Noto el oleaje subir y bajar bajo la palma de mi mano, una y otra vez. Muevo la muñeca de un lado a otro y es entonces cuando lo siento. Me tumbo sobre la tabla y comienzo a remar con los brazos. Justo en ese instante una ola pasa bajo la tabla, pero no tenía nada que hacer con ella. Lo noto así que sigo remando hasta que por fin llega. Me pongo de pie justo en el momento indicado en que algo me lo dice y ya estoy surfeando sobre la tabla.
Jamás podré describir como me siento al surfear. Es algo increíble y maravilloso. Podría pasarme el día entero metida en el agua sobre la tabla, aunque solo sea sentada en ella.
Desde que soy pequeña mi padre me ha enseñado el surf. Con cuatro años ya sabía nadar, a los siete ya me subía a una tabla y a los doce ya no me caía cada dos por tres. Comencé desde muy pequeña junto con mi hermano mayor de veintiséis años y mi hermana de veintitrés. El surf lo llevamos en la sangre.
Termino media hora después y con la tabla bajo el brazo desabrocho el velcro de mi tobillo, me sacudo un poco el pelo y comienzo a subir las escaleras de madera. Llego a mi terraza y dejo la tabla en una esquina de pie para que el agua se escurra, cojo una toalla y me seco un poco por encima, luego abro la puerta y cerciorandome de que no hay nadie cerca, atravieso corriendo el salón y subo las escaleras hasta mi habitación. Cierro las cortinas y la puerta de cristal que da a mi propia terraza y me meto en la ducha para retirar la sal de piel, que realmente me encanta, pero como me vea mi madre aparecer el primer día de clase con el agua de mar a lo mejor no vivo para contarlo.
Salgo de la ducha con la toalla alrededor de mi cuerpo y otra en el pelo para escurrirlo, abro el portátil y abro whatsapp web. Le escribo un mensaje a Nora diciéndole que ya he subido a casa y que no me apetece mañana empezar. Me echo crema y retiro la toalla del pelo para que se me seque antes.
Escucho la puerta principal abrirse y segundos después Nora abre la puerta como un huracán y se tumba en mi cama.
–¿Te has bajado sin mi? –dice enfadada mirándome enfadada. O eso se supone.
–Si, quería desconectar.
–Si quiri disquinictir. –me imita poniendo cara rara y rodando los ojos.
Nora. Mi mejor amiga desde que somos pequeñas. Surfeamos juntas desde que ambas aprendimos, compañera de Netflix, enemiga cuando hacemos apuestas, y mejor amiga por siempre jamás. La confianza no es una palabra, sino una realidad. Nos lo contamos absolutamente todo, y aunque todo el mundo dice que Nora está loca, cosa que es verdad, yo la quiero igual. Tiene el pelo rubio como yo y también largo, bronceada y alta.
–Cállate idiota, solo he estado media hora.
Me meto en el baño de nuevo y me pongo la ropa interior con un vestido estilo camiseta negro. Me peino un poco y de nuevo con la toalla lo sigo escurriendo.
–Pues yo he estado media hora escuchando a mi tía hablar de su nuevo novio, y ya te digo que especial, no es. –se queja.
–Pues haber venido a casa, que por caminar medio minuto no te mueres. –le digo saliendo del baño y cogiendo la mochila gris del estante de mi armario.
–Ya...
La puerta se abre y aparece mi madre con una sonrisa, como siempre.
–Vi, ha llamado Nona mientras no estabas, quería saber que tal estás para mañana.
–Gracias mamá, ahora iré a verla un rato.
– Vale cariño, Nora, ya sabes que si quieres algo lo tienes. –dice a modo de despedida.
–Gracias Eleanor. –dice Nora con una sonrisa.
Mi madre. Es una madre excelente, ha criado a dos hijos excelentes, y sigue criandome a mi. Siempre sonríe, y sin duda alguna es como una amiga más, le cuento cualquier cosa y siempre está ahí para mi. La quiero muchísimo. Vivo en casa con ella, mi padre y mi hermana Lily. Mi hermano Finn se fue de casa y se mudó a Nueva York, donde vive con su novia y su pequeño Cody, que tiene ahora dos años.

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Violet
Novela JuvenilMi nombre es Violet. Tengo 17 años y vivo en Victoria, Australia. Puede que mi vida no sea especialmente entretenida, pero es mi vida y para mi es increible. Me encanta hacer surf, es mi pasión desde pequeña. Vida normal, amigos y familia medio norm...