Capítulo XXIX

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Deméter habló de muchas cosas. Trazó estrategias en voz alta para llevar a cabo el escape y después de pasados cinco segundos de formuladas, las desacreditaba diciendo que estas debían ser más precisas, más arriesgadas, más intrépidas; mejores. Rachel sentía su estómago dar un vuelco con cada nueva idea que saltaba de los labios de su abuela, contemplando acciones como saltar al vacío y encontrar una salida desde allí o tomar a Perséfone de rehén hasta que lo dejaran ir a todos. Su último plan parecía tan descabellado como arriesgado, además, Rachel no estaba segura de sí Perséfone se dejaría atrapar así como así. Fue descartado como tantos otros.

Su Diosa abuela la jaló del brazo, tratando de llevarla fuera de la celda. Rachel se resistió.

— ¿Qué planeas?

— Debemos irnos de aquí, Rach —dijo con una nota de urgencia en la voz—. Él viene, te juro que puedo sentirlo. No puedo protegerte si no vienes conmigo.

Comenzó a bajar las escaleras con Rachel firmemente tomada de la mano y por un momento ella olvidó lo que deseaba hacer para concentrarse en los múltiples escalones de bajada que se apilaban a sus pies. Deseaba escapar, pero había algo más que deseaba hacer, por ridículo que pudiera parecer en ese momento.

La rubia frenó sus apresurados pasos.

Quería averiguar que había hasta en la última habitación en la torre. Y lo haría.

La angustia se hizo presente en las facciones de Deméter cuando ella hizo ademán de subir nuevamente las escaleras —. ¿Qué haces?

Ella suspiró.

— Tengo que saber quién más está encerrado en esta torre. Prometí que liberaría a alguien y la devolvería a su hogar. No puedo dejarla aquí.

— ¡Hades ya viene! Te encontrará y matará en un santiamén, o te obligará a servirle para siempre. ¡No puedo permitir que eso pase! Voy contigo, Rachel.

Se dispuso a alcanzarla pero la rubia tomó los hombros de su abuela y la miró con una mueca, un plan arriesgado trazándose en su mente tan rápidamente que incluso le resultaba difícil seguirle la pista. Rachel pudo ver el miedo en los ojos de Deméter y el deseo irracional de escapar de su prisión, pero ella necesitaba a la mujer determinada y segura que podría ayudarle a cumplir su alocado plan de escape.

— Él no me matará... —murmuró Rachel, comprendiéndolo por fin—, cree que soy su hija y desea que me quede. Tal vez podamos usar eso a nuestro favor.

Una chispa de entendimiento brilló en los ojos de Deméter—. ¿Qué estás pensando? Dime, ¿qué necesitas?

Rachel le dirigió una lenta sonrisa de complicidad mientras recolectaba los detalles en su mente. No había garantía de que funcionase, y sería peligroso. Aunque fuera la verdadera hija de Hades, no poseía poderes como Amor le había contado, por lo que eso supondría una desventaja, pero tenía el ingenio de su lado y si podía trazar su plan con cuidado entonces tal vez existiera una posibilidad de terminar victoriosa y sacarlos a todos de allí.

— Quiero tiempo para terminar de recorrer esta torre. Y necesito que hagas de distracción para Hades; que lo mantengas lejos de aquí y luego de un rato lo lleves al salón de los espejos. Debe estar lo suficientemente sumido en tu persecución que no se espere que eso se convierta una trampa, ¿entendido?

Por un momento la mirada de Deméter flanqueó, mostrando el lado vulnerable de su abuela, el lado que hasta los Dioses más duros parecían tener. Luego de un segundo se recompuso, con determinación en la mirada y el semblante envuelto en una máscara de seguridad como solían hacer los adultos cuando ella era sólo una niña. Asintió una vez y le dirigió una última mirada antes de continuar con su camino fuera de la torre para enfrentar la furia de Hades.

El Secreto de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora