Algunas noches después, Olghar se dio cuenta de que la joven de Luna y Sol había ocupado su pensamiento desde el atardecer. Un par de veces se había incluso asomado a los ventanales que daban al patio de armas para contemplar el entrenamiento de los aspirantes, ofreciéndose a sí mismo la explicación de que un regente debe interesarse por todo lo que sucede a su alrededor.
Sentado ante su escritorio, frente a viejos documentos de su padre que seguía revisando en busca de información sobre los tratados de paz con la Región de Sol o sobre algún emisario de nombre Haygh, advirtió que su mente divagaba, como había hecho durante toda la noche. Finalmente, hizo a un lado los escritos y respiró profundamente. Luego, sonrió para sus adentros, consciente de lo que se estaba desarrollando en su interior. Cada vez que cerraba los ojos acudían a su memoria recuerdos relacionados con ella. El momento en que la había encontrado en el camino y la forma en que su peculiar mirada se había posado en él, como si no existiera nadie más en el mundo, se repetían en su sentir con frecuencia. Tampoco había olvidado las largas noches de agonía que Shakbaah había experimentado durante el viaje hacia la tierra de Luna. Si bien en aquel tiempo había pensado que su devoción por ella se debía más a un interés casi científico por la persona de raza desconocida cuya vida se apagaba poco a poco ante sus ojos o a la simple compasión ante el sufrimiento de un ser humano, ahora se daba cuenta de que desde el primer momento un sentimiento más intenso hacia la joven había empezado a nacer en él. Después de conocer su historia, su tenacidad y la forma en que había logrado salvar la vida de Kyalen, ese sentimiento había alcanzado una claridad que ya no reservaba dudas para el príncipe.
Cuando el día empezó a regalar su luz, en lugar de retirarse a descansar, Olghar decidió aventurarse hacia áreas del palacio por las que Kyalen le había comentado que Shakbaah solía pasear, con la esperanza de encontrarla, y recorrió lentamente los pasillos y salas más recónditos hasta que la claridad del día empezó a resultarle molesta. Shakbaah no se dejó ver aquella mañana. Olghar sonrió, a pesar de su pequeño fracaso. Pensó que era la primera vez que buscaba un encuentro en apariencia casual con alguien. Por lo general, cuando deseaba ver a alguna persona, simplemente la hacía llamar. Con la joven de Luna y Sol, en cambio, prefería encontrarse en un contexto menos formal para intentar conocerla mejor, aunque sabía que eso no iba a ser fácil, dado su carácter esquivo. A partir de aquel momento, no obstante, decidió dejar que la suerte actuara, pues había aprendido que ninguna situación forzada suele ser provechosa. Y, en efecto, unas noches después, cuando regresaba de consultar los estados financieros con sus administradores y consejeros, encontró a la joven a las puertas de sus aposentos.
—Disculpa que te espere aquí, señor príncipe, pero no te encontré en tu estudio ni en la sala de recepción.
—Está bien, Shakbaah, entra —invitó Olghar con una sonrisa—. ¿En qué puedo ayudarte?
Una vez en el interior de la estancia, la joven habló:
—He estado preguntando a Helsikor sobre mis avances, pero lo único que me responde es que debo esperar hasta el fin del programa para obtener un resultado.
Olghar le señaló unos sillones en la antesala de sus habitaciones. Ambos se sentaron.
—Shakbaah —empezó el príncipe tratando de ser lo más sutil posible ante el delicado tema—, yo sé que tienes gran prisa y que tus razones son entendibles y loables, pero es cierto lo que Helsikor te ha dicho. Además, incluso terminando ese programa, el hombre al que pretendes enfrentarte es un soldado experimentado.
La joven sacudió la cabeza como si quisiera establecer de antemano que nada de lo que le dijera podría hacerla desistir.
—¿Y cuál es mi alternativa? ¿Abandonar a mi madre en manos de un asesino?
Olghar no se atrevió a sugerir lo que estaba pensando realmente, pero hacía ya bastante tiempo que Shakbaah había huido de la casa del soldado y, dadas las circunstancias que había descrito, era probable que llegara demasiado tarde de todas formas. El príncipe suspiró. Una vez más se sintió dividido entre sus deseos y sus deberes. Por un lado, entendía que era inaceptable que aquel soldado retuviera y torturara de tal forma a una mujer, ya fuera de Sol o de Luna. Lo justo hubiera sido enviar ayuda sin calcular las consecuencias. Por otro lado, era consciente de lo que esas consecuencias implicaban y el riesgo era para todo su pueblo. Aun así, ¿cómo responder a su pregunta? ¿Cómo podía ni siquiera pretender que la joven abandonara la idea de rescatar a su madre? El príncipe se llevó la mano a la frente un momento. Luego, la miró directamente a los ojos, pero fue Shakbaah quien habló primero:
—Sé que te pongo en una posición muy difícil. Tu responsabilidad es mucho mayor que la mía, pero entiende que yo tampoco tengo opción. Aunque muera, lo tengo que intentar.
Olghar frunció el ceño. Las palabras de Shakbaah le partían el alma porque se daba cuenta de que lo más probable era que muriera si se enfrentaba al soldado. Volvió a mirarla a los ojos y le tomó la mano con un gesto que ella no esperaba.
—Debes creer que te entiendo perfectamente —le dijo con total sinceridad— y a veces me cuesta más entenderme a mí mismo. No pensaba decirte esto, pues no sé si lograré mi propósito, pero estoy preparando una nueva expedición a Tarhhak y yo mismo voy a exponer la situación al rey de Sol. Si es lo suficientemente sensato, él mismo tomará las medidas necesarias contra ese soldado.
Shakbaah sonrió levemente, pero enseguida su rostro se nubló de nuevo.
—Eso sería maravilloso y te lo agradezco, pero significaría varias semanas más. Es demasiado tiempo. Además, ¿qué ocurre si ese rey no es lo suficientemente sensato?
—Piensa que también a ti te llevaría bastante tiempo viajar hasta la tierra de Sol —respondió el príncipe.
La joven guardó silencio.
—Por favor, prométeme que no harás ninguna locura en mi ausencia —añadió Olghar entonces—. Dame el tiempo suficiente para ayudarte de la mejor manera.
Frente a ella, con su mano entre las suyas, recibiendo su intensa mirada, que, aun siendo tan joven, contenía un mundo de vivencias y reflexiones, el príncipe podía leer en sus ojos el sufrimiento y las preguntas de infinitas noches de anhelada soledad, una soledad que la joven no parecía dispuesta a abandonar. La sinceridad de su mirada escondía un muro de silencios que no sería fácil atravesar, sobre todo porque Olghar también conocía los beneficios de esas paredes invisibles.
*
Al amanecer, la joven de Luna y Sol buscó su refugio. Algo le impedía aventurarse aún a los jardines o a los bosques, pero esperó la llegada del día frente a los ventanales tras los que solía resguardar sus recuerdos y pensamientos. Su madre los ocupaba aquella mañana con más fuerza incluso que otros días. Había prometido al príncipe esperar algún tiempo más, al menos hasta que él regresara de su expedición. No había podido resistir su mirada suplicante. Sabía que estaba intentando protegerla y su interés por ella era conmovedor. No le sería fácil abandonar el Palacio de Shakhak, donde había recibido más atenciones que nunca antes en su vida. Allí tenía acceso a un mundo de conocimientos que jamás había soñado, a alimentos maravillosos de los que desconocía incluso la existencia y podía además relacionarse con otras personas que poco a poco iban aprendiendo a respetar sus diferencias. Y, sobre todo, se daba cuenta de que noche a noche sus sentimientos hacia el príncipe Olghar y hacia Kyalen se iban intensificando. Eso la asustaba de algún modo. Era consciente de que mientras más tiempo pasara junto a ellos, más difícil sería partir después. No podía permitirse dar rienda suelta a esos sentimientos ni apegarse más a aquellas personas de las que en algún momento debería alejarse. Se dijo que no podía en ningún caso olvidar su misión y para ello era necesario mantener su corazón templado. No se daría la oportunidad de desarrollar ningún sentimiento que pudiera causarle más sufrimiento ni poner en riesgo su objetivo.
El día había empezado a extender sus brazos hacia ella. Entornó los ojos ante el resplandor inicial. Madre, susurró de forma casi inaudible, manteniendo sus ojos cerrados, no te abandono. Por favor, espérame. Voy a ir a buscarte. Dame un poco más de tiempo. Cuando volvió a abrir los ojos, la luz había inundado por completo la estancia y rodeaba su cuerpo como una cálida respuesta a sus desesperados ruegos.
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Shaktarha, de Luna y de Sol
FantasíaShaktarha, de Luna y de Sol nos traslada a un mundo mítico de leyendas y secretos, marcado por un enigmático desequilibrio entre el día y la noche, donde una joven se convertirá en la única vía de reconciliación a través de la antigua sabiduría de l...