Capítulo 7

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El aprendizaje

De regreso en el cuarto rojo, tanto Christian como Edward intentaron mantenerse calmos, pero la realidad era que uno de ellos estaba bastante ansioso, mientras que el otro un poco avergonzado y temeroso de lo que pudiese exigirle como sumiso, su amo y señor, el cual aunque solo tenía poder sobre él los fines de semana, Edward sabía que el magnate era un hombre al que le gustaba tener el poder de todo y de todos, donde, cuando y el día que él quisiera, demostrándoselo con toda aquella puesta en escena de todopoderoso, la cual había ejecutado en el helipuerto de Portland.

—Entra, Edward —le exigió Christian después de despojarse de su saco negro y su corbata, abandonando ambas prendas de vestir sobre la cama—. La señora Jones ya no está en casa, si es eso lo que te preocupa. —El serio vampiro dejó de mirar los alrededores de la casa, introduciéndose nuevamente en la peculiar alcoba.

—No buscaba a la señora Jones —mintió, ya que precisamente era eso lo que hacía, ver si la ama de llaves se encontraba aún en casa—. Solo creí escuchar ruidos. —Christian no le dio importancia a su explicación, desasiéndose de los gemelos que adornaban los puños de su camisa, guardándolos en el bolsillo de su pantalón, mientras Edward cerraba la puerta, quitándose lentamente el sobretodo gris.

—¿Recuerdas la primera regla que te di en esta habitación? —Edward asintió.

—Jamás debo ver a mi Amo de un modo retador, sino con total sumisión, manteniendo la cabeza agacha. —Aquello último Christian no lo había hecho verbal en su momento, pero Edward lo había leído en su mente, recordando que lo había visto en sus pensamientos, al ver la cara de asombro del magnate.

—Exactamente, Edward... me impresionas. —El chico no dijo absolutamente nada, acercándose nuevamente al escaparate que mostraba diversos artefactos de tortura y sumisión, mientras Christian le observaba—. ¿Hay algo enfrente de ti que no sepas lo que es, y desees saber? —preguntó remangándose las mangas de su costosa camisa blanca.

—Pues la verdad es que no conozco la mayoría de las cosas, salvo los látigos y las mordazas, pero... —Tomó una barra de metal, la cual tenía dos correas de cuero en cada extremo—... me intriga bastante saber para qué diablos es esto. —Christian sonrió de medio lado, acercándose a Edward para quitarle el peculiar artefacto.

—Esto es una barra extensora —explicó el magnate, tomando a Edward del brazo, exigiéndole que tomara asiento a orillas de la cama, mientras proseguía con su enseñanza—. Esto tiene muchas funciones. —Después de que consiguiera que el joven vampiro tomara asiento casi a empujones, Christian se inclinó frente a él, ordenándole que se deshiciera de sus zapatos.

—¿No puedes explicármelo sin usarla? —Christian negó con la cabeza.

—Un buen profesor da la teoría y la práctica al mismo tiempo. —Aquello consiguió que Edward pusiera los ojos en blanco, recibiendo de Christian un golpe seco y rápido con la barra extensora en su pierna—. Otra regla en este cuarto es que no puedes hacer ese maldito gesto arrogante.

—¿Cuál? —preguntó el chico un poco molesto, sobándose el golpe, no porque le doliera, sino porque si no lo hacía, levantaría sospechas, ya que el golpe había sido fuerte.

—Ese de poner los ojos en blanco. —El impertérrito joven se deshizo al fin de sus zapatos, intentando no hacer algún gesto de hastío, ya que al parecer, al magnate le irritaba—. Separa un poco tus pies —le exigió a Edward, contemplando cómo alzó irónicamente la ceja, recibiendo de Christian otro golpe con la barra.

—¿Qué?... —Volvió a preguntar, esta vez un poco más molesto.

—La ceja —espetó Christian.

50 Juegos de Codicia y Poder (Ego contra Ego)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora