Bosques de Jumolazeq, Región de Sol
Oculta entre matorrales, Shakbaah acechó con difícil paciencia la entrada de la casa durante horas infinitas. No había sido sencillo dar con el lugar entre la espesa vegetación de aquellos bosques desconocidos, pero una vez frente a la aislada construcción no tuvo ninguna duda de que se hallaba en el sitio adecuado, aun cuando en su recuerdo había conservado la imagen de una casa de mayor tamaño. Siempre había tenido un sexto sentido para orientarse entre los árboles, más que en las aldeas o caminos porque, en realidad, desde la caja de madera no había podido ver casi nada que la ayudara a guiarse y en esta ocasión Zykbar no había aparecido para marcarle la senda correcta. En su memoria guardaba el mapa que había copiado en sus clases y que había estudiado todas las mañanas de su estancia en el palacio antes de acostarse.
Lo más seguro era que hubiera caminado en círculos más de una vez, pero no había querido señalar su propio camino por miedo a dejar demasiados rastros de su presencia. Había preferido incluso ocultar al caballo y moverse sola de la forma más sigilosa posible, al sospechar que no se encontraba ya lejos de la vivienda de Daqhan. Temía además encontrar a algún soldado o asesino custodiando la propiedad o sus cercanías, ya que, después de la terrible experiencia en la cabaña, estaba segura de que el hombre de Sol no habría dejado su propia casa sin vigilancia. De cualquier forma, cuando la construcción había aparecido por fin ante sus ojos, la había reconocido, sobre todo porque al acercarse un desagradable escalofrío le había recorrido la espalda.
Sabía que las personas de Sol salían por la mañana, así que aguardó toda la noche, esperando el momento más adecuado para irrumpir en la vivienda. Si bien las noches en aquella región eran mucho más cortas que en Luna, a la joven le pareció como si el tiempo se hubiera detenido. Sólo podía recordar un triste periodo de su vida lleno de horas tan interminables como las de aquella noche, y también había transcurrido allí, pero a pesar de su desesperación y del creciente temor que la atormentaba, Shakbaah decidió esperar. Así fue como la luz del amanecer se fue extendiendo por el firmamento hasta que un brillo cegador invadió por completo el día.
Y Shakbaah esperó.
Esperó todavía largas horas, hasta que sintió que iba a enloquecer con el silencio y la quietud que reinaban en el lugar. Esperó hasta que empezó a sentir calambres en sus músculos por la tensión acumulada. Esperó hasta que un sabor amargo le llenó la boca y sus manos comenzaron a temblar. Pero Daqhan no salió. Entonces decidió que tenía que entrar en la casa, aun a sabiendas de que bajo la luz del día el soldado sería un oponente aún más peligroso.
Se acercó por la parte de atrás con gran sigilo y se fue deslizando por la pared, espada en mano, hasta alcanzar una de las ventanas. Miró con enorme cautela, pero no logró ver a nadie. Esperó unos segundos y volvió a mirar. Tampoco percibió ningún movimiento. Finalmente, tragó saliva y agarró con fuerza la empuñadura de su arma antes de precipitarse hacia la entrada. Había ya decidido patear la puerta con toda la fuerza de sus entrañas, aun sin estar segura de si el golpe la abriría o más bien alertaría a sus habitantes de su presencia, cuando advirtió que se encontraba entreabierta. Después de un instante de desconcierto, la empujó suavemente y entró con rapidez sujetando la espada con ambas manos.
El corazón le latía tan fuerte que el pecho empezó a dolerle con el continuo golpeteo. Sin embargo, la habitación estaba vacía. Shakbaah no conocía bien la casa, puesto que su estancia allí se había limitado al horrendo sótano, pero pudo ver tres puertas y una escalera que descendía. Intentó calmar el ritmo de su respiración antes de abrir con cuidado la primera puerta, detrás de la cual encontró una habitación bastante grande con escaso mobiliario. Contenía una mesa, dos sillas, un baúl y una cama. Por alguna razón que no quiso analizar, la visión de aquella estancia le provocó una angustia profunda que trató de sacudir de su imaginación con un brusco movimiento de la cabeza. No obstante, no había nadie allí y no había tiempo para detenerse. La segunda habitación estaba totalmente vacía. Al acercarse a la tercera puerta, la joven escuchó un ahogado gemido y se detuvo un instante. Por encima de su propia respiración y de los fuertes latidos de su corazón, logró oír otra vez el lastimero sonido. Un asfixiante nudo empezó a formarse en su garganta mientras empujaba sutilmente la puerta. Allí, postrado en una improvisada cama de paja, se encontraba el anciano que profería aquellos continuos y desagradables quejidos. Shakbaah se acercó a él con cautela, sin perder de vista la puerta de la habitación.
—Rasshul —susurró—. ¿Estás herido?
El viejo sirviente abrió los ojos con gran esfuerzo y clavó su débil mirada en la joven. Movió los labios, pero ningún sonido salió de su boca.
—Mi madre, ¿dónde está? ¿Y tu amo?
Esta vez, Rasshul logró articular algunas palabras, casi inaudibles:
—Has vuelto, niña... Ya no está aquí... ya no...
—Te dije que regresaría, pero ¿quién no está aquí? ¿Mi madre?
El sirviente negó ligeramente con la cabeza.
—Mi amo... mi amo se fue. Estoy... enfermo.
Shakbaah se arrodilló junto al lecho de heno y observó al pobre hombre durante unos segundos. Parecía estar realmente al borde de la muerte.
—Agua... agua —pidió el anciano con voz débil.
La joven fue a buscar un poco de agua que encontró en un barril en la cocina y regresó enseguida junto a él. El hombre bebió con avidez hasta que un ataque de tos lo obligó a detenerse. Shakbaah esperó con mirada expectante a que el acceso pasara.
—Mi madre, dime, Rasshul, ¿él se la llevó? ¿A dónde fue? —insistió entonces.
El viejo tardó unos segundos en reunir las fuerzas para volver a hablar.
—Al Castillo de Sol. Allí vive ahora. La mujer de Luna... —empezó, pero de pronto cerró los ojos y dejó de hablar.
La joven temió que hubiera muerto y sintió deseos de zarandearlo, pero se limitó a acercar su rostro al del moribundo.
—Habla, Rasshul, mi madre...
El hombre no reaccionó, así que Shakbaah insistió una vez más:
—Dime, por favor, ¿dónde está mi madre? ¿Daqhan se la llevó al Castillo de Sol?
—Tu madre... —siguió por fin el anciano, y alzó débilmente la mano para tomar la de la joven—. Tu madre... murió.
Shakbaah no respondió. Se quedó mirando al anciano, como si no hubiera entendido el significado de sus palabras.
—No —dijo por fin—. Mi madre, la mujer de Luna que estaba retenida en esta casa. ¿Me entiendes, viejo? ¿Dónde está?
Rasshul intentó incorporarse sin éxito. Sólo logró abrir los ojos y clavar su quebradiza mirada en la de ella, mientras le sujetaba la mano.
—Él la enterró... en el bosque —consiguió decir después de unos segundos.
Ella se limitó a observarlo con la mirada atónita, sin pronunciar una sola palabra, como si todo su mundo se estuviera derrumbando a una velocidad que su entendimiento no podía alcanzar a comprender. Rasshul sabía que su vida iba a terminar en cualquier momento y no quería dejar a la joven en la incertidumbre de lo sucedido. Hizo acopio de las escasas fuerzas que le quedaban y explicó:
—Neishah no sobrevivió... Pensó que habías muerto, niña, y se fue... debilitando más... y más. Él... la dejó morir.
Shakbaah se sintió súbitamente abrazada por las más densas tinieblas. Toda su existencia pareció apagarse de pronto y una implacable soledad invadió todo su ser. Miró al hombre durante eternos segundos, sin decir nada, inmóvil, vencida. Soltó entonces la mano de Rasshul, pero permaneció arrodillada junto a él, en silencio. Sólo algún tiempo después se puso en pie, con lentitud, como si aquel simple gesto exigiera un esfuerzo sobrehumano y dejó caer la espada que había sostenido todo el tiempo por miedo a que Daqhan pudiera aparecer todavía. Cerró los ojos. El dificultoso respirar del anciano llegaba a sus oídos desde una dimensión lejana, distinta a la que ella habitaba en aquellos momentos. En su mente seguía resonando la misma frase una y otra vez: Él la dejó morir. Él la dejó morir.
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Shaktarha, de Luna y de Sol
FantasyShaktarha, de Luna y de Sol nos traslada a un mundo mítico de leyendas y secretos, marcado por un enigmático desequilibrio entre el día y la noche, donde una joven se convertirá en la única vía de reconciliación a través de la antigua sabiduría de l...