Capítulo XXV + Sorpresita

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Se miraron durante prolongados momentos la una a la otra. Madre e hija como un espejo levemente distorsionado que observaba a la otra sin tener más idea que la primera de qué estaba pasando allí. Rachel contemplaba a la mujer que alguna vez se había visto como su madre, pero ahora no.

La mujer que había estado besando a Hades, el rey del Inframundo, se veía como una copia mejorada de Rachel; con el cabello tres tonos más claro y liso moviéndose con gracia a sus espaldas, la piel tersa y delicada, los labios rojos y llenos, y una expresión de completa calma con ojos chispeantes y rebosantes de vida. Ella no se parecía en nada a la última versión que había contemplado de su madre; la mujer de carácter fuerte que la había abofeteado, con una expresión de furia arrugando sus facciones, el cabello corto y tan rubio como el de Rach y una carta de la universidad siendo arrugada por su mano.

Sus miradas estaban fijas la una en la otra, analizándose con cuidado, y lo único que le impidió a Rachel salir corriendo e intentar de convencerse de que aquella no era su madre, fue la chispa que brilló en sus ojos poco después. Una mínima chispa de reconocimiento que iluminó su mirada e hizo que el cuerpo entero de la mujer se apagara, como si no fuera más que el holograma en tercera dimensión de algo que no estaba ahí, dejando ver, en lugar, a Pam Thomas, encerrada entre paredes rojizas y oscuras, con expresión de tristeza, agitando salvajemente los barrotes que la mantenían cautiva y luciendo exactamente como la había visto por última vez, cuando Hades la secuestró.

Un instante después la imagen había desaparecido y nuevamente se encontraba devolviéndole la mirada a la mujer que lucía justo como la rubia. Le vio componer una sonrisa amable y darle la espalda, volviéndose hasta el Dios del Inframundo que la observaba con emoción en sus ojos.

— ¿Querido, a quién le habla esta chica?

La expresión de Hades se tornó seria por unos escasos segundos. Luego soltó una pequeña carcajada que reverberó en las paredes de la estancia —. Se ha confundido. Ella cree que eres alguien más, ¡pero se equivoca!

Su tono parecía inequívocamente alegre, pero había un trasfondo en sus palabras que ella estaba dispuesta a averiguar.

— Mientes —siseó Rachel—. ¿Qué le has hecho?

Hasta ese momento se había sentido sola, como si esa fuera una pelea que tuviese que librar por si sola. Sin embargo, al sentir la consoladora presencia de Aaron detrás de sí, apoyándola y protegiéndola, fue lo que necesitaba para intentar ser más fuerte que toda aquella situación. Ver a su madre, la que parecía una versión mejorada de Rach, y la atrapada en algún lugar de su castillo, podría haberle bastado para derrumbarse en el lugar sino fuera porque no deseaba darle esa satisfacción al Dios del Inframundo.

Hades se alzó sobre ella y fijó una mirada dura en Aaron. Su rostro serio y los ojos refulgiendo en una emoción que no conocía, pero que tampoco le gustaba. No apartó su mirada de él cuando volvió a hablar—: Perséfone —dijo con voz aterciopelada—, ¿por qué no subes a la habitación matrimonial? Te alcanzó en breve.

— Su nombre no es Perséfone —gruñó Rach—, es Pam. Pam Thomas. Puedes dejar de tratarla como tu amante, e incluso como tu esposa. ¡Ella no siente nada por ti!

Los pasos de la mujer vacilaron en las escaleras ascendentes mientras la estancia se sumía en un silencio incómodo. Había un deseo oculto en el corazón de Rachel; el de querer que su madre se diera vuelta y la reconociera como su hija. No sabía que deseaba aquello hasta que los pasos de la mujer se reanudaron y la escuchó caminar hasta que el sonido se perdió en la inmensidad del castillo.

Aaron se encontraba a su lado ahora.

— ¿Qué le has hecho? —preguntó en tono bajo. Sentía las lágrimas querer aflorar, pero ella las ahuyentó—. ¿Cómo es que no me reconoce?

El Secreto de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora