Capítulo 18

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Lía caminaba de un lado a otro sin parar, hacía varios minutos que esperaba frente a la puerta principal pero aún no había llegado nadie, ahora que se encontraba sola se arrepentía de haber sido tan impulsiva y haber atendido al joven sin supervisión, esperaba no haber empeorado el estado de Robert, el verle tan pálido e indefenso le había conmovido demasiado y su preocupación por él cegó su juicio.

El sonido de un carruaje que se acercaba la sacó de sus cavilaciones y pronto vió como la señora Beans recibía a los recién llegados.

- ¿Cómo está Robert?- preguntó el señor Ringham con un hilo de voz, estaba casi tan pálido como su hijo.
- Descuide señor, el joven Robert está en perfecto estado, gracias a los cuidados de la señorita Lowell- respondió la señora de forma tan dulce que a Lía le había resultado difícil reconocerla de no haber estado presente.

Un par de brazos rodearon a Lía sin previo aviso y la joven no pudo hacer más que consolar al acongojado señor. Otro hombre alto y de cabello canoso fue recibido en la puerta y pronto fue dirigido por el señor de la casa hasta el cuarto del herido.

- ¿No crees que ya has comido suficiente de esa tarta de manzana?- inquirió Fanny al ver a su ama, sentada a la mesa de la cocina, desahogando su preocupación con aquel postre- creí que no te importaba lo que podía o no pasarle al joven Ringham.

Esto último fue apenas audible para Lía, pero aún así se sintió apenada como si todo el personal de la cocina pudiera oírla, por lo que dio un respingo al ver a la señora Beans tras ella, solicitando que la acompañase. «El señor Clifford quiere hablar con usted» había dicho, y Lía inició una lista mental de todo lo que podía o no decirle el cirujano, sin darse cuenta sus manos comenzaron a sudar. Por un momento creyó que se dirigían a la habitación de Robert pero en vez de eso, el ama de llaves la condujo al estudio del señor Ringham, ubicado en el primer piso, donde la esperaban el señor de la casa y el cirujano.

- He hecho algo mal, ¿cierto?- preguntó sin pensar, totalmente invadida por los nervios y sus manos comenzaron a temblar.
- ¿Mal?- el señor Ringham no pudo contener la risa- ¡todo lo contrario, mi niña! Señor Clifford, le presento a la señorita Lowell, fue ella quien atendió a Robert antes de su llegada.
- Es un placer conocerla- dijo cortesmente y, al notar el nerviosismo de la joven añadió- solo quería felicitarla por el buen trabajo realizado, la herida fue atendida a tiempo y sin duda eso ayudará a la recuperación del señor Robert, fue una suerte que usted supiera atender este tipo de accidentes, no quería irme sin antes hacérselo saber.

El calor volvió al cuerpo de Lía y se recuperó rápidamente mientras suspiraba aliviada, Robert estaba bien, había logrado ayudarlo. El señor Clifford se despidió prometiendo volver a visitar al paciente para vigilar su recuperación y cuando ya se había ido el señor Ringham se acercó a su lado.

- Luces exhausta, querida, deberías ir a descansar- dijo cariñosamente, colocando su mano sobre el hombro de la joven- ya has hecho demasiado por hoy y creo que jamás tendré como pagarte este favor.

Lía sonrió enternecida por las palabras del señor y sin oponerse a la solicitud de éste se marchó a descansar, excusándose de antemano por su ausencia en la cena. No había puesto la cabeza sobre la almohada cuando cayó dormida, la preocupación había absorbido todas sus energías y cuando apenas pudo relajarse entró en un profundo sueño del que no despertó sino hasta el día siguiente.

El sol brillaba con intensidad y colaba sus rayos por las ventanas, Robert observaba desde su cama como pequeñas motas de polvo caían sobre la alfombra de color vino oscuro e intrincados ornamentos dorados.

Hacía unas veinte horas que se encontraba encerrado en su recámara y ya estaba volviéndose loco, el día anterior el cirujano dió la orden de permanecer en absoluto reposo por lo que no había podido salir de la habitación ni un solo minuto desde la partida de éste, si su hombro hubiera sido el único golpe recibido ya estaría dando vueltas por la casa, pero su tobillo se encontraba luxado y debía permanecer al menos un día en reposo, y sin hacer caminatas largas por al menos una semana, montar a caballo era una actividad prohibida por lo menos por un mes y su familia se había tomado tan enserio las indicaciones que habían hecho lo imposible para no dejarlo salir de su habitación.

El disfraz de una dama ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora