Capítulo 2

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El ruido y la multitud la sobrecogieron al entrar al salón, poco a poco se abrió paso entre los invitados. Ahora más que nunca se arrepentía de su ridícula vestimenta, nunca le había importado llamar la atención de los hombres, desde hacía varios años sabía que más le valía quedarse soltera de por vida, pero su belleza natural siempre había causado una gran impresión en los caballeros y a sus veinte años ya había rechazado a más de una docena de pretendientes, el que un hombre joven y apuesto le echara en cara lo poco atractiva que la encontraba y de paso la tratara como una mujer vulgar le hacía hervir la sangre, esperaba no verlo nunca más.

Lo único que le satisfacía en ese momento era el ardor en la palma de su mano, porque sabía que en algún lugar de esa casa se encontraba un hombre con una mejilla enrojecida y dolorida. No pudo evitar sonreír al recordar la escena, pero fue devuelta a la realidad cuando una mano se sujetó a su hombro.

—¿Lía? ¡Dios, no mentías cuando dijiste que querías alejar a los hombres de ti!

Una joven de cabello cobrizo y los ojos color miel la miraba con ternura. La simple imagen de Kathryne la hizo olvidar todo el enojo y bochorno que sentía; después de un largo tiempo por fin podía ver a su amiga y sin pensarlo dos veces se le echó en brazos. Kathryne se había ganado un lugar muy especial en su corazón durante su tiempo en la escuela, en Bath, donde pasaron tres años juntas compartiendo confidencias y apoyándose la una a la otra.

—¡Por Dios, Lía! ¡No vayas a ponerte a llorar!

—¡Es de alegría, Kate!- respondió mientras secaba las lágrimas que le resbalaban por las mejillas- ¡Tenía tantos deseos de verte! Tengo tantas cosas que contarte, ¡si supieras lo sucedió hace solo un momento!

—Querida, quiero escuchar todo lo que tengas por decir, pero ¿podemos ir a otro lugar? - acercándose a su oído susurró- ¿has visto el aspecto que tienes? Déjame arreglarte un poco.

Lía soltó de su abrazo a su amiga, y muy obedientemente la siguió mientras ésta la conducía fuera de la multitud. Kathryne se detuvo ante una mesa y se sirvió una copa con agua, luego prosiguió su camino, no fue hasta que Lía visualizó la puerta de la biblioteca que cayó en cuenta de a dónde la llevaba su amiga.

—¡Oh no! ¡No podemos entrar ahí!- gritó asustada- ¡Ahí hay un hombre horrible!

Sólo el pensar que se volvería a encontrar con aquel sujeto le ponía los pelos de punta. Sin embargo, Kathryne prosiguió su camino, Lía observaba a su amiga acercarse más y más a la biblioteca hasta que finalmente abrió la puerta y observó la estancia, luego sin inmutarse la vió entrar a ella. Esto la hizo convencerse de que el hombre ya no se encontraba ahí, así pues se dirigió ella al mismo lugar del cual había huido minutos antes.

Al entrar, encontró a su amiga cerca de una mesita junto al sofá donde había visto a la pareja, la copa de agua reposaba sobre la mesita y la joven intentaba sacar un pañuelo de su ridículo.

—Ahora ven y siéntate aquí- dijo Kathryne mientras señalaba el sofá- quiero que me cuentes la historia del caballero horrible, mientras yo trato de ponerte presentable.

Lía obedeció a su amiga y mientras ésta sumergía con cuidado su pañuelo en la copa de agua, ella empezó su relato sobre la señorita Steele. Kathryne escuchaba con paciencia y ocasionalmente respondía con un «oh» lleno de asombro. Lía se sentía bien desahogando sus penas con su amiga, así había sido siempre, pero ahora al tenerla de nuevo a su lado la hacía sentir enormemente feliz, la ofensa que había recibido por parte del caballero ahora era casi un chiste, ambas reían de las palabras del hombre ya que siendo sinceras Lía había actuado como una auténtica chiflada, Kathryne reía aún más al escuchar a su amiga contar el relato de cómo se había salvado de la compañía de su padre esa noche y cómo había gastado ésta el dinero que le había dado para un traje de gala fino en el peor vestido de la tienda.

El disfraz de una dama ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora