Un beso, un sólo beso hace que las emociones se disparen solas. Un simple beso que enloquece. Un hermoso beso que hace soñar.
Estamos solos tu y yo, cómodos, apasionados. El que en algún momento fue beso tierno y lento, continuó siendo salvaje y apasionado; ni siquiera sentí el momento en el que se transformó.
Siento tu sangre fluir por tus venas, tu calor se fusiona con el mio, tus músculos se tensan con cada caricia. Tu aliento recorre mi piel, ahora desnuda, sin piedad. Mis dedos recorren cada centímetro de tu piel. Poco a poco mis manos bajan hasta toparse torpemente con tu erección; animas a mis dedos a seguir, gasta que logro envolverla en mis manos. Esta tan dura, excitante, te robo gemidos de placer.
Tus manos también toman vida propia al tumbarme en la cama, adueñarte de mis pezones y juguetear con ellos, los masajes y me hace suspirar entrecortado. Luego la lengua hace un un recorrido por todo mi vientre hasta llegar al punto en donde mis piernas tiemblan y mis ojos se cierran de puro placer. Ver tu cara entre mis piernas me hace perder el control en mis manos; te tomo del cabello y trato de acercarte tanto como pueda para sentir más.
Tus manos se aferran a mi trasero mientras tu lengua hace maravillas en mi sexo; me es imposible evitar gemir tu nombre una y otra vez. Te detienes y subes de nuevo, me miras tan intensamente y te lames los labios, saborreándome, susurrándome al oído «¡Que bien sabes, nena!», lo suficientemente excitante para derretirme una vez más entre tus brazos.
Vuelves a besarme desesperadamente. No quiero ser la única en disfrutar. En un santiamén, te doy la vuelta y ahora estoy sobre ti, te beso y paso mis uñas por tu abdomen, sintiendo como se tensa. Bajo dejando un camino de besos desde tu mandíbula hasta tu sexo. ¡Caramba! Sí que esta grande. Beso la punta y comienzo a meterlo dentro de mi boca poco a poco, teniendo que cubrir lo que no alcanzo con una de mis manos; lo meto y lo saco una y otra vez. Empiezas a gemir y me excitas cada vez más, acelero el ritmo y comienzas a gruñir y gemir mi nombre. Noto un líquido saliendo de ti, lo pruebo y lo saboreo frente a ti: sabes exquisito.
Tomo tu oreja con mis dientes y nos das vuelta hasta que quedas encima de mi de nuevo. Comienzas a besarme y yo te sigo, completamente extasiada. Tomas el preservativo del buró, rasgas el envoltorio y te ayudo a colocarlo en su lugar. Abres mis piernas lentamente y te posiciones entre ellas, vuelves a besarme tomándome de las manos. De pronto siento una presión en mi entrepierna; hay un intruso ahí, y no pienso evitar su visita. Entra poco a poco, tratando de no lastimarme; entras un poco más y con la mirada me preguntas si quiero que se detenga, niego y el la mete más. Esta totalmente dentro de mi, lo siento, siento la conexión entre su cuerpo y el mío; siento la pasión de los dos; siento la energía fluir entre ambos; siento una forma nueva de decir te quiero sin palabras.
Entra y sale despacio, como si quisiera hacerme recordar este momento por el resto de mi vida. Una vez acostumbrándonos a la sensación tal placentera, acelera el ritmo hasta que se convierten en embestidas precisas, pero sutiles; es increíble que se pueda sentir algo salvaje y voraz, pero a la vez se sienta tan tierno y delicado. Comienzo a decir tu nombre, y cada vez que lo digo o gimo, tu gruñes y repites el mio. Nuestras lenguas danzan juntas y se dejan llevar por el maravilloso ritmo que llevamos, besas cada parte de mi piel, y yo paso mis uñas por tu espalda; te acerco más a mi, necesito tenerte lo más cerca posible de mi. Te deseo más y más.
El orgasmo comienza a llegar, mis ojos antes cerrados se abren de golpe al sentirlo. Llegamos los dos al clímax juntos, te tumbas a lado mio y tiras el condón, tratamos de calmar nuestras respiraciones, me miras, te miro, sonreímos y nos abrazamos cansados, sudados, satisfechos, extasiados, completos.
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