Cuando las zapatillas deportivas de Rachel se hundieron en la fresca arena de playa, notó como el sol se había escondido hacía mucho, y la isla estaba siendo escasamente iluminada por las antorchas que cada miembro de la tripulación llevaba en su mano, incluida ella. Sólo pasaron unos pocos segundos cuando la rubia sintió la mirada azulada de Aaron sobre ella, escudriñándola, mientras que su abrigo negro parecía ondear al ritmo del viento nocturno.
Él sacó una daga de considerable tamaño de su abrigo y se lo pasó a Rachel. Ella sólo se le quedó viendo al arma.
— Tómala —la instó.
Negó.
— ¿Para qué la voy a necesitar?
El rubio se encogió de hombros. Dejó de verla para pasear sus ojos por el perímetro visible de la isla.
— Para matar a lo que sea que quiera matarte, pastelito tonto.
Rachel se sintió temblar por sus palabras y decidió ignorar, momentáneamente, la ridícula forma por la que la había llamado.
— ¿Y qué... —balbuceó— qué es lo que quiere matarme?
— Serpientes, arañas gigantes —contestó en tono aburrido mientras volvía la mirada a ella y envolvía sus pequeñas manos alrededor de la empuñadora de la daga—, quizás algunas ratas. Úsalo en defensa propia sin tener que atacar a alguno de nosotros, por favor.
— ¿Alguien lo ha intentado antes? —aventuró, con la curiosidad palpable en su tono. Siguió al rubio cuando comenzó a caminar con paso firme por la playa, en su camino para adentrarse en la selva.
— Te sorprendería.
Él se detuvo abruptamente antes de sumergirse en la espesa flora de distintos tonos de verde. Aaron giró hacia ella y se levantó algunos mechones de cabello liso que le caían sobre la ceja derecha, allí una fina marca blanca de pocos centímetros de largo destacaba.
— Una de las Rachel tenía muy buena puntería —continuó, parecía como si sus ojos pudieran taladrarla desde su posición—. Lástima que muriera antes de terminar con la misión.
Se dio la vuelta antes de que ella pudiera si quiera parpadear y dio un paso dentro del follaje selvático. Rachel, con un suspiro caminó apresuradamente detrás de su espalda, pues lo menos que quería era perderse en un lugar que no conocía. Se guardó la daga en el cinturón que Jas le había facilitado.
— ¿Cómo murió?
— Su cráneo fue aplastado por una de las compuertas del Templo, como diez minutos después de que me lanzó el cuchillo.
Aquello hizo que Rachel se detuviera abruptamente.
— ¿Me estás diciendo que ella murió en ese Templo?, ¿el lugar al que nos dirigimos? ¡No iré allí si estoy segura de que perderé la vida en el intento!
Comenzó a darse la vuelta para correr hasta el barco y encerrarse en su camarote, pero dos grandes manos se cerraron en torno a sus brazos y la obligaron a darse la vuelta. Los ojos azules de Aaron la observaban con reproche, pero sus labios estaban curveados en una sonrisita torcida que Rachel se moría por quitar.
Cuando habló, su tono fue más duro de lo que esperaba.
— Yo nunca te di una garantía de vida, pastelito. Pero hicimos un trato, y no te puedo ayudar a encontrar a tu madre si no me ayudas a encontrar a mi reina. Créeme, no morirás si te mantienes a mi lado y escuchas lo que te digo.
Los hombros de la rubia decayeron cuando las manos del capitán la soltaron. Ella lo vio emprender nuevamente una caminata y sólo le hizo falta exhalar un suspiro para volver a caminar detrás de él. Sus palabras retumbaban en sus oídos. Quería salvar a su madre pero no quería morir en el intento.
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El Secreto de Perséfone
FantasyHace diecisiete años una chica buena se cansó de actuar una vida que ni siquiera le agradaba. Atraída por la belleza que le ofrecía la oscuridad y la oportunidad de un camino diferente, olvidó quién era y se encontró escapando de todo lo que poseía...