Veintiuno.

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Juan

Las noches son solitarias cuando no estoy a su lado.

¡Quiéreme de vuelta!, grito.
Pero aún no me escucho. Porque fue mía efímeramente.

~

Ella.

Mientras comemos fresas con crema en un parque de la plaza, le pido a Shin que me muestre sus poemas y cuentos que ha estado escribiendo las últimas semanas, pero sólo ríe y asiente, anunciando que lo hará cuando regresemos a Panamá, que, temiblemente, será mañana. Los días en Chiriquí se me hicieron cortos, a pesar de que visitamos los restaurantes y las plazas, y de que pasamos mucho tiempo juntos hablando de mil y una cosas. Y, aunque quiero ver a Juan y saber la verdad de una vez por todas, no quiero regresar.

—¡Ah, cierto!—suelta Shin de repente.

—¿Pasa algo?—el asiático me mira y asiente.

—Tu mamá me pidió que te diera una muy buena noticia—se gira un poco para verme de frente—. Va así. La llamaron de la escuela para decirte que te van a eximir de los últimos exámenes del colegio; por consiguiente...—lo interrumpo para imitarlo, con diversión.

—Por consiguieeeeenteee...—me mofo.

—¡No hablo así!—pero ríe conmigo—Por consiguiente, sólo debes ir hasta dentro de dos semanas. La última semana, después de fiestas patrias, la tienes libre, y de ahí sólo tienes que ir a la graduación oficial. Mi niña, estás toda crecida. Toda una señorita llena de mil y un buenas aptitudes para mil y un cosas. Ese es un cerebro—toca mi frente—inteligente. Vaya, eres toda una genio, saliendo de la escuela en octubre cuando todos salen en noviembre.

—Pff, ya quisiera ser...—pero luego proceso la información—¡Eh, esto es una buena noticia! ¡No tengo que estudiar para una nota los últimos temas! Shin Oppa, eres buen augurio.

Su sonrisa de repente me hace sentir que puedo superar mis problemas.

~

Él.

—Shin Oppa, eres buen augurio.
No se cansa de llamarme así.
Sonrío ante el cumplido y sigo comiendo las fresas con crema, hasta que noto que Amanda me sigue mirando.

—¿Tengo algo en la cara?—pregunto, llevándome la mano a la mejilla.

—No... O sea, es sólo que...—mira mi mano, la toma y la lleva abajo de mi labio inferior, quitando un poco de crema. Se queda callada un rato, luego de seguir tomándose un batido de vainilla.

—Amanda, pequeñuela, ¿qué pasa? Estás rara.

—Quería agradecerte—sólo la miro. ¿Qué me quiere agradecer?—Ya sabes, por el cuento de la otra vez. Realmente me ayudó a dormir y soñé, en vez de tener pesadillas. Gracias. Pronto te contaré lo que me tiene tan ansiosa. Lo prometo.

—No es nada. Pero debemos regresar a las cabañas. Es hora de regresar a la cuidad.

La veo suspirar mientras asiente a mis palabras. No parece emocionada de ir a Panamá a ver a su novio. Y eso es muy raro, porque ella suele hablar mucho de Juan. No es que yo extrañe esas conversaciones, la verdad es que siempre me ha incomodado el hecho de hablar de ese chico porque, hasta un punto, siento qué hay algo que no me cuadra. Sobre todo, desde la pintura del lunes. Ahí confirmé que había algo raro. Amanda siempre parece emocionada de tenerlo en conversación, así que no digo nada, pero últimamente parece no querer saber nada de él, y eso me preocupa. ¿Será que a mi Loto le ha pasado algo malo? ¿Tiene que ver con lo del lunes?

Mis Cartas por MensajesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora