— No soy nada tuyo —dijo Rachel con asco y frunciendo el ceño. Sintió sus pasos decididos echarla hacia atrás, poniendo unos cuantos metros de distancia entre ella y Hades, rompiendo así la barrera de sombras y oscuridad en la que se habían encontrado momentos antes—. ¡Mientes!
La miró casi con ojos dulces —. ¿Qué razón tendría para mentirte?
— No lo sé —respondió con tono envenenado, y sus palabras se escucharon del mismo modo en que se encontraba su corazón; furioso, desconfiado, cansado—, ¿qué razón tendrías para hacerte pasar por Harry?, ¿qué razón tendrías para arrastrarnos aquí y meternos en todos estos estúpidos juegos?
Rachel continuaba alejándose del Dios que presumía ser su padre, e intentaba ignorar los latidos de su corazón que martilleaban en sus oídos y no la dejaban pensar claramente. Echó una mirada alrededor de toda la habitación antes de volver sus ojos a la mirada oscura y furibunda de Hades.
— Ninguno de ellos te merece, Rachel —dijo en tono severo—. Ninguno merece tu cariño ni ser parte de tu vida.
— ¿Y tú sí?
Su mirada, cada vez más oscura que antes le advertía que estaba llegando a los límites del peligro y que debía retroceder, pero ella era muy terca para dar la vuelta y arrepentirse de sus palabras. No estaba dispuesta a retirar lo que había dicho, ni mucho menos las palabras aún más desagradables que cruzaban por su mente. Dio un paso más atrás, rumbo a la cama donde reposaban sus cosas. Sabía que debía tener cuidado pero estaba tan cerca...
— Eres una Diosa, ¡eres la princesa del Inframundo! Eres mi hija. Debes estar con tus iguales y no con mortales inferiores a ti en cualquier sentido posible. Deja tu vida mortal y ven conmigo —extendió una de sus manos, ofreciéndosela—. Aquí serás feliz.
— Si todos los Dioses son como tú, entonces prefiero mantener mi existencia mortal, gracias.
Y con esas palabras lo apuntó con la espada que había llevado al Inframundo, la cual había estado reposando segundos antes en la cama en su vaina. Rachel la había sacado con cuidado, con movimientos lentos y siendo cubierta por la gran falda del vestido que llevaba. Ahora tomaba el arma con fuerza y su agarre era firme sobre ella, la cual blandía apuntando directamente al corazón de Hades.
El Dios le dio una expresión severa, enmarcada por sus oscuros y furibundos ojos, que la hizo sentir como una oleada de miedo recorría sus huesos, casi haciéndola dudar en su posición. Pero ella estaba cansada de sus juegos, sus intentos por alejarla de sus amigos y familia, sus extremos cambios de ánimo y de la irritante melodía que se envolvía con lentitud alrededor de ella donde quiera que se encontrara.
Rachel movió el arma, empujándola dos centímetros y hundiéndola ligeramente en la suave piel de Hades, sin dudar ni un segundo en que podría hacerlo. Lo haría de ser necesario.
Sus ojos negros fue lo último que contempló con claridad antes de que el tiempo pareciera correr contra ella, mientras que nuevas sombras envolvieran la figura de él, dejando en su lugar y frente a ella a un rubio confundido. Su expresión pasó a ser de sorpresa en cuanto la vio y se endureció al notar el arma presionarse sobre su pecho, en la misma posición donde se había encontrado antes, apuntando al corazón de un Dios.
— ¿Rachel? —cuestionó, frunciendo el ceño—. ¿Qué haces?
La rubia se echó hacia atrás violentamente al oír su voz; un sonido familiar que conocía y la hacía sentir segura. Se tambaleó en su posición y vio a Aaron extender sus brazos para ayudarla, pero ella se los sacudió y volvió a apuntarle con la espada. No estaba segura, pero podía sentir a Hades burlándose de ella por haber caído, aunque fuera pocos segundos, en otro de sus juegos. Pero no le daría la satisfacción, esta vez no.
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El Secreto de Perséfone
FantasyHace diecisiete años una chica buena se cansó de actuar una vida que ni siquiera le agradaba. Atraída por la belleza que le ofrecía la oscuridad y la oportunidad de un camino diferente, olvidó quién era y se encontró escapando de todo lo que poseía...