Robert jamás había sido tan consiste de la belleza de Lía como en ese preciso instante, en el que estaba a solo unos cuantos centímetros de ella. Sus ojos verdes lo hechizaban y deseaba perderse en ellos para siempre, su delicioso aroma lo embriagaba y sus labios...
Minutos antes paseaba distraídamente por el vergel cuando de pronto escuchó un grito y sintió que algo caía sobre él, iba a proferir un insulto cuando se percató de que era la joven quien había caído de un árbol; con sus ojos abiertos de par en par y su cabello cubierto de hojas lo miraba con cara de sorpresa, inhabilitada, al parecer, de poder decir palabra alguna.
El muchacho se encontraba en la misma situación, su corazón parecía querer desbocarse y apenas podía respirar de la emoción. Nunca ninguna mujer había despertado su interés como ella, no se sentía atraído sólo por su físico sino por su personalidad, sus gestos, su intelecto... una simple mirada de la joven le evocaba una marea de sensaciones y su sonrisa tenía el poder de sumirlo en un intenso júbilo, no era de extrañarse que al sentir su cuerpo contra el suyo éste sintiera un fuego palpitante que le recorría por completo, quería besar su boca entreabierta y estrecharla entre sus brazos.
En un acto involuntario, Robert levantó su brazo y fue quitando una a una las hojas que se incrustaban en el cabello de la dama, ella lo miraba impávida, cuando hubo terminado la tarea, deslizó su mano tras el cuello de la joven, ésta dio un respingo al sentir la caricia pero no lo rechazó, al igual que no se inmutó cuando el joven la acercaba lentamente hasta su rostro hasta sentir su respiración sobre su piel, fue entonces cuando despertó.
«Me estoy volviendo loco» pensó. Robert yacía tendido en su cama, su cuarto se encontraba en penumbra pero podía escuchar el canto de las aves en el exterior. Apenas hacía dos días que había descubierto sus sentimientos por la joven y ahora no se la podía sacar de la cabeza, si continuaba así no iba a ser capaz de mirarla a los ojos.
De un salto se levantó de la cama y, sin esperar a su ayuda de cámara, comenzó a vestirse. Necesitaba ocuparse con algo; a petición de su padre había permanecido los últimos días en casa, pero ese día aprovecharía la ausencia de éste para ponerse al día con el trabajo y con suerte, sacarse a la joven de la cabeza.
- Fue sólo un sueño, Robert- tuvo que repetir en voz alta para olvidar la escena que hacía unos minutos parecía tan real- un tonto sueño...
Ya había salido de su recámara y cruzaba el pasillo velozmente pasando frente a la biblioteca cuando escuchó una risa y se paró en seco. Una figura se asomó por el rellano de la puerta, con el cabello negro cayendo sobre sus hombros y con un libro en su mano.
- No sabía que tenía la costumbre de hablar solo- dijo Lía, burlona- cuénteme ¿qué tipo de sueño lo ha levantado tan temprano de la cama?
- ¿Q-qué está haciendo aquí?- dijo azorado, no esperaba encontrarse con la dama a esas horas de la mañana.
- Lo mismo que usted, supongo- respondió haciendo un gesto con sus hombros en señal de resignación- he tenido un mal sueño y no he podido volver a dormir... así que vine a la biblioteca a buscar algo para leer, y entonces lo escuché hablando sólo, ¿qué ha soñado?
- Nada... ¿Qué hay de la pila de libros que se llevó hace unas semanas?- dijo cambiando de tema.
- Ya los he leído todos... ¿fue una pesadilla?
- No.
Robert quería irse cuanto antes, no entendía la insistencia de la joven con el tema, parecía divertida con la situación pero él comenzaba a impacientarse.
- Entonces tuvo suerte... yo he soñado con mi madre, es una pesadilla recurrente del día en que murió. Yo estoy con la niñera y escucho a mi madre gritar, - comenzó a relatar- pero mi padre no me deja ir con ella y le dice a mi nana que me lleve a otra habitación lejos de ahí, pero yo logro huir y corro en dirección a la habitación de mi madre, los gritos cesan y son sustituidos por el llantó del bebé, de mi hermano... al llegar, la puerta se abre y logro ver a mamá, inmóvil en su cama, su rostro pálido como la cera y un pozo de sangre a su alrededor, luego siento mi rostro arder, mi padre me sarandea y grita, pero no logro escuchar lo que dice sólo puedo sentir un nudo en la garganta que me ahoga, finalmente, Fanny me toma en brazos y todo se vuelve oscuro.
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El disfraz de una dama ©
Historical FictionA sus veinte años, Lía es una joven sin ninguna aspiración romántica; juró jamás entregar su corazón a sabiendas de que nunca podrá casarse por amor, por lo que espera con anhelo que su juventud pase para poder abandonar los salones de Londres cada...