Cinco.

42 5 24
                                    

Ella.

Estaba hiperventilándome. ¿Le acabo de decir que me gusta? ¿Por qué? ¿Por qué dijo que no necesitaba novia teniéndome a mí? ¿Por qué le respondí eso? ¿Por qué está llamándome? ¿POR QUÉ ESTOY CONTESTANDO LA LLAMADA?

—¿Hola, Jota?—digo, sin saber si estoy preguntando o saludando.

—¿Que a ti qué?

Suspiro, seguro el tipo debe estar súper enojado porque su mejor amiga estaba "enamorada" secretamente de él, y ahora lo sabe, y... tal vez deba decir algo.

—Olvídalo, Jota. No importa.

—No voy a olvidar nada, A. Sí que importa. Dulzura, dímelo. ¿A ti te qué?

Me había llamado "dulzura". Cuando me lo escribía, el corazón me latía lo suficientemente fuerte como para hacerme inspirar y suspirar de una forma lenta. Y ahí estaba él, diciéndomelo. Escucharlo era tan distinto, como si todo se hubiese callado y sólo sus palabras se oyeran; pero cuando lo leía era como si todavía la gente se escribiera cartas en pleno siglo XXI. Y aunque las cosas románticas me dan asco porque nunca parecen lo suficientemente cercanas, me siento bien de vez en cuando. Entonces suspiro.

—Me gustas.

—¿Era difícil decírmelo?

Sonreí.

—Oh, no. ¡Qué va! Sólo estaba esa posibilidad de que dejaras de hablarme para siempre, y luego yo iba estar mal, y...—decidí dejar el sarcasmo para otro día—. Sí, era difícil.

—Jamás te dejaría de hablar sólo porque yo te guste, A. ¿Y sabes por qué?

—No...—susurro.

—Porque, y espero que no hagas ni digas nada malo, también me gustas. Mucho.

Siento mi sangre congelarse, mis mejillas sonrojarse y todo mi cuerpo erizarse. Sólo digo cuatro palabras.

—En mi casa. Ahora.

Y colgó.

.

Él.

Estaba en la puerta de su casa, sus padres estaban ahí, yo había tocado el timbre y sus padres habían abierto la puerta.

—¡Jota! ¡Qué alegría verte! ¿A qué se debe tu visita?—pregunta su madre.

Decidí decir la verdad. Porque, de todas formas, sus padres siempre me han amado y siempre me han tratado como si fuera un hijo de la familia.

—Le dije a su hija que me gusta.

Su madre esboza una cara de sorpresa (alegre, creo) y su padre sólo sonríe. Me da una palmada en la espalda y susurra.

—Pasaría tarde o temprano, hijo. Ella está en su cuarto.

Es su madre la que responde luego.

—Hazla bajar, se ha quedado todo el día ahí. Claro, después de aclararlo todo.

—Lo haré, en serio.

—Lo sé, confío en ti—responde ella. Y sé que estará bien. Sé que mis esfuerzos han valido la pena.

Arriba, la puerta de su cuarto se ve distinta. Ya había pasado cientos de veces por esa puerta color crema, pero hoy era distinto. Su inicial estaba colgada en la parte de arriba de la puerta en una elegante cursiva, regalo de cumpleaños de hace dos años que le di. Toqué la puerta. Se abrió. Me abrazó. Y luego me di cuenta de que estaba llorando. Mi corazón dio un vuelco. He llegado hasta aquí después de mucho tiempo, ¿y me reciben sus lágrimas?

Mis Cartas por MensajesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora