Capítulo XXIII

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La Reina Cleo envolvió el rostro de Rach en una hermosa burbuja de aire que le permitió, finalmente, respirar. Y mientras ella intentaba que el aire circulara nuevamente por sus pulmones, la sirena la miraba casi con curiosidad.

— Así que... —balbuceó segundos después— no morí. ¡No estoy muerta!

— No —coincidió la reina—. Además, no era tu hora. Las Damas Doradas lo habrían profetizado.

— ¿Qué son las Damas Doradas?

— Son las profetisas de nuestro hogar, hermosas sirenas con una espléndida cola de hermosos tonos dorados que tienen la cualidad de convertirse en delfines del mismo color. Pueden ver todo lo que se avecina y crean profecías y canciones marinas acerca de ello —sonrió ampliamente—. Son seres realmente excepcionales.

— ¡Delfines dorados! —murmuró sin poder creérselo—. ¿De verdad existen? ¿Por qué nunca he escuchado de ellos?

— Oh, querida, existen todo tipo de cosas en este mundo de las que probablemente nunca oirás hablar entre los tuyos, simplemente porque están prohibidas para el ojo humano.

Rachel se encogió de hombros —. Tal vez sea lo justo. Gracias por salvarme.

La Reina Cleo sonrió con dulzura y fue su turno de inclinarse ligeramente de hombros. Su cola de distintos tonos de azul se agitaba con tranquilidad bajo ellas, donde las escasas luces del atardecer no alcanzaban a pegar y todo se volvía oscuro. Rachel no tenía miedo del mar, pero nadar en el agua que comenzaba a oscurecerse con el riesgo de tiburones alrededor la llevaba hasta los límites inimaginables que nunca pensó que podría atravesar.

— No me agradezcas, querida. Todo fue idea de tu guapo y rubio amigo.

La joven retrocedió, levemente sorprendida. Observó las burbujas ascender a la superficie, muchos metros sobre ella, provocadas por sus bruscos movimientos.

— ¿Te refieres a Aaron?

Asintió —. Hay un viejo ritual del mundo de las sirenas que dice que si un hombre amante del mar está dispuesto a sacrificar su vida entrando al agua y tomar el primer rayo de luz de atardecer, entonces se le concederá un único deseo como parte de su última voluntad. Tu amigo conocía el ritual y pidió que fueras salvada por nosotras.

— Pero él... —se atragantó con las palabras pensando en lo que Aaron podría haber hecho. No había forma en el mundo de que la vida del rubio fuera menos importante que la de ella como para sacrificarse de aquella manera—. ¡Él estaba muy vivo... cuando me dijo que saltara por el risco! ¿Vendrá aquí a morir? ¡No!

— Relájate —le dijo con una sonrisa angelical. El rostro de la sirena parecía resplandecer—. Dijo que quería salvar a una Rachel Thomas del horrible destino que sufriría —sus ojos violetas parecieron brillar—. Estaba dispuesto a morir por ti. Pero ni yo, ni mi esposo, podíamos dejar que algo así pasara.

» Ideamos este sencillo plan. Y no te preocupes por los tiburones; los espanté antes de que pudieras tener oportunidad de caer. Aunque tardaste más de lo que creí, pensé que no había servido de nada.

— Yo no... podía entenderle... No sabía por qué decía cosas así. Se desató una pequeña pelea... no quería dejarlos. Espero que estén bien —finalizó en un murmullo.

— Estarán bien —dijo poniendo una mano en su hombro en un gesto dulce, casi maternal, que hizo que su corazón doliera—. Son expertos en estas cosas. Pero deberíamos avanzar hasta el punto de encuentro, se nos está haciendo tarde.

Rachel asintió sin estar preparada de lo que pasaría a continuación. La sirena tomó una de sus manos con la suya y se impulsó, abriéndose camino entre las aguas que comenzaban a parecer tenebrosas. Su cola comenzó a brillar en una oleada de tonos azules de neón, su cabello rojo como el fuego resplandecía de la misma manera, haciéndola parecer salida de una obra de arte, de esas pinturas que piensas que son sólo ficción porque en el mundo real no podrías encontrarte con algo así. Los peces recorrían el mar a su alrededor, algunos de colores simples, otro de tonos brillantes iguales a los de la sirena, y unos pocos que transmitían una hermosa luz donde debían estar ubicados sus corazones. Rachel los observaba anonadada y con una sonrisa tonta en el rostro mientras ellos se escondían a toda velocidad en los arrecifes de coral cuando ellas pasaban a su lado.

El Secreto de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora