Capítulo 10. Yirsheruq (II)

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Los más antiguos monarcas de Luna, Gheramih y su hermano Sergha, reinaron en la Región de Luna de mutuo acuerdo, dividiendo los territorios, pero ninguno de los dos tuvo un hijo varón. Sergha engendró a Arkahli, quien fue reina de todo Luna y gobernó de manera prudente hasta que su hijo, Ughaser, tomó el poder. Fue un rey desmesurado, ambicioso, belicoso. Disfrutó las guerras continuas contra la tierra de Sol sin lograr nunca el dominio sobre ellas. Tras su muerte en batalla, su hermana Sheymelah heredó el trono y su reinado estuvo también bañado en vengativa sangre.

Heribaruq, primer rey de Sol, inculcó su odio hacia la tierra de Luna en sus tres hijos: Saheruq, Erqharuq y Yamabaruq. De ellos, sólo Erqharuq, el puño de Ruq, llegó a reinar tras la muerte de su hermano mayor. Su reinado fue corto e infeliz. Se lo comparó continuamente con su padre, el herrero de oro, y su amargura lo destruyó sin descendencia. Pero su hermano menor, Yamabaruq, engendró un hijo valeroso: Oshayruq, quien hizo prosperar grandemente la tierra de Sol.

Shakbaah cerró el libro, aburrida ante la interminable lista de nombres y hechos que no le aclaraban demasiado sobre el origen de los conflictos entre las dos regiones. El programa de entrenamiento no consistía sólo en ejercicios físicos enfocados al desarrollo de aptitudes de combate, sino que incluía clases de los más diversos temas. Hacía tantas estaciones que Shakbaah no acudía a ningún tipo de escuela, fuera de las lecciones que su madre le ofrecía, que, si las circunstancias se lo hubieran permitido, habría disfrutado la mayor parte de las enseñanzas. Su mente estaba demasiado dispersa en general y concentrada sólo en un asunto que ocupaba la mayor parte de sus pensamientos. A pesar de eso, cuando el maestro dibujó un mapa de las dos regiones con sus ríos y sus bosques, la joven prestó gran atención e incluso intentó copiarlo con la mayor fidelidad posible para memorizarlo posteriormente y tratar de situar la casa de Daqhan entre los bosques de Sol.

La Región de Luna se extendía hasta un límite de agua infinita que no lograba imaginar, al que se llegaba después de viajar en la dirección opuesta a Sol y atravesar el río de Shohersem, las montañas de Shakadel, el bosque de Seghori, llamado «de los susurros», y algunos bosques más hasta la costa de Eghasih. También aprendió que su paraje olvidado, situado al norte de Shakhak, era considerado un terreno abandonado por Shak, al que nadie se aventuraba por ser inhóspito en extremo. Pero eso no interesaba a Shakbaah tanto como los detalles sobre el viaje hacia el otro lado, hacia la Región de Sol. En ese territorio había selvas y un desierto infranqueable, pero la joven anotó todos los detalles de la zona cercana a Tarhhak. Comprendió que debería atravesar la Selva del Sol Poniente, y el valle llamado Remanso de los Durmientes, siempre en dirección hacia la gran ciudad, hasta alcanzar los bosques conocidos como Jumolazeq o Espesuras del Fuego, donde según sus cálculos se encontraba la casa del soldado.

Poco antes del amanecer, una vez terminadas las clases y los entrenamientos, los alimentos que le ofrecían le parecían gloriosos. Shakbaah no estaba acostumbrada a comer combinaciones tan sabrosas que contenían todos los nutrientes necesarios. Durante su recuperación, Kyalen le había impuesto una dieta muy completa que ella había considerado especial, dada su condición convaleciente, pero ahora se daba cuenta de que la comida que se servía normalmente en el palacio era deliciosa. Le proporcionaba bastante energía, a pesar de que su estado anímico no era el mejor. Descubrió manjares de los que nunca había oído hablar, tales como los bugop, que eran rosquillas rellenas de algún tipo de pescado y verduras, o su favorita, a la que había aprendido a llamar agayigh, y que consistía en una crema de color rosado con sabor algo ácido cubierta con pedacitos de hortalizas frescas. Sin embargo, Shakbaah se sentía culpable cada vez que disfrutaba de algo. Estaba segura de que su madre moría un poco más con cada instante que pasaba. Ni podía ni quería apartarla de su pensamiento. Incluso en sus primeros paseos por el Palacio de Luna, la había tenido presente. Si mi madre pudiera ver este lugar, había pensado ante los largos pasillos de mármol y las escalinatas blancas que parecían perderse en el mismo cielo.

Shaktarha, de Luna y de SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora