Capítulo 1. Zykbar (I)

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Palacio de Luna, Shakhak, Región de Luna

El silencio cubría la fría mañana. Erguido frente al gran ventanal, Olghar contemplaba el fin de la noche, hasta que se vio obligado a entornar sus claros ojos y desviar la mirada ante el naciente resplandor que invadía su reino. Durante las largas horas de sombras, había observado el ir y venir de sus gentes bajo la tenue luz plateada que la luna les regalaba, pero poco antes de la aparición del astro dorado todos se habían ido retirando paulatinamente a sus hogares. Una gran serenidad se había extendido por las calles de Shakhak.

Shohersem, también llamado río de la Noche Azul, y principal fuente de vida de la ciudad, fluía con paso suave a través de luz y oscuridad. Su imperturbable constancia sosegaba el ánimo del príncipe, que solía acompañar con la mirada las tranquilas aguas desde la alta torre del Palacio de Luna. Sus aposentos se encontraban en el punto más elevado de la capital del reino y eso le permitía, antes de que el día se alzara tras las lejanas montañas de Shakadel, recorrer con la vista cada rincón para elaborar planes y sembrar sueños que vertieran prosperidad sobre su pueblo. Observaba a los artesanos, que se esforzaban por intercambiar sus productos en la Explanada de Zalghea, y a los más jóvenes en su entrar y salir del hogar escuela, al tiempo que sus familias cultivaban las tierras de la región. No podía permitir que aquel bienestar se destruyera bajo manos que se creían enemigas.

Más que nunca, Olghar se sentía responsable del reino de la Región de Luna. Hacía más de diez estaciones que él gobernaba en lugar de su doliente padre, cuya mente había empezado a divagar hacia dominios inciertos. Aun cuando el pueblo, ignorante de esa situación, seguía aclamando al sabio monarca que le había proporcionado armonía y prosperidad, Olghar sabía que la paz podía quebrarse en cualquier momento.

De pronto, un solo golpe en la puerta, como era tradición, lo arrancó de sus reflexiones.

—Adelante —pronunció con voz firme sin apartarse del ventanal.

La puerta, adornada por dos grandes lunas nacaradas, se abrió para dar paso a una joven con el rostro cubierto por un sutil velo que permitía ver únicamente sus ojos de un negro profundo. Antes de dirigirse a él, la mujer observó durante unos segundos la alta figura del soberano en su atuendo informal, que consistía aquella mañana en camisa blanca de manga ancha sobre pantalón gris claro, sin casaca ni cinturón, y botas bajas. No era usual que solicitara la presencia de nadie al amanecer, pues era la hora en que solía retirarse a descansar, sobre todo porque acababa de regresar de un agotador viaje desde la tierra de Sol.

—¿Me mandaste llamar, mi señor? —se decidió a preguntar.

—Sí —respondió el príncipe, dándose la vuelta despacio—. Necesito tu ayuda.

La inquietud se hizo evidente en la expresiva mirada de la mujer, que ella clavó sin timidez en los ojos grises del hombre de Luna.

—¿Algún problema en tu viaje?

—Yo estoy bien, no te preocupes —contestó él con una fugaz sonrisa.

Ella asintió con la cabeza en una especie de reverencia y Olghar prosiguió:

—Quiero pedirte que te encargues de una joven que se encuentra muy débil. La encontré en mi camino de regreso de la Región de Sol, cerca de Tarhhak. No sé cómo ha sobrevivido al largo viaje desde allí, pero es necesario que la salves. Por favor, quédate junto a ella noche y día.

—¿Un caso especial? —preguntó la sanadora.

El príncipe la miró con seriedad antes de responder:

—Muy especial.

Se hizo un corto silencio y, después, la suave voz llegó una vez más a Olghar a través del velo:

—¿Puedo preguntar de quién se trata? ¿Sabes algo de ella?

El príncipe de Luna se llevó la mano a la frente para apartar un largo mechón de rubio, casi blanquecino cabello, y pareció dudar un momento.

—Ignoro su nombre y su circunstancia —respondió al fin—, pero cuando la veas entenderás mis palabras.

Shaktarha, de Luna y de SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora