Capítulo 16. Olghar (I)

14 4 6
                                    

Shohyla, la sabia noche, había visto sonreír al día mañana tras mañana en el instante único en que sus voces se encontraban. Aquel instante era suficiente para entender que sus espacios infinitos conocían el ritual de pasos armónicos, necesarios, grabados en el tiempo. Así, cuando en el transcurrir de las eternidades Shohyla sintió que la luz diurna empezaba a retrasar su aparición sobre las montañas plateadas, se dirigió a Shak, su compañero de sueños:

—Lykarih, día de luz, con los fieles brazos de oro que la envuelven, se aleja cada vez más —le dijo.

—Su presencia ha sido invocada en otras tierras donde le otorgan supremacía sobre nosotros. Allí la llaman Iqsare —explicó Shak—. Este espacio se cubrirá de seres de luna y será más nuestro que nunca.

Y la noche extendió sus más oscuras sombras antes de responder:

—Pero el mundo perderá su equilibrio y los corazones mortales se llenarán de aciagos odios.

*

Casa Plateada de Shakadel, Región de Luna

La pálida luna parecía sonreírle a la noche sobre las plácidas montañas de Shakadel. El lugar era realmente tranquilo y Olghar, desde una de las grandes terrazas de la Casa Plateada, observaba la lejana silueta de aquellos montes mientras se preguntaba en qué punto de los caminos de Luna se encontrarían Kyalen, Shakbaah y los soldados que las acompañaban.

La reina siempre recibía a su hijo en sus aposentos privados, pues no deseaba que se sintiera como cualquier visita. No obstante, su orgullo le impedía mostrarse desesperada por verlo, así que solía hacerle esperar unos minutos. El príncipe disfrutaba siempre de aquellos momentos en la hermosa terraza que daba a las habitaciones de su madre, pero aquella noche su espíritu no lograba relajarse. Otro día había transcurrido y una vez más había llegado la noche sin que las viajeras aparecieran. Estaba seguro de que algo había sucedido. No era posible que tardaran tantas noches en ir y venir de aquel territorio, por muy paraje olvidado que fuera. Pensó que en cuanto volviera al palacio, si no habían regresado todavía, enviaría a una patrulla de soldados a buscarlas.

—Olghar. —Oyó la voz de la reina desde la puerta de la terraza.

—Madre —respondió, saliendo bruscamente de sus pensamientos y dirigiéndose hacia ella para abrazarla—. Siento no haber venido a visitarte en algún tiempo.

Ashakiah trató de no mostrarse dolida y actuó con su usual aire de indiferencia. Vestía un largo guardapolvo de color azul celeste con adornos plateados, que combinaba perfectamente con sus ojos y sus cabellos, y la hacía parecer aún más alta y esbelta de lo que ya era.

—No te preocupes, Olghar, sé que estás muy ocupado.

Ambos entraron en la gran habitación y se sentaron en uno de los elegantes sofás que la adornaban.

—¿Cómo estás, madre?

Ashakiah asintió con la cabeza antes de dirigir sus ojos de azul muy claro hacia su hijo. La reina había sido una mujer de gran belleza, y a pesar de no ser ya tan joven, sus hermosos rasgos y elegantes ademanes le proporcionaban un indiscutible atractivo que ella había sabido conservar.

—¿Cómo estás tú, hijo mío? —respondió con la misma pregunta.

Olghar sabía que a su madre no le agradaba dar explicaciones sobre sí misma. Tenía a su disposición sirvientes y doctores, de manera que estaba bien atendida, y si algo le sucedía, Olghar sería el primero en enterarse.

Shaktarha, de Luna y de SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora