El Dios de los océanos inclinó ligeramente la cabeza cuando a una Rachel muy confundida se le escapó su nombre. Era tan irreal que ella se pellizco con cierta violencia el antebrazo para saber si se encontraba soñando, pero luego de un segundo el gigante continuaba allí, más real que nunca.
Rachel podría haberse desmayado de no ser por la sensación latente de estar siendo perseguida. Cuando volvió su mirada, los zombies se abalanzaban como si no hubiera mañana por el tramo que los separaba de la rubia, y ella nuevamente volvió a llenarse de la idea de que aquél era su inminente fin. No podía apartarse. Podría luchar pero, ¿cuál era la probabilidad de salir ganando en un terreno tan reducido contra tantos contrincantes?
Entonces pasó algo increíble justo en frente de las narices de Rach. Una ola de proporciones descomunales impactó contra el empinado sendero, arrastrando consigo a la mayor parte del reducido ejército de zombies que habían acudido a por la llave, detrás de la rubia. Los muertos vivientes que quedaban aún en pie resbalaron y fueron devorados por el océano.
No había explicación mínimamente racional para lo que había sucedido, excepto el gigante cuya mitad superior emergía del mar y mantenía una expresión de completa serenidad en sus facciones. A Rachel le dolió el cuello de intentar mirarle a los ojos, así que decidió volverse al cementerio para poder apreciarle mejor.
Su camino de subida fue corto y fácil, aun cuando creyó que resbalaría y se convertiría en el pequeño postre del océano, nada pasó. Cuando volvió a la cima del acantilado se acercó al borde más elevado de él y tomó asiento en el suave césped, colgando sus piernas de la orilla y con el extraño presentimiento de que algo malo estaba por ocurrir.
A esa altura podía mirar con mayor facilidad al gigante que se hacía llamar
Poseidón. Rachel pudo notar su larga y bien cuidada barba de color blanco nieve, que llegaba hasta la mitad de su pecho desnudo. Su cabello también tenía tonos blanquecinos y era más largo que el de la propia Rach. Las facciones del gigante aún seguían denotando la más pura serenidad, pero había algo más allí. Los ojos del Dios parecían desprender la mayor sabiduría del mundo, y parecían tan cálidos que por unos largos instantes la rubia no pudo evitar recordar lo mucho que extrañaba a su padre.— ¿Poseidón? —se animó a preguntar, pasados unos segundos. Sabía que el tiempo seguía siendo crucial, el sol saliendo lentamente por el horizonte le recordaba con impaciencia que pronto zarparían en La Poderosa, con o sin ella.
El Dios de los océanos asintió —. Yo te saludo, Rachel Thomas.
Luego inclinó su cabeza en algo que se pareció mucho a una ligerísima reverencia. Rachel lo anotó en su mente como algo que tendría que investigar a futuro.
— ¿Por qué me salvaste? —le preguntó cuándo dio por finalizado el gesto que tan incómoda la hacía sentir.
— ¿Qué tal va tu búsqueda? ¿Has conseguido la llave que necesitabas?
Había tanto interés en su voz que Rachel no pudo evitar sacarse el nuevo collar que había robado y mostrarle a Poseidón la llave que colgaba de él con impresionantes gemas violetas.
— ¿Cómo has sabido que estoy en la búsqueda de estas llaves?
Él sonrió —. Créeme, Rachel, cada inmortal que alguna vez ha pisado la Tierra, tiene conocimiento de tus más recientes aventuras.
— Esto es tan extraño —se lamentó.
— Lo es —coincidió el Dios—. Pero presta atención que he venido a contarte algo importante que te servirá en tu búsqueda.
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El Secreto de Perséfone
FantasyHace diecisiete años una chica buena se cansó de actuar una vida que ni siquiera le agradaba. Atraída por la belleza que le ofrecía la oscuridad y la oportunidad de un camino diferente, olvidó quién era y se encontró escapando de todo lo que poseía...