C A P Í T U L O 21º

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     Un aire frívolo se apoderaba de aquellos que sin lugar a dudas alzaban su mirada, observando el delicado corte que la espada desenvainada, advertía ferozmente ante la presencia de aquel dios. El mismo ser que había impartido terror entre los demás piratas, pero aquel sentimiento era aún más inferior a que logré percibir dentro de mí ¿Habría alguna conexión con aquella presencia? ¿Acaso aquellas palabras estaban tan bien escritas, que ni siquiera mi propia alma pudo liberar sus secretos? ¿Acaso aquel hombre parado frente a un ser divino, no poseía miedo ya?

     Poco a poco la mirada del dios cambió. Tornándose oscura y misteriosa, mientras que sus facciones se volvían aún más peligrosas.

       —Cómo te atreves, humano miserable ¿Acaso no sabes quién soy? Incluso los dioses más enaltecidos por sus tristes culturas, rezarían ante mí. Sus almas no son más que simples esperanzas fugaces, que pronto desaparecerán de la tierra. El mismo lugar donde soy rey y amo de sus finales y comienzos, de sus aventuras y prejuicios —Hizo a un lado la espada, disolviéndola a los ojos del mismo capitán, volviéndola nada más que un triste olvido en la memoria de su tripulación—. Yo. Triste miseria. Soy Moros. Dios del el comienzo y el final, el mismo que escribe sus vidas. Soy amo y rey del destino mismo.

     Ahora podía reconocer la verdadera razón de por qué Hipnos ayudó a Atena. Moros ya había escrito el destino de Leto y sus hijos. Sin querer, unos cabellos fueron liberados de su eterna estancia, siendo aquel libertador, el aire mismo que se difundía entre los huesos de la tripulación.

     Una marca se dejó ver, una herida aun latiente se podía observar mientras la mirada de todos se centraban en aquel distintivo. Aunque no lo quisiera, podía sentir una presencia en esa lesión. La presencia de Atena. Pero ¿Era acaso que el deber de Hipnos también conllevaba a presentar a la diosa frente a Moros? ¿Qué habría pasado? ¿Sería que el destino estaba verdaderamente escrito? No podía esperar más, debía regresar al pasado cuanto antes.

       —Selene, no estamos a salvo con la presencia de Moros. Es un dios oscuro, hijo de Nix y hermano de Tánatos y Hipnos. Rey de aquellos que temen al destino y vengador de las ofensas hacia aquellos dioses que son principalmente importantes —Comentaba Iseo detrás de mí, queriendo ocultar a toda costa, los temores que sentía. Aun así debíamos permanecer firmes, pues un verdadero guerrero no ha de dejarse vencer tan fácilmente por un truco más del siniestro destino.

       —¡Han de morir en alta mar! Nunca más volverán a ver la luz de la mañana, sus cuerpos vagarán por las inmensas olas del océano, intentando recordar cual fue su sentencia, pero no han de preocuparse, pues el mismo destino se encargará de ver sus vidas completamente borradas de la historia —Insinuaba moros, deshaciéndose de su túnica negra, dejando ver el verdadero paladín y armadura con la que contaba. Ni siquiera la luz era lo suficientemente fuerte como para traspasar aquella indumentaria—. Por miles de años ustedes pusilánimes humanos, han sido velados y cuidados por el destino, pero no todos merecen aquel privilegio y hoy han de ser sentenciados por la corte del mismo.

       —Mis días en el mar han sido muchos más que tu simple vocabulario. Aquella muestra de poder, no es más que un simple lamento de lo que realmente puedes llegar a ser y sin demostrar tu valía, has intentado infundir caos en mi navío y en las almas de mis compañeros. Escucha bien Moros, yo no te tengo temor, pero sé que hay alguien que no dejará que juzgues en vano —El capitán se estaba acercándose, liberándose de sus armas y caminando lentamente hacía la presencia del dios—. ¡No dejaré que mi leyenda acabe de esta manera! ¡Y menos con un dios resignado a morir!

       —¡Insolente! —Gritó Moros, creando una esfera entre sus manos. Aquel báculo que tenía se había convertido en esa extraña luz de poder, la misma que estaría a punto de amenazar con todas las vidas.

       —¡Espera! ¡Por favor, espera! —Interrumpí llamando la atención de Moros, escondiendo todos mis pensamientos y sentimientos, los mismo que no se detendrían hasta verme consumida por un eterno lamento y perturbación. Caminaba incesante, cortando el aire frívolo y irrumpiendo entre los temores de los piratas, cautivando el poder de Moros.

       —Pero que tenemos aquí. Así que tú eres la aclamaba por Apolo. Al parecer he tenido suerte en encontrarte, creo que terminaré con la aflicción del pobre, matándote de una vez a ti y a toda tu estúpida tripulación —La misma fuerza estaba ejerciendo presión dentro de mí ¿Acaso mis fuerzas serían rendidas por aquel presentimiento?

       —No os dejes confundir, los recuerdos no son más que simples vicios del destino, no son más que humo entre los días del amanecer y en las noches de temor se convertirán en aquellas bellas flores de tu perdición —Enunció la misma voz en mi interior, sorprendiendo a más de uno.

     Sabía que aquella presencia no traería nada bueno para mis temores, pero por alguna razón esta era la una salida ante la fuerza de Moros.

       —He aquí tu celda abierta —Dije mientras las mismas marcas de mi muñeca se convertirán en una luna creciente e interminable de admirar.

     Un fuerte dolor se liberó por todo mi cuerpo, colmando mis venas, recorriendo todo mis pensamientos y sentidos, reclamando mi ser como suyo, resplandeciendo su aura y el fulgor del que tanto temía, mientras los ojos de aquel frágil destino se atemorizaban al conocer lo que verdaderamente me poseía. Poco a poco la misma fuerza se estaba liberando. Pero ¿Acaso sería capaz de liberarla por completo?

       —¡Tú! —Exclamó Moros mientras lanzaba su ataque—. ¡Me da igual quien seas, mi poder no conoce límites! ¡Selene de luna! —Terminó dejando ver el verdadero poder con el que dotaba—. ¡Los hilos del destino jamás dejaran de tejerse!

     Una inmensa luz tiñó los cielos de rojo, las aguas de un negro infortunio, mientras que las lamas de los tripulantes, rezaban por la redención de aquellas mismas.

     El fulgor se extendió destruyendo de un solo corte el ataque, dejando volver la realidad y deshaciendo por completo el hechizo.

       —Tal vez tengas razón Moros. Pero el destino sabe cuándo detenerse —Dije mientras la presencia devolvió el mismo ataque.

       —¡No puede ser posible! ¡Tú no deberías vivir! —Exclamó desapareciendo ante la fuerza con la que estaba siendo poseía. Nunca había visto tal demostración. Había asesinado a un dios por completo. Pero ¿Acaso el destino poseería otros propósitos?

       —Moros, dios del destino, no volverás a ser corrompido por el odio de la venganza —Finalicé desmayándome entre la admiración de todos. Estaba esperando volver, necesitaba respuestas. 

 

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POR DECRETO LUNAR | 1º © #WATTYS2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora