C A P Í T U L O 27º

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     Las flores adornaban mis pasos, resplandeciendo con el cálido calor del sol. Soltando sus adictivos aromas y atrayendo mi sangre para deleitarme con ellas. Sentía como la brisa rozaba mis mejillas, dándoles un pequeño aliento. Aquel lugar donde mi alma se sentía libre y sin peligro alguno, estaba dotado de una belleza indescriptible y con muchos detalles propios de una obra de arte legítima y sin imitación alguna.

     Mis ojos se alzaron ante el horizonte, siendo una vez más ellos, los que me mostraría un camino diferente, una salida fuera de lo común, una nueva experiencia a conocer. Caminé cada vez más rápido, intentando seguir a la luz del astro, la cual acercándose más al terminó de mis pasos, su centellar era increíblemente inigualable.

     En el cielo se presenció la grata sorpresa no solo del sol, la luna acompañaba aquel movimiento, coronándose juntos en una eterno danzar, la misma melodía y la misma danza que aquella mujer una vez presentó ante mi vista. Llegué ante un árbol muy diferente a los demás, observé una vez más toda aquella belleza que rodeaba mis pies y subiendo entre sus ramas, pude ver desde lo alto uno de los acontecimientos más mágicos e inolvidables que mi corazón y mente hayan podido conocer.

       —Vamos Leto. Sé que tú podrás, ahora más que nunca necesitamos un esfuerzo más. No caigas cuando sabes que falta poco, vamos Leto ¡Sé que tú puedes! —La voz melódica de Iris se difundía por todo el lugar, demostrando así la enternecedora y atrayente madre que estaba dando a luz.

     Primero nació la niña, siendo amparada no solo por Iris, si no la bendición de la propia luna, la misma que veneraba con fervor aquel pequeño ser que entre pañales y los brazos de su madre se alzaba de entre todas las jerarquías. No tardó en nacer el niño, siendo bendecido y venerado por el sol, dando a conocer su verdadero valor de entre todos los demás dioses olímpicos, implantando su verdadero destino sin mirar atrás. Sus ojos eran los luceros que en el día y la noche, iluminarían las alamas de esas personas perdidas y en busca de una respuesta. Sus manos serían las grandes constructoras de los ideales y las verdades. Sus pensamientos harían a más de uno darse cuenta de la realidad. Aquí yacían los príncipes de los astros.

     Podía sentir como esa característica tranquilidad se expresaba de entre toda la vegetación, llegando hasta mi conciencia, la cual empezaría a dolerme incansablemente, no podía mantenerme más en ese árbol, de ser así caería sin más dilación. Y aunque me gustaba la idea de saber que paso con ellos, un extraño presentimiento llamo mi atención, haciendo que volviera a ese lugar, pero sabía muy bien que esa extraña sensación no era más que el resultado de una malvada presencia.

     Corrí de entre las plantas, siguiendo mi presentimiento y buscando la respuesta para aquellos sucesos, esta visión era muy diferente a las demás y podía notarla, por alguna extraña razón esta visita no había sido causada por el poder de la fuerza extraña que me poseía. Este comienzo era presenciado por mi corazón más allá de todo el dominio que esa cosa tuvo en mí.

     Un sonido aturdió mis oídos. Era... Pitón.

       —Son realmente bellos, Leto. Felicidades ya eres madre y de dos increíbles príncipes —Sonreía Iris mientras que la presencia de Pitón desesperaba mis sentidos, debía ser algo. Pero ¿Acaso causaría algún daño?

     Había pensado en todo lo que podría suceder si interfiriera en esto, pero si Pitón no había cometido su encargo y Apolo junto con Artemisa seguían con vida ¿Por qué ese sentimiento de angustia lideraba mis pensamientos y decisiones?

       —Gracias a ti, Leto. Es que he podido ver nacer a mis niños, gracias, muchas gracias —Hablaba con cansancio Leto, mientras que recuperaba incesantemente, el rápido y escurridizo aliento. Su mirada era el símbolo de una lucha constante y una espera finita. Al fin había podido ver nacer el fruto de su esmero y amor.

     Sin embargo, aquella presencia ya había llegado. ¿Qué podría hacer? ¿Acaso estaba en mis manos todo este desenlace? ¿Podría yo cambiar algo de su historia?

       —Perdidos aquellos que cayeron en las fauces hambrientas de Pitón, pues ellos nunca más volverán a ver la luz del sol, mucho menos a respirar el aire de los vivos, de los que un día les dieron la espalda —Insinuó Pitón saliendo de entre la espesa naturaleza.

       —Aléjate de ellos Pitón, no caigas en la ceguedad de tu hermana Hera, nos seas tan manipulable como lo estaba dando a exponer. Que tu pensamiento y acciones no recaigan en la furia y la venganza de un rencor que ni siquiera es tuyo —Refutaba Iris levantando de entre los cielos el arco-iris, separando así a los astros de un inesperado eclipse.

       —¿Qué ganaría yo con eso? ¿Acaso ver a estos niños sería una buena recompensa? ¿Sabiendo que mi hermana ha sufrido el engaño e incluso de ese amor tan fugaz hayan nacido dos engendros sin fortuna? No es mi misión y no pienso dar mi vendetta a torcer —Agregó la serpiente arrastrándose por el suelo, llegando hasta la sorpresa de Leto.

       —Entonces deberé exterminarte y borrarte de todas aquellas almas y memorias que atormentaste, pues un ser tan cruel como tú, no merece la vida ni mi comprensión —Advirtió preparando para defender a Leto y a los bebes, los cuales observaban detenidamente a el monstruo.

       —¡Mueran bastardos! —Gritó Pitón amenazando inminentemente con sus colmillos.

     De repente el cielo se estremeció, dejando ver entre las nubes un gran hoyo de color negro el mismo que deslumbraría los ojos de Iris.

       —Has de perecer ante ellos, pues así lo ha dictado el propio destino, Pitón... —Aquella voz podía distinguirla de entre todas las demás, era Moros. Me alegraba escuchar su voz una vez más—. ¡Atena ahora!

     Una flecha brilló opacando el intenso firmamento, dejando a más de una estrella en la vaga y fácil iluminación. Una flecha que arremetería contra el cuerpo de Pitón, haciendo que huyera entre la intensa maleza.

       —¡Diosa Atena! —Gritó Iris haciendo que el arco-iris desaparezca ante la vista de todos, así como el portal que ya se había cerrado.

     En el cielo se podía observar un eclipse único y sin comparación, una muestra de belleza y amor sin escrúpulos y prejuicios. Una realidad que muchos ansían tener.

       —Tú te llamaras Apolo, querido mío, pues brillas y resplandeces como la luz del sol. Y tú amada mía os llamaréis Artemisa, pues tu corazón y alma son pintados por la luz de la luna y las estrellas —Dijo Leto besando a cada uno de su hijos en la frente, un gesto que me recordó a Gala, mi hermana. 

 

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POR DECRETO LUNAR | 1º © #WATTYS2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora