— Será al atardecer de este mismo día. En la víspera de la boda de mi nieto y se llevará a cabo en la más estricta confidencialidad. Nadie jamás debe saber que estaba planeando arrojar su futuro por la borda para escapar con un adefesio como tú.
Rachel retrocedió, indignada por sus palabras. El rostro de la rubia lucía cansado y sus ojos reflejaban un poco del miedo que sentía ante las palabras de Marisse, sin embargo había algo que persistía en su interior para hacerle ver a la mujer que si ese era su último día de vida, no lo pasaría rogándole clemencia o mostrándose temerosa. El color en su rostro había desaparecido de su rostro, haciéndola parecer una pálida muñequita de cristal, frágil y rompible al más mínimo toque. Sus labios estaban curveados en una mueca de desagrado.
— No puede...
— Querida —dijo en tono venenoso—, soy la Reina de Luxar. Puedo hacer lo que me plazca. Pero deberías agradecer a Aaron, quien ha intercedido para alargar tus horas de vida.
» Mi nieto te quiere mucho —esbozó una suave sonrisa durante una milésima de segundo. Luego el rostro de Marisse volvió a su frialdad y seriedad habitual—. Es por eso que debo cortar todo este asunto de raíz.
Se dio la vuelta para marcharse y entonces Rachel encontró su voz entre el desastre que estaba hecho su interior.
— Sólo ocupa la regencia en tanto la Reina Gabrielle vuelve a casa —escupió. Tener que observarla desde esa posición, a sus pies, alimentando el ego de la mujer, le llenaba de rabia.
— La Reina Gabrielle no volverá a casa —dijo dándole una última mirada antes de atravesar la pesada puerta de metal, que se cerró con estruendo tras de sí, dejando a Rachel abandonada en la mortal oscuridad.
Allí encerrada el tiempo pasaba de manera diferente. No sabía cómo transcurrían los minutos porque cada vez que se disponía a tomar la cuenta, se distraía con algún pensamiento vago y tenía que volver a empezar. Lo que creía que se extendía ante ellas como minutos, los últimos de su vida, en realidad eran horas que se acortaban cada vez más, como si esperaran, ansiosas, el momento de su defunción.
Cuando la necesidad de dormir fue más fuerte que su miedo acerca de morir, se sumió en sueños ligeros e intranquilos. No soñó con escenas específicas ni mucho menos con el Dios del Inframundo, quien se encontraba inusualmente ausente de sus ensoñaciones.
Se despertaba cada pocos instantes, sobresaltada, pensando que alguien la tomaría por tomaría para guiarla al final retorcido que tanto ansiaba la reina. Rachel se encogía, con un sentimiento de pesadez en todo el cuerpo, y volvía a dormirse al cabo de un rato. El ciclo se repetía cada poco rato.
Su sueño era tan superficial que cuando el mínimo sonido de una llave insertarse en el contacto de la puerta, girando con cuidado, la alertaron de inmediato. La rubia abrió sus ojos de par en par, el color abandonando su rostro nuevamente y el corazón latiendo desbocadamente en su pecho.
Cuando la puerta se abrió, revelando una oscura figura que transmitía una débil sombra sobre ella, Rach creyó que, finalmente, había llegado su momento. No podía ver el rostro del guardia que había venido para llevársela, pero ya se encontraba rezando una última plegaria en silencio. Si moría, no sería antes de desear, a todos los dioses y divinidades existentes, que tuvieran piedad de su alma y cuerpo, aunque por muchos años se hubiera negado creer en ellos.
Sin embargo, el sonido de la puerta cerrarse nuevamente la sobresaltó, provocando que se olvidara de sus plegarias. En cuestión de segundos, alguien cayó de rodillas frente a ella y unos brazos fuertes rodearon los delgados hombros de Rachel, unos rizos conocidos acariciaron sus frías mejillas.
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El Secreto de Perséfone
FantasyHace diecisiete años una chica buena se cansó de actuar una vida que ni siquiera le agradaba. Atraída por la belleza que le ofrecía la oscuridad y la oportunidad de un camino diferente, olvidó quién era y se encontró escapando de todo lo que poseía...