Era costumbre que cada mañana los habitantes de Willow Hall recibieran noticias de sus familiares o amigos, Lía estaba acostumbrada a verlos sumidos en sus lecturas mientras ella disfrutaba de su desayuno y se enteraba de las buenas nuevas, pero ese día, como cada jueves, Lía leía una carta con interés, era la cuarta que recibiera desde su llegada a Herefordshire.
Aunque su querida amiga y mentora le había dado la libertad de estar sin supervisión durante su visita a los Ringham, cada semana se tomaba el tiempo para preguntarle a la muchacha sobre su estado y sobre su comportamiento, Lía tomaba esas oportunidades para confesarse por las faltas cometidas, aunque sin mucho detalle para que su amiga no se alterara demasiado. La misiva de esa mañana era corta, sin embargo le intrigaba lo que la señora quería decirle con ella.
Quería Lía,
Bien deseara yo estar a tu lado para que pudiéramos recorrer juntas los hermosos parajes que describes, pero me temo que he de quedarme unas semanas más con mi querida prima, quien por cierto te envía todo su cariño, estoy segura que compañías más gratas pueden acompañarte en tus paseos. Cuando por fin dejes tu tozudez de lado tal vez encuentres un motivo para ser feliz, no temas a vivir después de todo «el destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos» no dejes que la sombra de tu padre te impida soñar.Con amor,
Cassandra.Kathryne pareció comprender la confusión de su amiga porque se aventuró a preguntar si todo se encontraba bien con Lady Higgins.
- Bien, bien… aunque tal vez esté leyendo mucho Shakespeare, me ha dado un sermón un tanto extraño.
-¿Cómo así? ¿ahora que has hecho?
- Nada. De seguro es la edad…Y sin darle más importancia al asunto continuó comiendo su desayuno, no sin antes mirar de reojo al muchacho que se encontraba sentado frente a ella, pero no contaba con que Robert le devolviera la mirada y mucho menos una tan llena de malicia y burla, el joven cubría la mayor parte de su rostro tras el periódico, pero Lía juraba que tras él escondía una sonrisa sardónica.
Desde la visita de las Abbot a Willow Hall, los dos jóvenes habían comenzado a relacionarse más, ya no se ignoraban o evitaban, más bien disfrutaban lanzarse comentarios mordaces o jugarse bromas pesadas, esto, claro, fuera de la vista de su familia, que creía ciegamente que ambos llevaban una relación si bien no era amistosa, cordial.
***
Tomando el consejo de Lady Higgins le pidió a su amiga que la acompañara a dar una caminata por los terrenos, pero Kathryne declinó la invitación alegando tener una clase de arquería y, como Lía no sentía afición por las armas, terminó yendo sola.
Comenzó su trayecto en el vergel, amaba caminar entre los árboles frutales y robó una tentadora manzana que colgaba de una rama baja, no se dio cuenta que había recorrido por completo el lugar hasta que se encontró con la parte trasera de la mansión, pasó por los establos y se tomó un momento para saludar a Dulzura, luego se fue en dirección al nuevo granero, hacía unos días que lo habían terminado, Robert había comentado entusiastamente en la cena sobre lo satisfecho que se encontraba con la obra final y se sentía orgulloso de haber colaborado en su construcción. Pensó para sí que le habría gustado ver al hombre en acción, siempre le había parecido interesante el ver a las personas ejercer su trabajo, era como conocer una nueva faceta en ellos, y tras haber visto al joven con su indumentaria laboral el día de su llegada a la casa, seguía curiosa de verlo rebajado al trabajo de un peón.
Su curiosidad se vio satisfecha al divisar al joven a unos cuantos metros, una hilera de unos diez trabajadores lo acompañaban con pala en mano y enterrados en barro, sin pensarlo dos veces caminó en su dirección hasta estar a unos cinco metros de distancia, los hombres cavaban una zanja algo profunda, el sonido del metal al penetrar en la tierra era hipnótico, al igual que el observar como ésta volaba en el aire hasta caer nuevamente al suelo formando una pila de tierra.
ESTÁS LEYENDO
El disfraz de una dama ©
Historical FictionA sus veinte años, Lía es una joven sin ninguna aspiración romántica; juró jamás entregar su corazón a sabiendas de que nunca podrá casarse por amor, por lo que espera con anhelo que su juventud pase para poder abandonar los salones de Londres cada...