Capítulo 30

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Imprevistos

Tanto Christian como Edward, no pudieron dejar de rememorar la intensa velada de anoche, en donde el magnate se había despojado no solo de sus miedos y sus complejos, sino que Edward parecía estar cada vez más enamorado y menos tímido de lo habitual, deseando sumergirse en la lujuria que el magnate le había enseñado y de la que el vampiro ya no podía escapar.

Aunque no se habían dicho mucho al despertar en la mañana, sus miradas hablaron por ellos, se sonreían y se mimaban el uno al otro, terminando con un fuerte abrazo tranquilizador, aquel que decía te amo y te necesito siempre a mí lado.

Ambos se ducharon, cada uno en el baño de su recámara por petición de Edward, el cual se hizo nuevamente el mojigato, pero la realidad era que el vampiro sentía mucha sed de sangre y cada vez que abrazaba a Christian temía que su autocontrol se perdiera por completo, deseando hincarle el diente por culpa de la sangre humana que había estado ingiriendo últimamente en Seattle, despertando al animal dentro de él.

Christian ya había bajado a almorzar, esperando pacientemente por Edward, el cual bajó unos cuantos minutos después de que el magnate lo hubiese hecho, tomando asiento a su lado.

—Lamento la tardanza. —Se disculpó el chico, tomando un par de tostadas de la bandeja, untándole con mantequilla, mientras Christian le observaba detenidamente, atenazando de improviso el mentón de Edward, alzándole la cara.

—Anoche tus ojos eran negros... hoy son ámbar... ¿Acaso usas lentes de contacto? —Edward le observó un poco asombrado ante la pregunta.

—Aamm... sí. —Volvió a mentir—. Carlisle y Esme tienen ojos color miel, así que nosotros decidimos usar lentes de contacto del mismo color para parecernos a ellos. —Christian sonrió.

—Me parece genial, aunque siempre creí que eran naturales... me gusta cómo te quedan. —Una vez más Edward tuvo que mentir para mantener a Christian a salvo de la dura y cruel realidad que podría llegar a lastimarle, no solo por lo difícil que sería asimilar la verdad, sino porque los Vulturi castigaban a quienes pretendieran dejarlos en evidencia delante de los humanos.

Christian soltó el mentón del muchacho, después de haber depositado un rápido beso en sus labios, antes de que Gail hiciera acto de presencia en el comedor, trayéndoles a ambos una jarra con jugo de naranja.

—Muchas gracias, Gail. —Agradeció Christian retomando la ingesta de comida, esperando a que la mujer se marchara—. Sé que ya no es necesaria la terapia, pero... —El magnate limpió sus labios con una de las servilletas, sacando de abajo de la mesa, el elegante juego de ajedrez tallado en madera— ... A lo mejor te gustaría jugar por simple deseo de hacerlo. —Edward detuvo sus rápidos movimientos sobre las tostadas, sonriéndole al magnate.

—Es muy necesaria la terapia, Christian, tú la necesitas, yo la necesito, y si... claro que me gustaría jugar. —El magnate pensó que podría zafar de la terapia, pero ese desgraciado psicólogo que vivía en el interior de su adorado esclavo jamás descansaba, resignándose a ello, extrayendo todas las piezas de ajedrez, reacomodándolas sobre el tablero.

—Pensé que ya ni querías que fuera tu conejillo de india. —Acotó el magnate, retomando su desayuno, después de terminar de ordenar las piezas, mirando a Edward.

—De hecho lo pensé, pero siento que ya es demasiado tarde para retomar un nuevo proyecto... tengo mucho de este redactado y comenzar desde cero me complicaría más las cosas de lo que ya las tengo. —Christian asintió.

—Entiendo. —Por más que Edward trato de postergar la ingesta de comida, ya había untado bastante aquella tostada, dándole un gran mordisco, intentando no devolver la deliciosa bolsa de sangre que había ingerido hacía tan solo unos minutos—. ¿Me dejarás leerla? —El joven vampiro negó con la cabeza—. ¿Por qué? —Quiso saber el sonriente magnate, siendo el primero en mover un peón, para demostrarle a Edward que el partido ya había comenzado.

50 Juegos de Codicia y Poder (Ego contra Ego)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora