Treinta.

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Ella.

Faltan poco más de una semana. Siete días y cinco horas, para ser exacta. Estoy que me muerdo las uñas, pero, mientras me quito el esmalte negro para colocarme brillo fortificante, recuerdo las cartas de Shin, quien ahora se encuentra en su recámara estudiando para su último examen antes de las vacaciones de "una" semana, y me decido por releerlas.

Él llegó, con una taza de té por la mañana de aquel sábado, el día después de cuando pudimos en broma y en serio revelar la relación entre Jong y K, y simplemente se quedó unos segundos viéndome, callado, mientras dos cajas de cartón de tamaño medio, negras, nos separaban. Parecía que quería decir mil y un cosas a la vez, y que su mente iba a explotar por la cantidad de información que quería soltar; sin embargo, empezó abriendo la primera caja, dejando mostrar un montón de sobres negros, y un papel, doblado en tres partes iguales, encima de ellos. Me miró, como nunca lo había hecho, y esperó unos segundos para hablar:

Esto es algo que te quise dar desde hace mucho. De hecho, se supone que estas cartas las debiste haber leído hace cuatro años, más o menos. Para el tiempo en el que regresé por el verano pero tú estabas en Chiriquí por tu trabajo de voluntariado juvenil. Ya tenía cómo escribirte, pero, como así soy yo, nunca me dio por preguntar tu número, quizá porque pensé que tenía más importancia, si venía de mí, una carta escrita a mano con todas las peculiaridades que estas conllevan por todos esos secretos que compartimos a tinta y a letras. Me disculpo de todo corazón por no habértelas dado antes, pero juro que pensé que las habías recibido. El resto de la información está en esa nota blanca y... espero que me perdones.

Cuando terminó de hablar, se levantó, y quise correr tras él cuando se fue a su cuarto, pero la vida real no está llena de cursilerías y casualidades bonitas, así que decidí quedarme abajo, leyendo cada una de las cartas.
    Llenas del cariño característico de Shin.
    Llenas de palabras bonitas explicando lo mucho que amaba el país en el que estaba.
    Llenas de la alegría característica de Shin.
Pero, a medida que leía más cartas, noté cómo su emoción al "escribirme" se apagaba. Tenía sentido: pensaba que no respondía sus cartas, o que no las leía, o que no las recibía y, pronto, muchas de esas cartas se convirtieron en diarios, escribiendo lo mucho que quería volver a ver a su amiga, lo mucho que extrañaba la gente de Panamá y lo mucho que quería volver, para entender el misterio de mi desaparición. Por supuesto, todo estaba entre líneas. Todo parecía una historia que nunca terminaba y que siempre parecía dar vueltas alrededor de la misma situación: aquella soledad inexplicable que el autor estos mensajes de como mucho tres líneas cada uno, escritos en tres diferentes idiomas, que buscaba ser eliminada por el escritor.

"Hoy caminé por las calles de Seúl y olvidé, por un momento, quién era. Porque estaba caminando con las manos tiesas, aún cuando hacía una calor de desierto. Dentro de mi cuerpo, corría un frío aún mas fuerte que el infierno."

Y lo entendía, porque sé que para él el infierno es no poder expresarse. No poder comunicarse. Y, como ese mensaje, habían muchos otros. Suplicando no estar solo. Suplicando encontrar un alma que lo comprendiera. Como un libro que una vez leí en secundaria, el genio buscaba desesperadamente alguien que entendiera sus referencias...  Y, mientras leía, me pegó la realización de aquello que no había visto: todos estos años que estuve esperando que alguien entendiera cómo soy..., traté de buscar y encontrar ello en Juan. Me obsesioné con gotitas de amor que maquillaban el ser de un alguien aún más obsesivo que yo. Guardo la última carta. ¿Quizá debería acercarme a Shin, después de que hubiésemos estado tan distantes estos días, para por fin decirle que he entendido lo mucho que me había extrañado? ¿Decirle, de una vez por todas, que entiendo cada una de sus palabras de soledad? ¿Decirle que me siento incomprendida en un mundo lleno de competencia? Pero no sé siquiera si es eso lo que quiero. Sé que quiero decirle lo mucho que necesito de su compañía en estos momentos. Que no importa que me haya dado estas cartas tardías, porque no es su culpa que, detrás de todo aquello, un ser humano escurridizo y de baja autoestima haya decidido jugar con las emociones de una persona. Porque eso ha hecho: se ha encargado de crear una farsa desde un personaje que no es. Y, cuando ha sacado su verdadero "yo", ha perdido todo por lo que cree haber luchado. Pero hasta eso ha sido unas farsa, pues no ha luchado por nada más que por hacer creer a la gente que es una buena persona.

Mis Cartas por MensajesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora