Capítulo 11. Wanuy (I)

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Iqsare, día de luz, se dirigió al centro dorado de su poder, que la sostenía en sus brazos desde la memoria primera.

­—Los humanos me han invocado —le dijo—. Podemos reinar largamente, horas sin fin. Ellos desean nuestra luz más que ninguna otra cosa.

—¿Cuál es la condición? —preguntó Ruq, dios Sol.

—Que nos separemos del brillo plateado y de su noche adorada.

Ruq estrechó su cerco de fuego y habló con voz cálida:

—Pero Shak y Shohyla, luna y noche de los mundos, son la sombra de nuestra propia esencia. Si nos separamos de ellos, el desequilibrio será inevitable. Los humanos no saben que en su deseo anida su propia destrucción.

*

Palacio de Luna, Shakhak

Una copiosa lluvia había estado cayendo sin interrupción durante horas. La estación de agua había llegado y permanecería en la Región de Luna durante unos cuatro meses, en los que el cielo regaría los bosques indistintamente día o noche y, a veces, día y noche sin cesar. Después sería seguida por la época seca y la temporada fría, que marchitaría la vegetación que había florecido durante el tiempo de agua. Así era como se sucedían las estaciones en aquel territorio. Tres estaciones al año de entre dieciséis y dieciocho semanas cada una.

Kyalen atravesó con paso rápido el patio de armas y se dio cuenta de que había olvidado cubrirse con algún protector antes de aventurarse al exterior, pero su turbación era tal que decidió seguir avanzando bajo la abundante lluvia, en lugar de regresar en busca de algún recurso contra el agua.

Aquella mañana, al proceder a su usual visita a la estancia de Shakbaah para revisar sus heridas y realizar las curaciones que fueran todavía convenientes, había encontrado la habitación vacía. De inmediato se había dirigido a la zona de instrucción militar, pensando que la joven había sido trasladada al área de alojamiento para los cadetes, a pesar de que ella había dado instrucciones de que debía conservar su habitación en el palacio central hasta que estuviera totalmente recuperada. Allí, el oficial encargado del entrenamiento le había explicado lo sucedido:

—Lo siento, tuve que aplicar el mismo castigo que habría empleado con cualquier otro aspirante que se hubiera atrevido a amenazar a sus compañeros con un cuchillo. No imaginaba que reaccionaría así. Esa muchacha es como un animal salvaje. Tuve que encerrarla yo mismo y sujetarla con una cadena. Ese tipo de conducta es inadmisible en mi programa.

La pena dispuesta había sido la celda de castigo: una oscura y húmeda habitación en los sótanos del área de entrenamiento. Al ver el lugar en el que pretendían encerrarla, Shakbaah había enloquecido y atacado a los guardias, presa de un pánico inexplicable para los presentes. El oficial había tenido que emplear la fuerza y la ayuda de dos soldados para poder subyugarla. Aquellas noticias habían afectado profundamente a Kyalen, quien parecía entender mejor que nadie la causa de su reacción.

—¿En una celda? ¿Encadenada? Oficial Helsikor, no soy la indicada para cuestionar tus procedimientos, pero hay circunstancias que desconoces. Por favor, es necesario liberarla enseguida de su encierro. No se trata de ningún animal salvaje.

—No es prudente que te acerques a ella ahora, doctora Kyalen. No sabemos cómo puede reaccionar —aconsejó el oficial.

—Hablaré entonces con el príncipe Olghar.

Shaktarha, de Luna y de SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora