Un paraje olvidado, Región de Luna.
Una estación atrás.
Una velada luna de argento intentaba alumbrar el camino en la larga noche. La joven, acostumbrada a la oscuridad y a las sombras, avanzaba por el sendero sin dificultad. Había permanecido junto al lago de los reflejos algún tiempo, como solía hacer, persiguiendo con la mirada los débiles rayos plateados que jugaban sobre el agua. Así lo llamaba ella, aunque en realidad no sabía si aquel pequeño lago perdido en la espesura tenía ya un nombre. En sus pensamientos, abrazaba aquella soledad con la devoción sincera de quien accede a un santuario en busca de respuestas. El silencio del bosque nocturno le otorgaba una paz que su existencia le había negado demasiadas veces.
El camino que llevaba a la oculta cabaña serpenteaba suavemente, trazando familiares curvas bajo sus pies desnudos. Lo había recorrido cada noche durante numerosas estaciones y sabía que sería capaz de hacerlo con los ojos cerrados, pero los mantuvo abiertos con el fin de disfrutar las siluetas dormidas de los árboles que acompañaban sus pasos. Había sido mucho más fácil habituarse a aquel aislamiento que a la lucha constante que había enfrentado durante su infancia. Allí, al menos, nadie la hostigaba. Era una libertad extraña, pero tal vez la única posible.
Continuó andando entre pensamientos, como era su costumbre, consciente de los sonidos y silencios del bosque que tan bien conocía. Eran las formas tranquilas de la noche de Luna, así como el ligero rumor del viento, la única compañía que deseaba, la única que disfrutaba durante sus largos paseos por aquel paraje perdido en un mundo de sombras. Aquella tierra solitaria y oscura se había convertido en lo más cercano a un hogar donde ocultarse de las hirientes miradas que arrastraban la desgracia consigo. Shak, ne moghay sou naru khe naragh, dijo con voz sonora, rompiendo el silencio para invocar la protección del dios en el antiguo idioma, como había aprendido a hacer a partir de los viejos textos sagrados. Las místicas palabras pronunciadas en la oscuridad parecían otorgarle un poder infinito y le gustaba lanzarlas de vez en cuando al aire nocturno. Después se detenía siempre un momento a observar el cielo, como si esperara alguna reacción inmediata en el blanco resplandor que lo coronaba.
Aquella noche, sin embargo, las palabras sagradas no ofrecieron la protección deseada. Tras una vuelta del camino, sus sentidos la obligaron a detenerse de pronto. Tardó sólo unos segundos en comprender la razón de su repentina inquietud. Los inusuales perfiles en movimiento que se dibujaban en la lejanía no pertenecían a la noche de su secreto territorio olvidado. Algo amenazaba la calma de sus caminos. Aguzó la vista hasta que pudo distinguir una hilera de siluetas que marchaba hacia ella con paso lento pero firme. Con gran agilidad, se apartó de la vereda e inició un rápido ascenso por la loma para obtener una perspectiva más precisa de los que se habían atrevido a adentrarse en aquel sombrío lugar. No había visto a un ser humano que no llevara su propia sangre desde la última visita de Daqhan, durante la estación de agua. Y no tenía un buen recuerdo de aquel tiempo.
Desde la cima del monte pudo percibir las armaduras doradas que lanzaban destellos a través de la noche y su corazón se contrajo. Enseguida intuyó que algún infortunio se aproximaba. Permaneció inmóvil durante unos instantes, aunque los soldados se encontraban todavía lejos y sabía que no serían capaces de divisarla en la oscuridad. Tomó aliento antes de emprender la carrera hacia la cabaña, sacudió la cabeza con violencia intentado deshacerse de los funestos pensamientos que la invadían y, sin más titubeos, se precipitó colina abajo hasta alcanzar el sendero de nuevo. No obstante, poco después le pareció más prudente apartarse de él y deslizarse entre los árboles. No temía extraviarse porque conocía a la perfección aquel bosque, pero era consciente de que la penumbra podía ser traicionera, así que agudizó sus sentidos al máximo al apresurarse a través de una negrura cada vez más densa.
Una rama inesperada le golpeó la cara, causándole un momentáneo desconcierto, pero siguió adelante sin dudar. Concentrada en sus propios pasos, continuó avanzando durante algún tiempo, sin perder en ningún momento su camino, hasta que, de pronto, un centelleo a su izquierda le llamó la atención y dirigió su mirada hacia la profundidad del bosque mientras aminoraba el paso con cierta cautela. Podía sentir la palpitante presencia del ser que la observaba a poca distancia. Al fin se detuvo por completo. Unos brillantes ojos verdes estaban clavados en ella con la intensidad que sólo un felino sabe irradiar.
ESTÁS LEYENDO
Shaktarha, de Luna y de Sol
FantasíaShaktarha, de Luna y de Sol nos traslada a un mundo mítico de leyendas y secretos, marcado por un enigmático desequilibrio entre el día y la noche, donde una joven se convertirá en la única vía de reconciliación a través de la antigua sabiduría de l...