Epílogo

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Rachel se apresuró a bajar el corto tramo de escalerillas, sujetando firmemente dos libros de texto entre sus manos, sintiendo su mochila golpetear contra su espada y percibiendo como su corazón se agitaba con fuerza en su pecho. La ola de estudiantes emocionados se movía fuera de las aulas de estudio y las conversaciones acerca del verano que se extendía frente a ellos llenaban los pasillos, todos estaban felices por las vacaciones de verano. Muchos partirían a sus hogares esa misma tarde.

La rubia estaba emocionada al igual que ellos, había hecho sus maletas días antes, le había comentado a su compañera de habitación y amigas cuanta ilusión le hacía el volver a casa. No lo decía mucho, pero a menudo extrañaba las charlas con su padre, los juegos con Todd, la arena de playa entre los dedos de los pies, el sonido de las olas del mar y los desayunos que su madre solía preparar para ella. No hablaba del tema, porque entonces recordaría los eventos que habían tenido lugar un año atrás y su corazón se arrugaría un poco.

En cambio, intentaba disfrutar la vida universitaria tanto como podía. Después de volver del Inframundo, se había convertido en una nueva y mejorada versión de sí misma, así que se divertía tanto como podía; haciendo nuevos amigos, estudiando como loca para ponerse al día con sus clases, saliendo a fiestas de fraternidades, asistiendo a exposiciones de arte, llamando a casa cada vez que pudiera, riendo tanto como la ocasión se lo permitiera, intentando enterrar el pasado y corrigiendo todo lo que no le gustaba de la vida.

— Ten un buen verano, Rach.

— Tú igual, Laurie —respondió ella con una sonrisa mientras salían del edificio. Y en un mar de caras levemente conocidas, encontró un rostro que se encontraba grabado en su mente a la perfección.

— Rachel —exhaló Harry con tono aliviado en cuanto ella se lanzó a abrazarlo. La rubia ahogó una sonrisa cuando sintió sus brazos fuertes apretarla contra su cuerpo y percibió su aroma que había cambiado al igual que ella y que él; césped recién cortado y antiséptico.

Parecía imposible, pero estaba más alto que la última vez en que lo había abrazado y parecía aún más musculoso, pero sus ojos grises sinceros y su sonrisa llena de felicidad seguían allí, tan familiares para ella como algo que se negaba a borrarse de su mente. Él también había cambiado radicalmente desde su vuelta a casa, ella podía verlo mucho más maduro que cuando habían partido, un año atrás.

Ahora se veía atractivo y el que no ligara con cualquier chica lo hacía parecer misterioso e inaccesible, deleitaba a todos con historias de mundos desconocidos y la gente reía extasiada porque creían que se trataban de meras fantasías. Había dejado atrás su etapa de idiotez, para alivio de Rachel.

— ¿Cuánto ha pasado? —preguntó en cuanto se separaron—, ¿un mes desde la última vez que nos vimos?

Se encogió de hombros—. No lo sé, ¿tal vez más?

No había tanto tiempo para verse como habían pensado a principios de año. Dijeron que siempre encontrarían tiempo para el otro por más ocupados que estuvieran, pero el día no tenía las horas suficientes y todo lo que conseguían era un encuentro rápido ocasional y miles de mensajes de texto que evitaban que perdieran la comunicación. Era difícil cuando ambos estudiaban en edificios diferentes, cada uno en un extremo diferente de la universidad; Rachel en Derecho y Harry en Medicina. Él jugaba fútbol americano en el equipo de la universidad y ella había conseguido pasantías pagas. No coincidían en los almuerzos, ni en amistades, ni en fiestas.

— ¿Lista para irnos? —preguntó con una sonrisa. Rachel asintió enérgicamente y rodeó el Jeep de su mejor amigo para subirse al asiento del copiloto y ajustarse el cinturón de seguridad—. Creo que le gusto a tu compañera de habitación —comentó.

El Secreto de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora