Existe una leyenda que puede llegar a ser tan cierta como uno quiera. Yo digo que sí lo es.
Hace años, nadie sabe cuántos exactamente, vivió una chica hermosa, de descendencia latina y ojos claros y centellantes. Se enamoró de un hombre que trabajaba en las minas. El hombre era casado, y fiel a su mujer, y eso le dolió a la pobre chica.
Muchos fueron sus intentos por conquistarlo, pero fracaso en cada uno de ellos; siempre recibía un no como respuesta. Y aún así seguía intentándolo. Sin darse cuenta, enamoraba a otros hombres que estaban cerca; quedaban seducidos ante sus encantos, y una vez que el minero la rechazaba, el que quedaba enamorado la consolaba, e incluso si corría con suerte, le robaban un beso.
La pobre mujer, sin otra necesidad más que la de el amor de su minero, murió. Todo aquel que la conoció quedó impactado por aquella cruel y devastadora noticia. Le hicieron un entierro, y velaron por su alma.
Pero él tiempo pasó y los hombres afirmaban que la veían acercárceles, buscando amor. Hubo quienes afirmaban haber besado sus labios frios. El pueblo entero, asustado, hizo desenterrar su cuerpo y lo arrojaron al mar, creyendo que así los hombres dejarían esas ocurrencias en el pasado.
Las generaciones pasaron, y siempre existen nuevas víctimas de aquella belleza, pues afirman verla, conversar con ella, e incluso haberla besado.
Y fue así como yo, a mis 19 años de edad, la ví divagando frente la calle de mi casa. Casi se me sale el corazón por su belleza, y sus ojos que, aunque su cuerpo de el aspecto de un fantasma, estan llenos de vida y amor. Sin pensarlo dos veces, corrí tras ella y la tomé de la mano fría y esqueletal.
–Aguarda. ¿Eres tú de quién todos hablan?
No dice alguna palabra, pero sus miradas son las que hablan.
–Entiendo. Y eres aún más hermosa de lo que todos afirman. –Entonces se acercó y su rostro quedó cerca del mío. Observé sus ojos, sus labios, su nariz. Era un espíritu, un muerto con más vida que un vivo con la muerte por dentro. Hermosa. Los primeros rayos del sol hicieron presencia, y ella desapareció así como la ví: de repente.
Desde hace meses, desde que la conocí, salgo diario a la misma hora sólo para abrazarla, hablarle y besarla. Y siempre que se va, tengo el deseo de seguirla a donde vaya.