La única virtud que Lía podía concederle a Robert Ringham era el de ser un hombre de palabra. Su carruaje había salido para Herefordshire al medio día, librándose, ambos, de otro encuentro incómodo, ahora era libre de disfrutar el resto de la temporada en paz.
***
Para empezar, Lady Higgins había invitado a sus amigos a una cena en su casa, esto para alivianar la pena del padre y la hija tras la despedida de su querido hijo y hermano. Bastante tiempo tuvo la señora el día anterior para darse cuenta que la familia era muy apegada y cómo tras la muerte de la querida la señora Ringham sus lazos se había fortalecido aún más. A diferencia de Lord Vieuxford, para el señor Ringham su mayor tesoro era su familia; el dinero y tierras, aunque había trabajado duro para conseguirlos y hacer crecer su fortuna, caía en un segundo plano y constituía únicamente en un beneficio para que la familia viviera de una forma más cómoda y en un futuro sirviera como un cimiento para que sus queridos hijos pudieran encontrar la felicidad doméstica y estabilidad económica que él había disfrutado; tal cualidad le impresionó enormemente a Lady Higgins y se alegró mucho de que su querida Lía hubiera entablado amistad con tan honorables personas, sólo ella y Dios sabían los enormes deseos que tenía de ver a Lía ser parte de una familia como aquella.
Su esmero por animar a sus amigos dió frutos, aquella noche fue espectacular; Lady Higgins era una gran anfitriona; además de la exquisita cena, la compañía era la mejor. El único ausente de la noche fue Lord Vieuxford, quien rechazó la invitación alegando asuntos más importantes con ciertos caballeros de la nobleza; si bien la baronía estaba en el último escalón de la nobleza, el hombre poseía una inteligencia y una astucia para los negocios que le habían forjado una fortuna equiparable con la de un conde, lo que le habría paso para tratar con nobles de alto rango, quienes solían pedirle consejo en todo lo relacionado a los negocios y a como incrementar su dinero; por lo que, en comparación, el pasar la noche con su hija y conocer los amigos de ésta era una simple pérdida de tiempo.
Después de la cena las jóvenes entretuvieron a los mayores con sus dotes artísticas, Lía con el pianoforte y Kathryne con su hermosa voz; su talento no tenía igual, a la señorita Lowell siempre se le había dado bien la música, sabía tocar con destreza cinco instrumentos musicales distintos y la voz angelical de la señorita Ringham no se quedaba atrás, eran un dúo perfecto. Al terminar su presentación sus amigos prorrumpieron en aplausos.
—¡Qué talento!— exclamó el señor Ringham aplaudiendo de pie frente a las jóvenes— eso fue extraordinario, señorita Lowell me declaro un ferviente admirador, ¡Jamás había escuchado una interpretación de esa calidad y con esa pasión! ¡Sus deditos bailaban sobre ese teclado!
-¡Ay Lía, es verdad! ¡Casi no me podía concentrar en cantar por estar escuchando tu interpretación - Kathryne miraba con admiración a su amiga y sus manos estaban enlazadas sobre su pecho en señal de emoción.
- ¡Dios, pero si fue tu voz la que me tenía impresionada! ¡Estaba tan inspirada solo de escucharte!-su admiración era sincera y sus ojos verdes brillaban como nunca- ¡Cualquiera hubiera confundido tu canto con el de un ángel!
La auténtica Lía se mostraba esa noche, natural y desinhibida, si el joven Ringham hubiera estado presente bien hubiera caído de espaldas, fue el único momento de la noche en la que Lía se permitió pensar en él, y sólo por el simple hecho de pensar que le hubiera gustado verle la cara de póker tragando sus propias palabras, pero luego pensó que no tenía que demostrarle nada y desvió sus pensamientos a sentimientos más gratos.
- Niñas, niñas -llamaba a la calma Lady Higgins mientras movía sus manos arriba y abajo para tranquilizarlas- sin duda son talentosas, no hay duda de que esta temporada los caballeros tienen dos diamantes en bruto como debutantes.
-¡Vaya forma de desalentarme, Lady Higgins! Si tocar el piano va a traerme pretendientes a partir hoy sólo voy a tocar a solas-soltó Lía, burlona.
-¡Cielos, no sabía que el matrimonio la ofendía tanto, señorita Lowell! -se sorprendió el señor Ringham- prometo no emparejarla con nadie, pero por favor no nos quite la dicha de volver a escuchar su música.
Lía se apenó de haber dicho tal cosa en frente de sus amigos, o más bien frente al padre de su amiga, no quería que pensara que era soberbia.
-Dis-discúlpeme, señor Ringham, no quise decir... con gusto interpretaré el piano si usted me quiere escuchar- con el rostro como un tomate y su cabeza gacha Lía se sentó en el sofá, junto a su amiga.
-No tienes que apenarte por expresar tus pensamientos, querida -dijo comprensivo mientras la miraba con ternura- solo me extraña que una dama tan hermosa como usted no quiera casarse.
-Padre, no es que Lía no quiera casarse o que odie a los hombres-empezó Kathryne, tratanto de defender a su amiga-es solo que...
Todas las miradas se volvieron hacia Lía y ésta sintió la necesidad de aclarar las cosas de una vez por todas, de igual forma, la temporada apenas empezaba y era bueno poner en sobreaviso a sus amigos antes de que alguno sugiriera algún enlace.
-El padre de Lía no la dejará casarse con un hombre que no cumpla sus expectativas, señor Ringham-dijo Lady Higgins rompiendo el silencio - en estos momentos esta buscando casarla con un hombre honorable, treinta años mayor que ella, es normal que Lía no quiera ser deseada por un caballero y enamorarse, si sabe de antemano que tal vez no pueda estar con él.
Esa primicia zanjó el tema, aunque la expresión de asombro se asomó por la cara de el señor Ringham, al ver que las damas se quedaron en silencio y con su vista hacia el piso no hizo más preguntas y para tranquilizar el ambiente luego de esa revelación cambió de tema de conversación, acción que agradecieron todas las presentes y pronto el buen humor volvió a reinar en la sala. Aunque la respuesta de Lady Higgins la había tomado por sorpresa, no pudo evitar sentir una oleada de amor por la señora, jamás había imaginado que la mujer la entendiera tan bien y por el tono que usó al hacer el comentario dejó claro que estaba en desacuerdo con Lord Vieuxford.
Sabía bien que la relación de Lady Higgins con su familia se debía sólo a la vieja amistad que tuvo con su madre y que cuando ésta supo que su querida amiga iba a casarse con un futuro Barón ésta no se alegró mucho de la noticia ya que había escuchado cierto rumores del carácter del joven, pero su amiga estaba tan enamorada que la terminó apoyando y, tras su muerte se esforzó por mantener la amistad con el hombre, sólo por los hijos de la pareja, gracias al cielo era viuda de un baronet adinerado y cumplía con los estándares de status de la sociedad suficientes para que éste la aceptara y así, ella pudo mantener su influencia en la familia y hacer de consejera y guía para los pobres niños.
Para Lía, luego de la muerte de su madre, su pequeño hermano y Lady Higgins fueron su único soporte y su razón de vivir; los últimos meses había estado deprimida tras la partida de su hermano a Eton, pero ahora, junto a sus amigos, podía volver sentir la calidez de ser amado, era afortunada de haber encontrado a Kathryne, su naturaleza dulce y gentil le habían brindado a Lía una calidez que no había sentido en mucho tiempo. El amor paternal no era el fuerte de su padre, o el amor en sí, sabía cómo ser un hombre encantador y hasta tenía ciertas virtudes, pero no era un hombre de afectos apasionados, su único interés eran los negocios y su posición social; y ahora al conocer al padre de su amiga había conocido en él un cariño paternal con el que nunca había soñado. El señor Ringham la trataba como una hija, admiraba sus virtudes y talentos; y para ella, que siempre había sido un adorno más en su casa, aquel gesto significaba todo el agradecimiento del mundo, ante los ojos de su padre su única utilidad era la de conseguir un marido rico y con título, ante los ojos de los Ringham ella era una valiosa amiga.
Esa noche, Lía se vio rodeada de un ambiente cálido del cual no había disfrutado jamás, simplemente no recordaba haber sido nunca tan feliz, y ese sería solo en comienzo de una serie de veladas encantadoras; las reuniones sociales y bailes eran solo la cereza del pastel pues el mayor encanto de esa temporada era la compañía.
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El disfraz de una dama ©
Historical FictionA sus veinte años, Lía es una joven sin ninguna aspiración romántica; juró jamás entregar su corazón a sabiendas de que nunca podrá casarse por amor, por lo que espera con anhelo que su juventud pase para poder abandonar los salones de Londres cada...