Capítulo XXVI

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En un momento se encontraba bailando en los brazos del Dios y al siguiente ya no. Se balanceó con cuidado cuando se encontró liberada de sus brazos, sintiendo que podría caerse en cualquier momento y barrió los jardines con la mirada, esperando ver la rubia cabellera de Aaron en algún lugar, pero no le encontró. Unas lejanas campanadas conocidas golpearon en la noche, repitiéndose sin cesar en los oídos de Rachel.

Cuando se acercó a la fuente del sonido, se dio cuenta de que era un reloj lo que retumbaba. Sus campanadas indicaban que eran las diez en punto de lo que parecía ser la noche. Eso significaba que a ella le quedaban dos horas para encontrar a su madre, ¿o tal vez a Perséfone? Algo en ella le decía que no eran la misma persona, aunque Hades lo asegurara.

Tenía que ponerse en marcha, pero no sabía a dónde debía ir.

Primero comenzó a caminar entre los cuerpo danzantes que se movían con gracia y delicadeza a su lado, todos dedicándole prolongadas miradas cuando ella pasaba a su lado. Esperaba que encontrar a quien buscaba fuera fácil y comenzó inspeccionando la fiesta en busca de cabelleras rubias, ya fueran cortas o largas, rubio oscuro o platinado. Pero pronto se dio cuenta, con horror, que a donde fuera que miraba encontraba cientos de rubias riendo con júbilo y hablando con emoción, si se les miraba dos veces incluso le daba la impresión de que sus rasgos se asemejaban un poco a los de Perséfone y su madre.

Tal vez podría conseguir la verdad de otra manera o, quizás, podría irse sin ella. Hallaría el modo de encontrar a su madre, lejos de las rarezas en toda esa fiesta. Se dispuso a buscar a Aaron cuando una risita femenina y espectral llegó a sus oídos.

El sonido fue tan bajo y breve que Rachel creyó que, por un momento, se lo estaba imaginando, pero al agudizar el oído y escucharlo nuevamente, sobre la música que sonaba en los jardines, comprendió que su búsqueda continuaba en pie. Las risas femeninas eran igual de divertidas que las que había escuchado en su llegada al Inframundo cuando había observado a Perséfone bajar las escaleras, huyendo de algún juego que mantenía con Hades.

La rubia comenzó a escuchar cómo se alejaban. Y era una sensación extraña el sentir las risas de Perséfone reverberar siempre con claridad en su mente, pero bajando la intensidad de su volumen a medida que pasaban los minutos. Rachel sintió algo aletear en su interior y apagó todas las preocupaciones, las voces a su alrededor e incluso la suave música de la fiesta que hacía estragos en su mente. Se limitó a seguir los musicales sonidos que comenzaban a guiarla hacia la entrada de un laberinto con gigantes plantas, arbustos y múltiples helechos.

No se detuvo a mirar atrás cuando ingresó en el lugar y tal vez si lo hubiese hecho, podría haber notado a Aaron moverse con agilidad y algo de prisa entre las personas con la mirada estrangulada, entonces Rachel podría haberse dado cuenta de que parecía buscar a alguien con desesperación.

Pero la rubia siguió el torrente de risitas entre pasillos con arbustos impenetrables a su alrededor que se alzaban unos cuantos metros sobre ella, dejándole solo ver un cielo nocturno repleto de estrellas solitarias y algunas luciérnagas que iluminaban su camino. Avanzó entre intersecciones sin dudar pues a lo lejos podía escuchar las campanadas que daban las onces nocturnas.

Fue llevada entre parajes desconocidos, caminos desolados y paisajes que parecían tristes. Rachel sentía el sonido único de su vestido agitándose a la par de ella y el de su corazón latir con fuerza con cada paso que avanzaba. Cuando salió por un pasaje hacia lo que parecía una gigante y oscura cueva donde no podía observar el cielo, ella supo que ya no podía encontrarse en el laberinto, sino en un lugar mucho peor.

Las luces no llegaban hasta allí, ni tampoco la música de la fiesta que se hacía tiempo se había apagado y mucho menos la melodía que se había repetido con suavidad en su oído y sin cesar desde que había llegado al Inframundo. Ella pasó mucho tiempo parada en aquél lugar, tratando de observar u escuchar algo más y estuvo a punto de volver a la fiesta, decepcionada para tomar una nueva dirección cuando las risitas espectrales rebotaron entre las paredes de la cueva.

El Secreto de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora