Capítulo VIII

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Antes de que Rachel pudiera envolver el rostro de Harry entre sus manos para tratar de despertarle, o si quiera chillar su nombre en un intento de que reaccionara, la puerta del camarote se estrelló contra la pared y un Aaron de aspecto agitado entró en la habitación con los ojos llenos de preocupación.

— Dime que no lo tocaste —murmuró con urgencia mientras se acercaba a la cama. Rachel perdió el habla por completo y optó por mirar el rostro ceniciento de Harry al tiempo que el camarote se llenaba lentamente de más personas —. ¿Rachel?

Su tono, lejos de ser demandante e incluso irritado, provocó que ella mirara dentro de sus ojos azules con un suspiro.

— ¿Él va a estar bien?

— Sí, pero tú eres quien me preocupa.

Frunció el ceño —. ¿Por qué yo?

— Es un virus, Rachel. Lo llamamos el virus del marinero y se caracteriza por hacer más daño a aquellos que tienen contacto con el portador que el huésped mismo.

— ¿Qué...? ¡Eso es imposible! Me siento perfectamente.

Intentó levantarse para demostrarle de lo que hablaba, pero inmediatamente sus piernas parecieron fallarle, amenazando con mandarla al piso y unas fuertes náuseas se apoderaron de ella. Sintió como los brazos de Aaron la alzaron y la tomaron con fuerza, habría protestado para que la bajara pero en ese momento ella cerraba fuertemente sus ojos para evitar vomitarle encima.

— Está comenzando —le oyó decir.

Tenía muchas preguntas por hacer, pero sus labios simplemente permanecían cerrados. Se sentía extraña, como si su mente y su cuerpo pertenecieran a mundos completamente diferentes. Rachel no se perdía en las brumas mentales que solían envolverla cuando se enfermaba, y su cuerpo por el contrario se sentía débil, como si se encontrara en sus últimos momentos de vida pero aquello era imposible.

Se preguntaba cómo era posible que los síntomas hubiesen empezado de manera tan repentina mientras intentaba hacer que alguno de sus miembros se moviera. Su mente se encontraba completamente lúcida y parecía que su cuerpo ya no respondía a sus órdenes.

Se sentía como estar en una pesadilla.

La mirada de Rachel no dejaba de alternar entre Harry que cada vez estaba más pálido y los ojos de Aaron. Entonces el rubio comenzó a moverse y el corazón de la joven se disparó ante la idea de tener que separarse de su mejor amigo.

— Cuídalo —dijo como pudo. Ella no supo si Aaron le había entendido, pero todo lo que le quedaba era rogar porque fuera así.

Era lo último que podía recordar.


Supo que era de noche, pues la única ventanilla de la habitación sólo dejaba que unos débiles rayos de luz de luna se colaran. Rachel no recordaba cuánto tiempo llevaba estando consciente, ni cuánto había pasado fuera de la realidad, sus ojos únicamente se deslizaban por las líneas del patrón de las tablas del techo y sus oídos captaban unas respiraciones leves cercanas a ella y más allá, el sonido del mar.

Rachel contaba la cantidad de objetos que podía divisar en la habitación que en definitiva le parecía desconocida; Un librero, treinta libros de diversos grosores en él, había uno de color azul que llamaba su atención. Una mesa de noche de color marfil, un rosa descansando en un recipiente de vidrio, un mueble individual de tonos azulados, un sombrero de pirata... Aún no sabía quién estaba a su lado, pero sus respiraciones la reconfortaban.

Ignoraba a quién quería encontrarse sentado a su lado, pero tampoco quería echar un vistazo por miedo a sentir más de la cuenta si la persona correcta estaba sentada allí.

El Secreto de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora