgase aquí por favor, yo tomaré otro taxi —le pidió al chofer.
—Bien, ¿quieres bajarte? Pues hazlo Lizeth —pronunció molesto Luca.
—Por supuesto, ni que necesitara tu permiso, idiota —le dijo antes de hacerlo y marcharse.
—¿Y tú irás algún lugar? ¿O te bajarás aquí?
Miró al chofer y se reclinó hacia atrás en el asiento.
—Sí, al mismo lugar, alguien me está esperando allí de todos modos —pronunció despreocupado.

-o-o-o-o-

Se observó en el espejo retrovisor y gruñó molesto al ver aquella marca rojo violácea sobre el lado derecho de su cuello.
¿Por qué demonios le había hecho eso?
—Idiota —pronunció tocándose la marca.
Suspiró y bajó de su auto, Stephan lo iba a estar esperando en su casa.
Estaba por abrir la puerta, cuando desde el otro lado, escuchó la voz de Lizzie.
Entró, y encontró a la joven rubia, hablando muy amenamente con otro rubio idiota, según él.
—Francés, que sorpresa verte aquí —fingió una sonrisa.
—Hola Luca —le dijo con una sonrisa.
—Cuando Stephan dijo que tenía una visita, no imaginé que serías tú.
—No pareces feliz de verme —pronunció con burla.
Sonrió falsamente, antes de darle la espalda a ambos. Lo detestaba, especialmente, por aquella sonrisa burlona, y esa forma de hablar.
Era francés después de todo, su acento no lo perdería, y aquello, era algo que le encantaba a las chicas.
Y Lizzie no parecía ser la excepción.
Se dirigió a la cocina, donde estaba Stephan.
—Si hubiese sabido que ese infeliz estaría aquí, me habría quedado más tiempo en el centro.
—Creí que te había dicho que Colin vendría.
—No lo hiciste, idiota.
—Tampoco es para que te enojes, solo se quedará un rato.
—¿Y qué hace Lizeth aquí? ¿Le dijiste que estaba el oxigenado, y se vino corriendo?
—Uff, esos celos amigo, no se notan eh —pronunció riendo.
—Vete a la mierda.
—Ya Luca, no exageres.
Rodó los ojos y abrió el refrigerador, tomando una lata de cerveza.
—¿Me ayudas?
—No, que te ayude el puto ese.
—Que infantil eres —se quejó tomando la bandeja.
—Ajam, sí.

-o-o-o-o-

Estaba solo sentado en la galería, fumando.
Según Stephan, el francés solo iba a quedarse un "rato", y ya iban a ser las diez de la noche.
¿Lo mejor de todo? Lizeth no se había ido, estaba encantada hablando con él, riendo de sus estúpidas bromas.
Chasqueó la lengua molesto, y le dio una última calada a su cigarrillo, antes de pisarlo con su zapatilla y encender otro.
—¿Por qué no entras?
Estaba sumido en sus pensamientos, que ni se había dado cuenta en que momento ella había aparecido.
—No tengo ganas —pronunció antes de soltar el humo, y continuar sin mirarla.
—Colin ya se está por ir.
—Genial, puedes decirle que te lleve a tu casa.
Suspiró y se acercó varios pasos más a él.
—Stephan no se siente cómodo con todo esto.
—Eso a ti no te interesa.
—¿Puedes dejar de fumar de eso modo? Me pones nerviosa.
—Pues déjame solo entonces, querida, después de todo, ¿qué te importa? Si nosotros ni amigos somos —le dijo antes de pisar el cigarrillo, y tomar otro.
—¿Cuántos te vas fumando ya?
Bufó molesto y se puso de pie, comenzando a caminar mientras se llevaba el cigarrillo a los labios.
—Luca.
—Vete Lizeth, me rechazaste siempre, ahora soy yo él que no quiere hablar contigo.
—¿Me dices eso luego de aparecerte con un chupón en el cuello?
Soltó una sonrisa cínica, antes de negar con la cabeza.
—Ve a buscar al buen niño de Colin, él es de tu tipo. Hacen la pareja perfecta, dos consentidos que se creen mejor que todos los demás, por hacer todo lo que mami y papi dicen. Cuando quieras vivir, ya se te habrá pasado la vida, por ser la niña buena.
—¿Y crees que llevar una vida de exceso es vivir, Luca? Eres patético.
Se giró y se acercó a ella, con el ceño fruncido.
—Sí, tienes razón, soy patético, pero por estar interesado en una rubia malcriada.

...

¿Y si me dices que sí?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora