Hoy me siento pesada, con las piernas torpes y los brazos inútiles. Mis párpados se cierran solos y mi cabeza esta a punto de explotar. Mi lengua se reusa a moverse y mi garganta se niega a producir sonido alguno. No tengo hambre, mi estómago no me pide alimento, mis oídos se cerraron para no percatar sonidos.
Todo mi ser se ha dejado consumir por el agotamiento y la desesperación, y solamente quiero dejarme caer en el suelo, permanecer tirada en la acera y dejar que mi cuerpo deje de sufrir por un momento.
Y lo hago. De un momento a otro he soltado mi bolso, y de un momento a otro mi cuerpo cae rendido contra el suelo frío de la acera. No siento nada más que placer y relajación extrema. Mis ojos se cierran y mi alma descanza un leve rato; tan minúsculo pero tan reconfortante. Esto es vida, hace mucho que no me sentía más.
Pero bueno, mis ojos se abren de nuevo y me obligo a seguir con mi camino. Me levanto y me siento más ligera que antes y me agrada. Sacudo el polvo de mis ropas y acomodo de nuevo mi cabello; tomo mi mejor sonrisa y me dispongo a continuar con mi trayecto.
Las personas frente a mi se dirigen corriendo con cara de preocupación hacia mi. ¿Por qué? Busco lo que hay mal en mi, pero no es nada. Luego se acercan más y me ignoran completamente y van hacia el lugar de mi caída. Entonces caigo en la cuenta de que no llevo mi bolso. ¡Que cosas! Me doy media vuelta para volver por el y veo a alguien tirado en el lugar del que acabo de levantarme.
¿Qué pasa? ¿quién es ella? Más me acerco y más notoria es la respuesta. Esa chica soy yo.
No recuerdo haberme perdido. Sólo me dejé llevar por las circunstancias. Sentí comodidad por el momento que no me di cuenta de que me fui completamente de mi cuerpo. Ahora entiendo que mi alma sea más liviana y no me costara reír, caminar y seguir adelante; explica la paz que siento.
Escucho la ambulancia en busca de mi cuerpo. Cuando llegan, los paramédicos preguntan lo que pasó: una mujer anciana anuncia que me vio caer y no volví a levantarme o a respirar. Me suben en una camilla al auto y subo junto a mi cuerpo. Los paramédicos me revisan el pulso, vigilan que mi respiración se reanime y siga constante, y yo, sólo veo que me estoy yendo para nunca más volver.
Llegamos al hospital y me trasladan en la camilla a "urgencias médicas", en donde trabajan dos de mis amigos. Y las curiosidades de la vida hacen que ellos dos me reciban y atiendan. Su rostro preocupado no pueden creer que sea yo la que esta ahí, y tampoco yo; quiero decirles que aquí estoy y que no me pasa nada grave. Quiero abrazarlos pero si lo intento, se esfuman de mis brazos. Esto es definitivo, perderé la vida que llevaba sin vuelta atrás y sin haber hecho todo lo que quise hacer algún día.
Entramos a una sala en donde me revisan el bolso y las bolsas de mis ropas. Encuentran mi identidad y comienzan a hacer mi expediente. Me despojan de mis prendas y se preparan para internarme y reanimar mi cuerpo ya sin ánimos de vivir. Me derroto al verme tirada en una cama de hospital con una bata blanca que me cubre y con todos los médicos, incluidos mis amigos, al rededor de mi. Mi amigo dice a una enfermera que anote la hora de muerte, y es cuando no puedo más y vuelvo a tirarme, sólo que ahora estoy de rodillas ante mi cuerpo. Mi amiga se aleja y comienza a llorar tratando de disimularlo. No soporto verlos llorar, nunca lo he soportado, y menos ahora que no puedo consolar su llanto.
¡Ya no puedo más! Quiero ver mi muerte. Me acerco a mi cuerpo lentamente y me veo; al menos me veo relajada, tranquila y en paz. Me siento en la orilla de la cama y siento una fuerza que me jala a mi cuerpo, es indescriptible pero muy llamativa, ¿Debería acceder? No importa, accedo. Cierro los ojos, me dejo caer de nuevo en mi cuerpo y pierdo de nuevo.
Cuando abro los ojos, me siento más completa que antes, todas las miradas se dirijen a mi y levanto mi mano para comprobarlo; estoy viva de nuevo.
Mis amigos se alegran y todos los demás se sorprenden, tal vez de llegar a la vida tan de repente o qué se yo. Estoy aquí de nuevo. Pero, ya no recuerdo casi nada de lo que pasó desde que me caí, sólo recuerdo que sentí tranquilidad, paz y sobretodo miedo. Y si estoy aquí, es porque no he terminado mi meta en la vida. Sabré cuando mi vida pueda terminar y haya logrado todo lo que me hizo faltaba terminar. Por ahora lo único que queda es sonreír.