[014] - Rey de los condenados

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Sam se sentó en el asiento del pasajero del Impala, la pierna izquierda doblada sobre el asiento para poder apoyarse contra la puerta e inclinar la cabeza hacia atrás contra la ventana.

Como un adolescente, lo había hecho para poder fingir que estaba durmiendo mientras en secreto miraba a Anna. Su parte favorita era cuando la sorprendía mirándolo.

No debería haber hecho esos juegos de adolescentes, pero ella siempre lo hacía  sentir como el niño joven e ingenuo que solía ser. Se preguntó cómo hubieran sido las cosas si la hubiera conocido años atrás, cuando Dean fue a pedirle que lo ayudara a encontrar a John.

Cuando apenas tenía veinte años y los ojos brillantes con una sonrisa fácil.

Se habría enamorado de ella tan rápido. Al instante, tal vez. 

Estaría en un bar, su pelo rojo llamaría su atención, la observaría y ella lo miraría por encima de su hombro. Con esos ojos verdes tan intensos que tienen ese brillo tan especial y con esa sonrisa traviesa. Él hubiera caído ante sus encantos.

Y ella lo hubiera comido vivo.

Miró hacia el asiento trasero, sólo para encontrarla acostada boca arriba. Su trasero estaba presionado contra la puerta del lado de Dean y tenía las piernas afuera de la ventanilla, agitándolas suavemente en el viento mientras su hermano manejaba por una carretera vacía.

Sus brazos estaban apoyados sobre el cuero del asiento, estirados por encima de su cabeza y sus ojos estaban cerrados. Mientras observaba, descubrió algo maravilloso sobre ella. Casi desconcertante. 

Por un momento tuvo que cerrar los ojos, para asegurarse que lo que estaba viviendo era real, que Anna no era un producto de su imaginación. Que realmente estaba acostada en el asiento trasero con las piernas apoyadas en la ventana y haciéndole sentir cosas extrañas.

La pelirroja debió sentir la mirada sobre ella porque sus ojos se abrieron de repente e inclinó su cabeza hacía atrás sobre el asiento, para poder mirarlo. Y Sam quedó atrapado.

Esa fue la mirada sobre el hombro. La que se suponía que lo hubiera cautivado cuando era solo un adolescente.

Entonces se dio cuenta de que era un idiota al pensar que aún no podía hacer eso.

Era un idiota al pensar que ella aún no podía comerlo vivo.

Sus labios se curvaron para formar esa sonrisa de costado tan característica suya y Sam quedó estupefacto e iluminado, todo al mismo tiempo mientras inclinaba la cabeza hacia abajo para mirar sus pies.

Dean detuvo el auto y Sam se sobresaltó cuando recibió un golpe en su pecho.

—Tierra a Sam —Dean gruñó mientras sacaba las llaves y salía del Impala.

Sam vio como Anna ponía los pies en el suelo del auto y se sentaba cuando Dean abrió la puerta. Apoyó los pies descalzos en el marco del automóvil.

Dean se agachó frente a ella y agarró sus calcetines. —Ponte esto —su tono era suave pese a su voz áspera.

Cuando Anna se puso los calcetines, Dean agarró sus botas y aflojó los cordones.

—Puedo ponerme las botas sola, Dean —se quejó mientras él abría uno para que deslizara el pie.

—Lo sé.

Ella no discutió, solo sonrió y deslizó su pie en una bota, luego la siguiente. Y se sentó pacientemente mientras Dean arreglaba los cordones.

Sam se preguntaba qué tipo de poder tenía ella sobre él y su hermano. Nunca había visto a Dean atarle los cordones de nadie y mucho menos ponerle los zapatos. Hasta que la conoció.

entre los hermanos | supernatural¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora