África
Paseo por las calles de Madrid al lado de una de las chicas que va a ser imagen de una nueva marca de ropa. Y entre calle y calle, le hago un par de fotos con la indumentaria que desde la marca textil le han prestado.
Da gusto trabajar en lo que te gusta y pasar un buen rato con la gente que te lo pone un poquito más fácil. Como Marta, que me da conversación, me cuenta cosas suyas, me escucha y nos reímos de nuestras batallas del día a día.
Cuando llego a la oficina satisfecha con mi trabajo, y feliz, no todo va tan bien como desearía. Álvaro me mira con cara de circunstancia. Parece que nuestro jefe no está en su mejor día y ha decidido echar broncas sin ton ni son.
- ¿Todo bien? -pregunto, al entrar en la oficina, dirigiéndome a mi mesa-.
- Contigo quería yo hablar -el jefe se acerca a mí y yo no sé cómo tomármelo-.
- ¿Se puede saber qué es eso de que no viajas a Kiev para la final de Champions y te vas de vacaciones?
- ¿Perdón? -me asombro ante las palabras que acaba de soltar-. Así lo acordamos. Me corresponden unos días y decidí cogerme esos días. Hace unos días le pareció estupendamente.
- Me parece bien que quieras cogerte los días que te corresponden. Pero me niego a que sea en jornadas donde la empresa que mayor beneficio nos genera nos necesita. A ver si os enteráis de una vez. Para nosotros ese club de fútbol es una empresa más, para la que trabajamos. Muy bonito eso de sentir los colores y demás, pero esto es trabajo y lo demás es fanatismo.
- Sigo diciendo que esos días son míos y estoy en todo mi derecho en irme de vacaciones. A Kiev ya viajan Álvaro y otros compañeros. No creo que mi presencia sea tan importante allí, cuando hay más fotógrafos -África, guapa, te estás metiendo en un lío del que no vas a poder salir. Pienso para mí misma-.
- Si tanto quieres esos días, tú verás. Pero mañana no hace falta que vengas por aquí.
- ¿Me estás despidiendo? -le pregunto, atónita-.
- Cumples tu trabajo o te vas. Así de sencillo.
Camino, mirando a todo y a la vez a nada, por el centro. Necesito despejarme de lo que acaba de pasar. En cuestión de minutos, estoy sin trabajo y sin ganas de llegar a casa donde sé que me van a decir que siempre debo hacer lo que me dicen. Me he cansado de ser la persona que los demás quieren que sea. Es hora de decidir por mí y me lo merezco.
Sara me acoge en su casa durante las horas en las que solo tengo fuerzas para maldecir lo que acaba de pasar. La madrileña intenta calmarme e incluso me ofrece una tila, porque según ella estoy muy alterada.
Y como si alguien le hubiese llamado, el nombre de Marco aparece en la pantalla de mi móvil. Pienso si cogerlo o no, pero mi amiga insiste y acabo respondiendo:
- Marco -digo, descolgando el teléfono-.
- ¿Qué ha pasado? -me pregunta, relajado esperando una contestación. Sin embargo, yo no sé qué decirle y vuelve a internvenir-. Sé que te han vuelto a despedir y...
- Si vas a echarme otra bronca, te la puedes ahorrar. No quiero más discursos -le corto la frase que iba a decir-.
- ¿Puedes dejarme hablar? -insiste el mallorquín-. No vengo a echarte nada en cara. Solo a decirte que pienses las cosas en frío. Perder el trabajo no es cualquier cosa, África.
- Marco, ya lo sé. No necesito a nadie que venga diciéndome lo que tengo que hacer o no.
- Vuelvo a decirte que no pretendo reprocharte nada. Y que si necesitas despejarte, puedes pasarte por casa. Prometo no hablarte de la web.
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Quiero que vuelvas | Marco Asensio
Hayran KurguLa busqué en los aeropuertos y en las estaciones de tren. Y, por fin, estaba ahí, a centímetros de mí. La miré a los ojos, como nunca antes lo había hecho y pedí: - A ver cómo te explico yo... que quiero vuelvas.