Capítulo XII

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 — Oh, Dios, ¡esto es de locos! —murmuró hundiendo el rostro entre sus manos, luego miró con furia a la rubia—. ¿Amor, qué demonios haces aquí?

La chica se encogió de hombros y un amago de sonrisa se hizo presente en sus labios. Sin embargo, la expresión de preocupación persistió en sus facciones.

— Me preocupas —dijo con tono dulce.

— ¿Por qué?

— Porque eres la hermana de una de mis mejores amigas —explicó, levantándose de la cama y poniéndose a su altura—. Y porque hay algo especial en ti, Rachel. Pero estás en problemas.

— Pero yo... no entiendo... —balbuceó—, ¿qué haces aquí? ¿Cómo es que sabías que estaba aquí?

Las mejillas de Amor se tornaron de un intenso color escarlata y transcurrieron varios segundos de incómodo silencio hasta que alguna volviera a hablar.

— Es complicado —fue lo que dijo—. Yo sólo quiero ayudarte...

— Estoy tan cansada —Rachel se derrumbó en la cama de Harry con pesadez—. Nadie me explica nada y cuando me hablan sólo parecen confundirme más. La vida normal acabó para mí en el momento en que volví de la boda de Riley... Como desearía que nada de esto hubiera pasado.

— Yo...

— Y luego llegas tú, provocándome aún más dudas. Bien, ¿si es complicado y prefieres no contarme entonces por qué demonios estás aquí? —terminó con tono frustrado.

Después de su arrebato, se dio cuenta de que la rubia no merecía ser el objetivo de su ira, pero Rachel se sentía tan molesta y herida que no había podido evitarlo. Cuando se dignó a mirar a Amor, encontró que la chica la miraba con una mezcla de compasión y tristeza en la mirada, entonces ella se sintió un poco peor.

— Tal vez si te lo cuento, no me creerías —dijo con suavidad, acercándose al pie de la cama donde Rachel reposaba.

Rach no quería presionarla, así que decidió cambiar un poco el tema —. ¿Por qué has dicho que estoy en problemas?

Amor suspiró.

— Rachel, seré directa. ¿Qué crees que pasará si estás allí, postrada ante las puertas del Inframundo, y no puedes abrirlas?

Se quedó sin habla.

— ¿Entonces no soy yo? —dijo con el corazón latiendo a paso desbocado—. Lo sabía, yo...

— Yo no dije eso. ¿Sabes? No me dejan interferir en las vidas de los demás de manera radical —se encogió de hombros—. Tengo órdenes estrictas para cumplir con mi trabajo, así que no te puedo revelar cosas que en serio estoy muriendo por decirte.

Una expresión de fastidio se hizo presente en las facciones de Amor ante la última frase. A Rachel le hizo gracia pero decidió dejarla terminar antes de bombardearla con más preguntas.

— Pero correré un pequeño riesgo para que sepas esto —centelleó una sonrisita y luego su semblante se volvió serio—. Tienes que ser más lista, Rachel. Quizás lo más obvio y descabellado que puedas imaginar sea la verdad que estás buscando. Encuentra la manera de que esas puertas no tengan más remedio que abrirse ante ti.

— ¿Cómo dices? —balbuceó nuevamente— No estoy... segura de entender.

— Y esos dos chicos —susurró como quien no quiere la cosa—, te quieren. Uno más que otro, eso seguro. ¿Recuerdas lo que te dije en la boda? Bueno, espero que lo sepas.

El Secreto de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora