Capítulo XIX

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La mañana siguiente Rachel protestó cuando cualquier forma de vida humana e inhumana hizo amago de colarse nuevamente en la habitación. Dio una vaga excusa a Liv, Ginger y Jule cuando pretendieron agobiarla con deberes matutinos: desayuno con la familia Real, confección de nuevos vestidos, charla con la prensa de Luxar. Rach rodó los ojos, hablaban como si el quedarse allí por una eternidad fuera si quiera una excepción. Tendría que haberse levantado y buscar la única cosa que la retenía de salir huyendo.

Pero no podía.

— No me siento bien —murmuró vagamente—. Me gustaría quedarme aquí el resto del día.

Jule protestó —. El Príncipe Aaron ha expresado que le gustaría darle una visita privada por los alrededores.

No se esperaba aquello y quizás por eso sintió a su corazón emocionarse y golpetear con felicidad en su pecho. La mirada de Jule brilló mientras se encontraba con la de Rachel y su mente imaginó un montón de escenarios donde podría haber aceptado.

Pero en aquél escenario era imposible. No con lo que había pasado la noche anterior. No con el recuerdo de Harry besándola aun rondando en su mente. No con la propuesta que había recibido por parte de Hades. No mientras Aaron siguiera comprometido con Lady Amelia.

Suspiró.

— Declino la oferta.

Y se dio la vuelta para no ver la mirada de decepción en sus ojos. Sentía la emoción en su pecho desvanecerse tan rápido como se había hecho presente. Era, simplemente, lo mejor.

El cielo se veía de un feliz color azul en el exterior, más allá de las puertas abiertas de par en par en el balcón. Rachel lo había contemplado por horas. Lo había observado cambiar de colores con el paso del tiempo. No había dormido en lo absoluto desde el día anterior.

Pensaba en lo que había pasado, lo que no y lo que podría haber tenido lugar si las circunstancias hubieran sido diferentes. Si Aaron no estuviera comprometido, si la hubiera invitado a bailar, si se hubieran besado esa noche lluviosa cuando Morgan los había interrumpido. Si Harry hubiera ligado con más chicas esa noche, si no se hubiera enfrentado a Aaron, si la hubiera besado en cualquier momento menos ese.

Si no hubiese peleado con su madre...

Tal vez todo fuera más sencillo.

Su mente continuaba dirigiéndose a la mirada de Hades —a todo de él, en realidad—, y por qué le había evocado una abrumadora sensación de recuerdo. Estaba segura de haber visto sus ojos antes, pero no podía recordar dónde.

Sus pensamientos la habían arrastrado por horas sin descanso hasta que el amanecer dio paso a los colores del día y unas gotitas saladas corrieron por las mejillas de la rubia. No comprendía por qué lloraba, pero fue un alivio tener una manera de desahogar sus sentimientos sin tener que gritar o herir a alguien más con sus palabras.

Escuchó unos pasos incómodos en la habitación después de su negativa. Minutos después alguien dejó una bandeja con desayunos en una mesa frente al lugar donde descansaba.

El olor a panqueques y chocolate se filtró por sus fosas nasales, provocando un gruñido por parte de su estómago. Suspiró. Si no podía dormir, por lo menos podía alimentarse. Así que se levantó y devoró con avidez los alimentos que contenían las bandejas.

«Tal vez el problema es que ya no me siento como yo misma», pensó cuando hubo acabado, mirando con añoranza el paisaje que se extendía más allá de ella. De pronto deseó ser esa chica rubia que caminaba despreocupadamente por las tiendas cercanas a la playa y compraba cosas para los demás, su único pensamiento en mente era qué cenarían esa noche y qué película vería antes de irse a dormir. Muchas veces había deseado que su vida diera un vuelco, que cambiara de manera drástica, pero no se dio cuenta de todo lo que ese deseo conllevaba a perder.

El Secreto de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora