¿Alguna vez has sentido que te elevas por los aires? ¿o que flotas en los mares? ¿o quizá que eres más livianos que el mismo aire a tu alrededor?
Eso es exactamente lo que se siente cuando duermes. Cada noche, desde que me dijeron que tenía cáncer, veía a mi madre llorar, a mi padre con ojeras, y a mi hermana mayor distraída. Me dijo el médico que debía ser muy valiente y que no dejara que las tormentas me desviaran de mi objetivo. Mi abuela me dijo que era muy fuerte para tener sólo 8 años de edad, y es que así es. Pero me gustaría que mi familia también lo fuera.
Cuando me duermo, esa sensación de flotar aparece, y es cuando mi cuerpo se deshace de esa pesadez a la que le dicen "dolor", que por cierto, provoca los medicamentos y los tratamientos que los doctores me dan. Mis ojos, cuando se abren, pueden ver el cielo despejado, en lugar del techo del cuarto del hospital; alcanzo a ver a las estrellas brillar, y no una lámpara que me deja ciego; siento el aire puro; no el aire que huele a gel antibacterial; y lo más importante, me siento con ganas de seguir adelante, de correr y de jugar.
Escuché a los doctores en la mañana decir que hicieron lo que pudieron, y mi mamá lloró. No entiendo a lo que se referían, pero de igual manera, entró mi familia con un pequeño pastel (seguramente de donde surge la comida de aquí) y comenzaron a cantar. Es mi cumpleaños.
Todos comimos un pedazo, también la enfermera que me atiende diario (un aplauso para ella porque nunca se cansa y siempre esta cuando la necesito). Mi hermana jugó conmigo a los piratas y me dio mucho sueño. Les dije que quería dormir, y me dejaron solo.
Cuando llegó esa sensación, abrí los ojos, pero seguía en el hospital. Salí flotando del cuarto, un doctor le estaba diciendo algo a mi mamá, y llorón muy fuerte. Mi papá también lloró. Mi hermana también lloró. Mi abuela también lloró. Entraron a mi recámara y quise ir tras ellos, pero alguien me habló.
–Hola, pequeño.
Esa voz, yo la recuerdo de mi abuelo. Antes de que se fuera a dormir y ya no despertara, yo tenía 5 o 6 años y jugaba conmigo a los piratas o a las carreras de autos.
–¿Abuelo?
–Pequeño, ¿quieres venir conmigo? Vamos a jugar.
–Sí, abuelo. Vamos a jugar a las carreras de autos.
Fui corriendo hasta abrazar a mi abuelo.
–Abuelo, ¿por qué ya no te veía?
–Estaba en otro lugar, pero ahora irás conmigo. Es muy lindo y grande, ya verás que te va a encantar. A que sí, ¿verdad?
–Sí, abuelo. Y jugaremos mucho.
Mi abuelo me bajó y me tomó de la mano, caminamos hacia una luz, brillante, pero acogedora. Es una luz que me llenaba, como diría mi abuela, de vida y felicidad, y es que así me sentí en ese momento; feliz.
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