Capítulo II

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Rachel dejó Filadelfia con un sentimiento de pesadez por el mensaje que su madre le había enviado así que se había prometido a sí misma que hablaría con esta en los próximos días. El no saber qué le esperaba en casa o de qué quería su progenitora hablar sólo provocaba que un pequeño vacío se instalara en su vientre y fuera creciendo cada vez más con el paso del tiempo.

Se lo había contado a Harry, quién la había instado a decirle a su madre desde que había recibido la carta –hacía ya casi un mes–, y él se encontró tratando de tranquilizarla durante todo el viaje, entrelazando sus manos y murmurándole que todo saldría bien.

— Ya sabes —le estuvo comentado cuando abordaban el avión—, me iré la semana próxima para instalarme y creo que deberías venir conmigo. ¡Piensa en todo lo que hemos soñado, a punto de hacerse realidad!

Ella realmente amaba la forma en que los ojos de Harry se iluminaban con aquél brillo tan peculiar al hablar de algo que le emocionaba.

Pero ni siquiera su atracción hacia él podía distraerla de la sensación que la había embargado. Podía sentir una gran pelea aproximarse, y no le gustaba en absoluto.

Cuando Rachel pudo escuchar el suave murmullo de las olas y distinguir los infinitos tonos azules del mar desde la ventana del auto, finalmente sonrió al sentirse en casa. La brisa marina golpeaba contra sus mejillas al tiempo que el vehículo se detenía al frente de su casa, Rachel lo abandonó contenta y comenzó a rodar las pocas maletas que había llevado consigo. Harry, a su lado, revisaba su teléfono.

— ¿Crees que pueda quedarme en tu casa esta noche? Mis padres aún no llegan de su viaje.

La rubia asintió algo emocionada, pues ellos tenían tiempo sin quedarse en la casa del otro. Una noche llena de películas y charlas tontas comenzaba a extenderse en su cabeza y la idea la hizo sonreír, casi olvidando el asunto pendiente con su progenitora.

Apenas pisaron el recibidor de la casa, Rachel escuchó los pasos de su madre bajar acelerados por la escalera. La observó vestir una ligera camisa amarilla y shorts playeros en tanto agitaba su corto cabello rubio casi distraídamente. Ella estaba totalmente sobria y con una expresión de furia marcando sus facciones.

En su mano un sobre de papel con el sello de la universidad en rojo estampado estaba siendo terriblemente apretado, provocando que el inmaculado material se arrugara.

— ¿Pensabas decirme esto, Rachel? —vociferó cuando se puso a su altura, cerniéndose unos pocos metros sobre ella.

Rachel se encogió un poco, sintiendo como el vacío en su interior por fin explotaba y las gotas de sudor provocadas por el calor reciente bajaban por su espalda. Sin embargo suspiró, esperando que su madre no notara lo nerviosa que se encontraba.

— Dios, mamá, podrías saludar al menos. Fue un viaje largo y no nos hemos visto en una semana, podríamos...

Se vio interrumpida cuando una mano pesada impactó contra su mejilla derecha, dejando a su paso un ardor intenso que recorrió su cuerpo en un escalofrío, sus ojos se llenaron de lágrimas en respuesta. Ella la había abofeteado.

Pam Thomas siempre había sido conocida por tener un carácter fuerte, incluso su padre solía advertírselos a ella y sus hermanos antes de involucrarse en la más mínima pelea con ella. Pese a eso, Rachel nunca podría haberse esperado el día en que su madre la golpeara.

— ¡No me hables así y explícate en este instante!

— No creo que haya nada que explicar —espetó, llevándose una mano a su mejilla herida. Toda intención de aclarar las cosas en completa calma se había esfumado.

El Secreto de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora