Una sonrisa complacida tomó posesión del rostro del Dios y fue como si toda su apariencia aterradora cambiara para mejor cuando el brillo de la esperanza reemplazó la maldad que su semblante había mostrado con anterioridad. Ya ilusionado con la idea, Rachel se apresuró a dictar el último arreglo de su acuerdo para que no quedaran más cabos sueltos.
— Pero dejarás ir a los demás —dijo en tono autoritario—, incluida a Deméter que no hizo nada malo. Y restablecerás los términos de su acuerdo inicial con Perséfone; ella pasará seis meses del año aquí y seis meses más en casa junto a su familia.
Rabia brilló en su mirada. Por suerte, pareció ser sólo una chispa que desapareció tan rápido como llegó a sus ojos.
— El trato parece un poco arriesgado sólo a cambio de tu estadía aquí, el Inframundo, a donde perteneces. Considerando que podrías escapar en cuanto quisieras o tuvieras oportunidad, justo como tu madre hizo...
— Me quedaré por la eternidad, si eso es lo que quieres. Lo haré. Tienes mi palabra.
— No es suficiente —dijo con voz ronca y la máscara de Rachel pudo haberse roto por al menos unos segundos, los mismo que él tardó en volver a formular palabra—. Tendrás que darme algo más. Una garantía.
— ¿A qué te refieres? —preguntó con cautela.
— Dividirás tu alma, justo como hizo tu madre cuando decidió escapar de mí. Dividió su alma en dos partes completamente diferentes que deben existir, pero completamente enterradas en el fondo de tu ser cuando la otra se encuentre en la superficie.
» De esa manera tu parte mortal quedará atrapada en lo más profundo de ti, junto a tus recuerdos mundanos y débiles sentimientos. Serás la princesa del Inframundo, la Diosa que siempre estuviste destinada a ser, y cederás simplemente a los deseos más profundos de tu alma inmortal. A cambio de eso, dejaré ir a tus amigos, a Deméter y me atendré a cumplir mi trato con el alma de Perséfone.
» ¿Qué dices?
Rachel sopesó sus opciones en silencio, manteniendo su mirada fija en los ojos del Dios. Por un lado, la simple idea de aceptar el trato provocaba náuseas en su interior al comprender que tendría que abandonar a su familia, a Harry y a Aaron para quedarse en un lugar en el que no se sentía cómoda, junto a un hombre al que odiaba. Por otro lado, su mente se aseguró de hacerle entender que de cualquier manera, perdiera o ganara en su juego, él dejaría ir a sus seres queridos a cambio de que ella permaneciera por siempre con Hades, salvando así sus vidas para toda la eternidad a cambio de una única alma que se quedaría en el Inframundo.
— Si pierdo... ¿podré despedirme de ellos?
— Claro.
Pensó en despedirse de Harry para pasar una eternidad sin volver a ver sus ojos grises, sus rizos cobrizos o su sonrisa infantil de felicidad. Imaginó una vida sin las aventuras con Aaron, sin la mirada jovial de su padre, los consejos de Riley y los juegos de Todd. Una vida lejos de todo lo que siempre había imaginado y querido, lejos de sus planes y deseos, un lugar donde ni siquiera tendría sus recuerdos preciados para impulsarse por el resto de los tiempos. Pero si perdía y el condenar su alma era lo que necesitaba para hacer que los demás estuvieran a salvo, entonces lo haría.
Sintió un dolor agudo en su pecho, como si su propio corazón quisiera romperse en contra de su voluntad, cuando ella lo necesitaba más que nunca para atravesar el porvenir, fuera bueno o malo. Las palabras quemaron en su garganta cuando ella dijo:
— Entonces acepto.
— Excelente —dijo entrejuntando sus manos. Su sonrisa se tornó perversa, extendiéndose por su rostro—. ¿Y Rachel?
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El Secreto de Perséfone
FantasyHace diecisiete años una chica buena se cansó de actuar una vida que ni siquiera le agradaba. Atraída por la belleza que le ofrecía la oscuridad y la oportunidad de un camino diferente, olvidó quién era y se encontró escapando de todo lo que poseía...