Capítulo 22. Izhaqyr (II)

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Vortyruq siempre había estado rodeado de los lujos dignos de un príncipe, pero aquellos días parecía disfrutarlos con mayor intensidad. Ahora son los lujos dignos de un rey, se dijo mientras observaba su nuevo aposento, mayor aún que el anterior. Habría podido conservar sus habitaciones, que no eran exactamente modestas, pero las de su padre le parecieron más adecuadas. Recorrió con satisfacción las dos ostentosas antesalas que precedían a la estancia principal. Reparó con más detenimiento que nunca en los sillones dorados y en los enormes cuadros que las adornaban y sólo observó con disgusto un singular tapiz con bordado de hilo de plata, obsequio del príncipe de Luna en su última visita. Ordenaré que lo retiren de inmediato. Si no llego a detener esta locura, pronto habríamos tenido el castillo invadido por lunas plateadas. Ese príncipe no parece desistir en su intento de acercamiento entre nuestras culturas, pensó mientras sonreía interiormente. Lástima que se haya tomado tantas molestias.

A Vortyruq, no obstante, no le interesaba el mismo tipo de placeres que a su hermano. Las cacerías le parecían aburridas y prefería concentrarse en el entrenamiento de sus animales, y en cuanto a las mujeres, se limitaba a tomarlas cuando deseaba satisfacer sus necesidades. Nunca intercambiaba demasiadas palabras con ellas ni mostraba ningún interés en conocerlas. Tenía intención de escoger a alguna como esposa un día para que le proporcionara herederos varones, pero era él quien tomaba las decisiones en lo que se refería a mujeres o a cualquier otro asunto. Por eso, se sorprendió cuando le notificaron que una joven había solicitado una audiencia con él. Vortyruq no otorgaba audiencias a simples aldeanos, pero accedió a recibirla en una estancia destinada a encuentros oficiales, dado que ni siquiera sospechaba de qué podía tratarse. Todo se esclareció ante sus ojos cuando la tuvo frente a él.

—Dime, ¿qué es lo que quieres? —le preguntó con voz solemne, mientras permanecía sentado ante una larga mesa de robusta madera.

La mujer avanzó hacia él con todas las reverencias necesarias y establecidas.

—Deseo conocer al nuevo rey y entender las razones del encierro de su hermano.

Vortyruq observó largamente a la joven sin decir palabra. Contempló su larga y ondulada cabellera, oscura como el azabache, y sus vivos ojos negros, ligeramente rasgados. Tampoco le pasó desapercibido el espléndido vestido azul que realzaba su perfecta figura, y concluyó que, conociendo las debilidades de Yirsheruq, era inevitable que hubiera sucumbido ante los encantos de aquella fémina. Pero él era muy distinto a su hermano.

—No veo por qué habrían de concernirte esas razones, mujer —dijo finalmente.

Ella avanzó todavía un poco más.

—Entonces tal vez lo que más me interese sea conocer al nuevo rey.

—¿Y de qué forma te gustaría conocerlo? —preguntó él sin abandonar aún su tono de indiferencia.

La joven sonrió con actitud seductora y miró al soberano de Sol de una manera que distaba bastante de la solemnidad requerida. Todavía dio un paso más.

—De cualquier forma que él proponga.

Vortyruq estalló en una sonora carcajada que sobresaltó a la bella mujer. Después, se levantó de su silla y se acercó a ella lo suficiente para intimidarla. Le tomó la barbilla con su fuerte mano sin titubear un momento y le volvió la cara hacia un lado y luego hacia el otro con brusquedad antes de apartarse de ella con la más fría de las miradas.

—Te expresas demasiado bien para ser una prostituta iletrada —dijo ante la sorprendida y ofendida mirada de la joven, que trató, sin embargo, de recuperar de inmediato la compostura.

—He tratado con muchos señores de noble estirpe —respondió ella.

—Como, por ejemplo, mi estúpido hermano —apuntó el rey—. Sé perfectamente quién eres y lo que quieres. Jyamara te llamas, ¿verdad? Entiendo lo que Yirsheruq ve en ti, pero yo no soy tan imbécil. Por eso él está en una sucia mazmorra mientras yo ocupo el Gran Trono.

Luego, volvió a reír sonoramente y con un gesto de su mano indicó a los guardias presentes que la audiencia había terminado. De inmediato, los soldados acompañaron a Jyamara hacia la puerta de la estancia.

La hermosa joven no estaba acostumbrada a semejante trato por parte de ningún hombre, aunque se tratara de un rey. Mientras era acompañada por los largos pasillos y patios hacia el exterior del castillo, un violento sentimiento de rabia se apoderó de todo su ser. Los hombres que ahora la escoltaban eran los mismos que tantas veces la habían dejado pasar a los aposentos de Yirsheruq y comprendió que sus visitas al castillo habían terminado. También comprendió que su espíritu no descansaría hasta que aquel injurioso monarca fuera destronado de la forma más ignominiosa posible. Tu sangre se derramará por el suelo, maldita serpiente, juró en su interior, y Yirsheruq y su linaje reinarán en esta tierra.

*

Selva del Sol Poniente, Región de Sol

La vegetación se había ido haciendo paulatinamente más espesa y Shakbaah supuso que, si el extraño personaje no le había mentido, debía de estar llegando ya a la Selva del Sol Poniente. Observó los árboles de gran altura que se cerraban sobre ella, oscureciendo el cielo, y oyó aquella especie de fuerte graznido que surgía del largo pico de los pájaros de Sol. No los había olvidado, pero aquellas voces no le traían gratos recuerdos.

El frío había empezado a disminuir de forma notable, así que la joven se despojó del chaleco de piel que había usado para cubrirse el torso y siguió su camino en mangas de camisa. No obstante, y a pesar del creciente calor, de pronto, gruesas gotas empezaron a caer sobre su frente y enseguida se transformaron en un violento aguacero. Shakbaah no concebía que la lluvia y el sol pudieran darse al mismo tiempo, y siguió adelante sin saber si sería más sabio volverse a cubrir o permitir que el agua la ayudara a combatir el calor. De todas formas, también el insólito clima le confirmaba que se encontraba ya en la Región de Sol.

La joven no había perdido la esperanza de lograr poner fin a aquel horrendo martirio que había iniciado varias estaciones atrás, pero a medida que la distancia que la separaba de su objetivo se iba reduciendo, el miedo empezaba a hacerse más presente en su pensamiento. Lo que realmente la asustaba no era lo que podía ocurrir, sino más bien lo que podía haber sucedido ya. Era consciente de que había pasado demasiado tiempo. El sentimiento de culpabilidad que la había dominado desde su huida de aquella casa parecía intensificarse con cada momento que la acercaba más y más a la Región de Sol. Una insoportable voz en su interior le repetía que debería haber buscado con mayor ahínco aún la forma de regresar, en lugar de permanecer entre las protectoras paredes del hermoso palacio. Era cierto que las comodidades que allí había disfrutado, a pesar del continuo y arduo entrenamiento, la habían seducido. ¿Cómo podía negarse esa verdad? Y sobre todo las atenciones y el afecto sincero de aquellas personas que, aun siendo extrañas, la habían acogido y ayudado. Pero debía asumir que otra vez estaba sola. Sola para enfrentar la realidad que el destino le impusiera. Sola para aceptar la responsabilidad que los dioses habían depositado en sus manos.

Shaktarha, de Luna y de SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora