Abrí los ojos. Era un nuevo amanecer en Toronto. Me encontraba en la casa que solía ser de mis abuelos.
Ya había transcurrido casi ocho meses después de la última vez que consumí tóxicos y tuve alucinaciones con el pasado.
Lo que había tenido con Dua, de alguna manera se detuvo.
Ella no tenía que arrastrarse en la miseria por mí. Me quería tanto que poco le importaba dañarse, pero yo no quería arriesgarla, ya había comenzado a perder el control de todo y tenía miedo de verla hundida en una jodida vida.
Unos amigos me dijeron que ella encontró refugio entre los brazos de Isaac.
Yo me había instalado en la ciudad canadiense.
Mi "rehabilitación" tenía buenos resultados. Mis fines de semana se consumían con moderación entre partidos, reuniones de arte, maratones de películas y sexo con modelos.
En cierta manera, mi vida se sentía cansada y vacía. No tenía a nadie más que a mi misma.
Caminé hacia el taxi que me esperaba en la entrada de la casa. Mi abrigo ocultaba el color de mi vestido y mis pasos se hicieron más ligeros. En mis manos llevaba un maletín.
Era fin de semana. Iba a escaparme a California.
—Hacia el aeropuerto, por favor.
El hombre siguió el camino que le había indicado y miré mi teléfono. Sin llamadas, sin mensajes. Estaba libre y encerrada en la nada.
Mi viaje no tardó. Pronto llegué a Beverly.
El clima era diferente. Regresaba a casa después de varios meses.
—Toc toc, ¿hay alguien en casa?
Por supuesto que no. Todo seguía igual que siempre. La residencia lujosa estaba en completa soledad.
Creo que puedo deletrear soledad con mayúsculas. S-O-L-E-D-A-D.
Subí las escaleras, recordando todo lo que había sucedido. Me torturaba. Hallie eres demasiado masoquista.
Mi habitación pareció lejana cuando la observé. Le colocaré estrellitas en el techo para que brille en la oscuridad.
Me duché mientras escuchaba música y cuando terminé, me preparé para salir de nuevo. Fue difícil elegir entre pijama y vestido.
El paseo por la autopista me ayudó a recuperar un poco la energía y al final, me detuve frente a esa tienda de discos.
Llegué a la entrada y busqué mi respiración.
Sacudí las llaves de mi auto.
—Ding dong, vengo por el álbum exclusivo de Dua Lipa—la chica detrás del mostrador levantó la mirada hacia mi.
Es hermosa.