Ladrona de sudaderas

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Conozco a una chica que intriga a cualquiera. No es alta, pero su espíritu sí lo es; no es delgada, pero no necesita serlo; no es una súper modelo del año, pero es la chica más hermosa que he visto.

  La vi desde el inicio de clases, sentada frente a mi. Su cabello recogido y con una sudadera gigante color azul. Cuando terminó la primera clase, tomó sus cosas, se levantó y antes de salir, dio media vuelta y me dijo: «me gusta tu sudadera». Giró y se fue.

  Los días transcurrieron y ella entablaba más conversación conmigo. Traía sudaderas más grandes que ella, y se veía más adorable aún. Comentaba sobre las mías, y que su favorita era una blanca; no era especial hasta que me dijo que le agradaba.

  Un día, conversando. Comentó que su sudadera la había olvidado en un salón. Le di la mía, la blanca, y ella gustosa la aceptó. Sabía que no la había olvidado, la traía en su mochila, pero de verdad quería verla en mi sudadera. Se me ocurrió preguntarle sobre sus sudaderas.

–¿Te puedo contar un secreto? –me dijo.

–Claro.

–Ninguna es mía en realidad.

  Estaba perplejo con lo que me dijo. Creo que era algo obvio, pero dentro de mi algo no lo sabía. Lo que ahora me intrigaba era saber de quién era; si de su hermano, su amigo, o su novio. Lo último me desanima, pero nunca ha mencionado a tal chico.

–Son de varios chicos –comentó rápidamente, como si leyera mi mente –. Me gustan las sudaderas de chico, y más si son altos.

  Me causó gracia ese comentario, puesto a que ella es bajita, cualquier chico es gigante a su lado. Comenzó a reír y yo la seguí.

–Antes de que mi mejor amigo me dejara sola, se me quedó una de sus sudaderas; murió al poco tiempo. Fui a su funeral y su mamá me entregó una carta suya, diciéndome que me quedara con su sudadera y otra que venía con la carta. Las conservo con amor, y creo que se me quedó la costumbre de quedarme con una sudadera de cada chico que toque mi corazón.

  Me esperaba muchas cosas, menos eso. ¿Le habré tocado el corazón?

–Y, ¿te quedarás con la mía?

–Por supuesto que sí. Creo que eres especial en todos los aspectos –me vio con una inmensa sonrisa, insinuando algo. No sabia qué responder, pero creo que no hacía falta.

  Lo único que hicimos fue sonreír, la tomé de la mano y seguimos caminando, ella con mi sudadera y yo con su reflejo pequeño y hermoso, un reflejo de la persona que, además de mi sudadera, se robó mi corazón.

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