XCIV. Dejame abrir las cortinas

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A la mañana siguiente, Eli y Eva fueron las únicas que se despertaron con los toques de la puerta, Eli corrió hacía esta y la abrió un poco.

–El dueño quiere veros ahora, ¿estáis todas despiertas? –Estelle miró extrañada el vestido de Eli, que no se lo había cambiado. La verdad es que ninguna se lo había cambiado porque no tenían otro–. ¿No tenéis ropa?

–Pensábamos hacérnosla nosotras mismas –improvisó la pelirroja, estiró su falda para disimular las arrugas que se habían creado–. Solo estamos Evangeline y yo despiertas.

–Os traeré ropa limpia. No podéis hablar con el dueño así –Estelle se giró y Eli cerró la puerta aliviada.

Eva se levantó y cogió el cristal rojo que habían dejado junto a la vela, la imagen de Christian, Donovan, Jonathan y Zed durmiendo en el suelo se hizo presente gracias al holograma mágico que proporcionó el cristal en el aire.

–¡Zed! –susurró Eva–. ¡Sedequias! –dijo esta vez más alto.

El chico confundido se levanto y se tapó la cara cuando la luz del holograma le intentó cegar la vista, se acercó al cristal y sonrió.

–¿Qué tal por ahí? –preguntó.

–Bien, de momento no hemos levantado sospechas –respondió Eli.

–Perfecto, ¿algún rastro de Tyler o de vuestros poderes?

–Me temo que no –dijo Eva–. Solo niñas insoportables.

–Oye, ¿donde estáis?

–Es una posada que tiene una tienda de costura en la parte de abajo –explicó Eli–. Hay tres chicas de las que sospecho que ocultan algo.

–¿Algo como qué? –preguntó Zed.

–¿Y si tienen nuestros poderes guardados? –sugirió la chica.

Eva frunció las cejas.

–Eli, ¿a que te refieres?

–Me refiero a que estas locas han sido capaces de robarnos los poderes y su dueño nos quiere comer –contestó la chica–. Vale a lo mejor matarnos, no. Pero si vender nuestros órganos.

–¡Deja de ser tan paranoica! –le dijeron Zed y Eva.

Volvieron a llamar a la puerta.

–¡Llevaros el cristal!

–¡No podemos! ¡Sospecharan! –le recordó Eli.

Ona salió del cristal y se lo colgó del cuello sin decir ninguna palabra.

–Solo me muestro a quien yo quiera, ellos no me pueden ver –habló la chica, que había estado desaparecida desde que salieron de Samlesbury–. ¡Abrid la puerta!

–Aquí tenéis –fue lo primero que dijo Estelle al ver a Eva en la puerta–. Hay ropa para todas, daros prisa, el dueño os quiere ver –volvió a repetir la chica.

Eli negó con la cabeza y pusó los ojos en blanco cuando la vio salir.

—Encima de sospechosa, repetitiva —cogió un vestido gris y le dio a Eva uno azul, se cambiaron rápidamente y seguidas de Ona salieron de su habitación.

Caminaron por los silenciosos pasillos, recordando por donde habían subido la tarde anterior, finalmente bajaron las escaleras y se encontraron en el pequeño recibidor. Había dos puertas, una daba a la costurería y la otra no lo sabían.

—¿Y ahora qué? —preguntó Eli.

Melody apareció detrás de ellas, cambiada y se hacía un moño mientras bajaba.

—¿Qué me he perdido?

—¿Estáis todas despiertas? —le preguntó Eva.

—Solo nosotras tres —respondió, la chica, exhausta de correr escaleras abajo—. ¿Y ahora qué?

La figura de Estelle salió por la puerta desconocida y se les quedó mirando expectante.

—¿Vais a venir ya? —preguntó, con un tono impaciente—. El dueño no tiene todo el día y yo menos. No quiero ir retrasada por unas niñatas...

Eva levantó una ceja y fue a enfrentar a Estelle.

—Escúcheme, señorita, no hace falta que nos trate así —comenzó a decir Eva, Estelle harta de ella le agarró del brazo y la arrastró hacia la puerta.

—¡Nadie arrastra a mi amiga y vive para contarlo! —exclamó Eli detrás de ellas y caminó rápidamente para alcanzarlas—. ¡Melody, no te escaquees y ven!

—Le tengo que decir que con todo el respeto no debe de tratar así a los invitados —a Eva le daba igual que la estuviesen arrastrando, odiaba las faltas de respeto, y más aún la actitud de Estelle—. Para empezar está siendo terriblemente repetitiva y mandona, no digo que este mal. La última es una cualidad bastante...

No la dejó terminar y la metió a la fuerza a un despacho que estaba bastante oscuro, solo había un trozo de pared iluminado, parecía vacío. Eli entró detrás de ella y cuando Melody también estuvo dentro, Estelle cerró la puerta.

—¡Esperaba una conversación racional, pero parece que no hay nadie alrededor para tenerla! —exclamó Eva en dirección a la puerta—. Vaya gente está de Salem —se quejó—. Recuérdame que cuando tenga los poderes... Mira que subestimar a una bruja...

Alguien carraspeó en la sala. Las tres chicas se giraron y vieron como en la parte iluminada surgía una sombra.

—Ahora si que la hemos hecho —murmuró Melody—. Ahora si que nos queman, nos cuelgan y nos ahogan. Y por si acaso nos dan de comer a los perros.

—Ona, dile a Jonathan que le quiero muchísimo y a mis padres también y... —a Elizabeth le entraron ganas de llorar.

Sin embargo Eva ni se inmutó, simplemente observó la sombra. El contorno de los hombros, la manera en la que estaba apoyado en la mesa y el pelo, como estaba peinado. En que dirección iban los mechones.

—Relajaros —les indicó a sus amigas.

—¿Qué nos relajemos? —le preguntaron entre murmullos, perplejas—. ¡Nos acaban de descubrir gracias a ti!

Eva negó con la cabeza y evitó sonreír, se acercó un poco más a la sombra y dijo:

—Voy a abrir las cortinas, así podemos verte la cara, Tyler.

—¡¿Tyler?! —exclamaron Melody y Eli, también se escuchó a Zed y Jonathan decir su nombre.

El secreto de las brujas de Salem | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora